Por José Alvear Sanín*
Conservador de toda la vida, —y además
ospinista—, no podía dejar de interesarme en la Convención Programática del
partido, el 22 de noviembre, celebrada de manera virtual.
Sonaba muy atractivo, desde luego, aquello de
“programática”, porque el partido durante los dos periodos de JM Santos dio la
espalda a su imperecedero programa de 1849, de Caro y Ospina; y sus
congresistas, intoxicados con abundantísima mermelada, y los ministros que tuvo
en los años entre 2010 y 2018, fueron dóciles instrumentos, paniaguados y
alzafuelles de un gobierno que entregó el país a la subversión, con el acuerdo
final, rechazado por el pueblo, pero consagrado como supraconstitución mediante
una proposición espuria, que contó con los votos conservadores en el Congreso.
No hay palabras suficientes para condenar esos
ocho años de desvío, porque la razón de ser del partido, en los 161 años que
van desde su fundación hasta el inicio del gobierno de Santos, es la de
procurar el bien común, puesto que el conservatismo
(…) reconoce y sostiene (…) el orden constitucional, contra
la dictadura; la legalidad, contra las vías de hecho; la moral del cristianismo,
contra las doctrinas corruptoras del materialismo (…); la propiedad, contra el
robo, y la usurpación ejercida por los comunistas, los socialistas o cualquiera
otros (…) la civilización, en fin, contra la barbarie.
Más claro no canta un gallo. El conservatismo,
dique secular contra la revolución y el populismo, no podía participar en la
entrega del país a la barbarie comunista, ni tampoco podía cambiar la doctrina
pontificia por la praxis marxista. Y sin embargo, “colaboró” (en el sentido
infamante del término) con el proceso de Timo y Santos.
Así como Álvaro Gómez decía que en Colombia hay
más conservatismo que partido conservador, podemos afirmar que en las bases de
la colectividad hay más conservatismo que en su Directorio.
Después de haber apoyado durante ocho años la
entrega del país al comunismo, la Convención Programática era el momento para
retomar el rumbo, para comprometerse de hecho —no solamente de palabra— con la
defensa de la democracia, y para regresar como una fuerza política determinante
para impedir la llegada del castro-chavismo colombiano al poder dentro de 21
meses.
Después del elegante discurso inaugural del
presidente del Directorio (18 min.) y de la intervención del presidente Duque
(36 min.), habló el doctor Andrés Pastrana Arango. Lo mejor de la Convención
fue ese cuarto de hora en que el expresidente denunció el desvío del partido,
rechazó la infame imposición del acuerdo con las FARC y llamó la atención sobre
los peligros del inmediato futuro. Sus ponderadas e incontrovertibles palabras
nos hicieron pensar por un momento que el partido volvería por sus fueros para
convertirse nuevamente en la gran fuerza democrática y cristiana de su
historia…
Pero después del expresidente, la Convención,
que he seguido minuciosamente a través de 23 videos, escuchó unas dos docenas
de intervenciones, unas mejores desde luego, todas “políticamente correctas”,
porque ninguna enfrentó los grandes problemas nacionales: impotencia del
gobierno maniatado por el acuerdo, justicia politizada, impunidad casi
absoluta, narcotráfico e inmensos cultivos ilícitos, indoctrinamiento marxista
y en ideología de género, pésima calidad de la educación, exportaciones
raquíticas, agotamiento de los yacimientos convencionales, desorden público,
inseguridad generalizada, descarado incumplimiento de los pocos compromisos de las
FARC, mientas el gobierno se esmera en honrar ese acuerdo desigual, pésima
situación fiscal, desbordamiento burocrático y despilfarro, en un país de
desempleados, agobiado por los efectos económicos, sanitarios y políticos de la
pandemia.
El partido, entonces, decide seguir como
apéndice burocrático y mendicante de los sucesivos gobiernos, y como todavía se
nota esa situación subalterna al santismo, las estrellas de la Convención
fueron Juan Camilo Restrepo, Mauricio Cárdenas, Juan Carlos Echeverry y Juan
Carlos Pinzón, ministros conservadores de Santos, a quienes, en vez de expulsar
del partido, se considera dignos de candidatura presidencial.
En realidad, después de oír a esos cuatro
exministros y a personajes como Nadia Blel, Blanca Oliva Cardona, Juan Camilo
Cárdenas, María Paulina Rivas, Jaime Murgas, Bladimiro (sic) Cuello, Nelson Cubides, Jesús Erazo, Mauricio Chiquillo y
José Darío Salazar, queda la impresión de que los políticos conservadores
directoristas ignoran la situación real del país, y que, con ingenuo optimismo,
quieren seguir creyendo que aquí no pasa ni va a pasar nada y que la política
seguirá como un agradable juego para el ascenso personal.
En medio de esa tónica, entre 9:00 a.m. y 7:00
p.m. transcurrió la reunión virtual para unos 1.260 delegados que sobre nada
deliberaron. Las únicas proposiciones aprobadas, sin discusión, fueron tres,
presentadas por el exministro Carlos Holguín, para reiterar el apoyo
irrestricto al gobierno, para proponer entendimientos y diálogos nacionales gaseosos
e inanes, y para reconocer la importancia del sector privado en la recuperación
económica, pero advirtiendo —ahí sí con razón— que el partido no apoyará una
reforma tributaria antes de que se consolide una firme tendencia hacia la
superación de la crisis. El doctor Holguín insinúa también la conveniencia de
préstamos del Banco de la República al gobierno, expediente que parece mejor
que seguir apelando al endeudamiento externo.
El resultado de la Convención, a mi juicio, no
fue, pues, la recuperación programática y política del partido para enfrentarlo
a la revolución rampante, sino la reiteración de la reciente vocación
burocrática y clientelista de su acomodaticia dirigencia.