miércoles, 23 de diciembre de 2020

De misiles y drones

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Si la columna semanal del coronel John Marulanda —uno de los más experimentados militares y nuestro principal experto en temas de espionaje y subversión— fuera de obligatoria lectura para los gobernantes y la cúpula militar, los políticos y comunicadores, el país no seguiría por la senda facilista, buenista y tolerante ante la subversión, el proyecto comunista continental y la exportación de psicotrópicos, estrechamente asociada a esos otros dos flagelos.

Marulanda escribe muy bien: descriptivo, irónico pero prudente; culto pero accesible, domina tanto el retruécano como el neologismo. Semanalmente plantea un tema fundamental que no conmueve en un país entre adormecido y resignado.

La subversión obligó durante décadas al mantenimiento de un elevado pie de fuerza militar, no siempre bien dotado, y a incrementar los efectivos policiales. El enorme esfuerzo presupuestal consiguiente impidió el adecuado desarrollo de las armas aérea y naval requeridas por un territorio enorme y un mar inmenso, permeables y mal custodiados.

Hubo, a la hora de nona, que apelar a la ayuda del “policía del mundo”, que se tradujo en equipo y helicópteros esenciales para lograr la práctica derrota de las guerrillas, con el restablecimiento del orden público y la reanudación del crecimiento económico.

Luego se perdió una década y so capa de “paz” con las FARC, la doctrina militar para la defensa del orden constitucional, el estado de derecho y el modelo de libertad económica, dio paso a una indeterminación filosófica y política para la conducción militar, hasta el extremo adicional de que se ha reducido el pie de fuerza, los equipos no se han modernizado, los aviones y helicópteros se acercan a la obsolescencia; la marina, estancada, y la inteligencia militar, desmantelada.

Resumiendo: Mientras el presupuesto de Defensa se marchita, las partidas con las que se premia la subversión superan, para 2021, los diez billones de pesos, como acaba de revelar la senadora Guerra, emocionada por el cumplimiento que se le está dando al “acuerdo final”, mientras la contraparte apenas ha cumplido 0.07% de la suma exigua a la que se había comprometido dizque para “indemnizar” víctimas…

Colombia, además de un implacable enemigo interno, el comunismo con su narcoguerrilla, también debe considerar que el gobierno de la vecina Venezuela, armada hasta los dientes, puede llegar hasta la guerra cuando no haya otra respuesta posible a la desesperación y el hambre.

Aunque descabellada, esa locura merece atención y no tendríamos los medios para repelerla. Esa posible agresión es remota, pero un país tan extenso como Colombia requiere mantener siempre y modernizar continuamente su aparato defensivo, militar y policial, porque las amenazas internas no dan tregua, así se minimice la peor con la loable intención de “no torear al enemigo”.

Volvamos a John Marulanda. Esta semana nos ha advertido acerca de la posibilidad de que las FARC y el ELN reciban drones iraníes Muhaje 6 y más misiles antiaéreos rusos Igla —porque las FARC ya tenían algunos que no entregaron—, lo que es lógico, porque dentro del internacionalismo proletario, tanto Maduro como Gabino, Márquez, Santrich y Timochenko son soldados de Castro y vienen por Colombia.

¿Qué pasaría ese día? ¿O ya estará sucediendo?, porque se ignora cómo fue derribado el helicóptero que cayó en un río, y ese no es el único que ha caído… ¿Es imaginable, entonces, un gobierno sin aviación?

Siguiendo la famosa boutade de Clémenceau de que la guerra es algo muy serio para dejárselas a los militares, los gobiernos, desde Samper por lo menos, vienen nombrando ministros de Defensa absolutamente desconocedores del principal asunto del Estado, el de su supervivencia, ¿pero no será más bien que la guerra es un asunto demasiado serio para dejársela a tenderos, rábulas, burócratas o hijos de buenos oradores?

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Después de largos meses para ambientar mediante encuestas amañadas determinada opción, el sufragio se emite a través de máquinas bien programadas; y la masa de votos, imposible de auditar, es escrutada electrónicamente en cuestión de minutos, por un contratista afín al otro, el que suministra los terminales. ¿Será este el futuro de la democracia representativa?