Por Pedro Juan González Carvajal*
Es absolutamente claro que,
para poder realizar análisis serios en temas económicos, hay que tener en
cuenta la multitud de aristas asociadas o que se desprenden del propio
análisis, en cuyo caso la mejor metodología, aun cuando hoy, escasamente
empleada, es la economía política.
Con el debido respeto,
algunos críticos aseguran que los economistas son especialistas en explicar por
qué no se dieron o se pudieron dar los resultados que habían previsto con
anterioridad, lo cual muchas veces, resulta cierto.
Ante las realidades que
enfrentamos, respetuosamente discrepo de las opiniones optimistas emitidas por
entidades como Fedesarrollo, Asobancaria, Planeación Nacional, Ministerio de Hacienda,
gremios económicos, cámaras de comercio, Comunidad Andina de Naciones, el BID,
el FMI, entre otros varios agentes, cuando se ponen a especular acerca de
cuánto va a crecer la economía en este año.
Sea lo primero reconocer
que a los diferentes niveles directivos tanto públicos como privados del
planeta, nos corresponde irradiar optimismo, para motivar a la gente y no
fomentar la caída de ánimo.
Sin embargo, este
optimismo debe ser serio y responsable. Venimos de un año atípico por los
efectos de la pandemia y la inestabilidad de los mercados ante la incertidumbre
que ha generado el gobierno de Donald Trump. El año 2020 fue de decrecimiento
económico a nivel mundial, donde se habla con claridad de la destrucción de
empleos y la aniquilación de empresas débiles, sobre todo en lo que tiene que
ver con la famiempresa, la micro y la pequeña empresa, sin olvidar ni mucho
menos a los ejércitos de ciudadanos que componen la economía informal a lo
largo y ancho del planeta.
Siendo estrictos,
deberíamos enfrentar el futuro pensando en la reconstrucción económica y no en
el crecimiento económico, pues lo que lograremos hacer, si nos va bien, es
tratar de recuperar los niveles alcanzados previamente, para poder compensar
los saldos negativos que hoy tenemos como resultados reales.
Recordemos a Covey cuando
nos invita a intervenir y ocuparnos solo en aquellos procesos y tomas de
decisiones sobre los cuales podemos tener alguna injerencia y entender y
sobrellevar las decisiones sobre los cuales son otras instancias quienes tienen
las riendas de los manejos particulares.
Nadie tiene el control
sobre la pandemia, y a pesar del optimismo que genera la aparición temprana de
una vacuna, todavía en proceso de evaluación real, no es posible predecir
crecimientos económicos sin haber superado plenamente esta circunstancia que, a
todo y a todos nos afecta. El nuevo rebrote planetario en las primeras semanas
de enero, hecha por tierra los análisis optimistas y tempraneros de los agentes
económicos anteriormente mencionados y obviamente, las expectativas de los
mercados.
Otro hecho que genera
inquietud es que por un lado las Bolsas especulativas del mundo van viento en
popa, mientras la economía real depende de una ilusión. En análisis serios se
podría advertir la configuración de lo que algunos analistas denominan como
“burbuja”, que no se sabe cuándo explotará, acabando de complicar el asunto con
una crisis financiera global y el desplome de los mercados.
Y mientras tanto, el oro y
el Bitcoin por las nubes.
Dice el Evangelio que hay
épocas para sembrar y épocas para cosechar. Hoy estamos ante una realidad que
nos obliga a organizar y preparar un terreno destrozado para un nuevo tipo de
siembra.
Es determinante la
protección y el desarrollo estable del sector agropecuario, pues ante la
pandemia nos hemos dado cuenta de que, sin garantizar el aprovisionamiento
alimentario, es imposible manejar la situación socio política que traen las
medidas que han tomado los diferentes gobiernos en el mundo, como las
cuarentenas y los confinamientos voluntarios o impuestos.
Otro asunto de primer
orden son las implicaciones del manejo político constitucional con respecto al
ejercicio de las libertades y a la necesidad de los gobiernos de tomar medidas
que pueden asociarse a esquemas propios de gobiernos autoritarios. La
estabilidad económica, está íntimamente ligada a la estabilidad democrática sobre
todo en Occidente.
El apoyo de la tecnología
ha sido el elemento fundamental para que el planeta no se hubiera detenido
abruptamente. El impacto del uso intensivo de las diferentes plataformas
tecnológicas disponibles hoy y mejoradas y consolidadas durante la pandemia,
traerá, enormes cambios en el funcionamiento del futuro inmediato de las
estructuras sociales, políticas, económicas y empresariales.
Las instituciones de todo
tipo, cuyos procesos de cambio y evolución se asocian a procesos de larga duración,
deberán reacomodarse de manera rápida, asunto en el que no tienen la
experiencia necesaria, lo cual llevará al colapso de algunas y a la aparición
de sus reemplazos de una manera pronta.
Por ahora somos testigos
de una tragedia que traerá enormes procesos de cambio y por qué no, un
anticipado y apresurado cambio de época.