Por José Alvear Sanín*
Si la
columna semanal del coronel John Marulanda —uno de los más experimentados
militares y nuestro principal experto en temas de espionaje y subversión— fuera
de obligatoria lectura para los gobernantes y la cúpula militar, los políticos
y comunicadores, el país no seguiría por la senda facilista, buenista y
tolerante ante la subversión, el proyecto comunista continental y la
exportación de psicotrópicos, estrechamente asociada a esos otros dos flagelos.
Marulanda
escribe muy bien: descriptivo, irónico pero prudente; culto pero accesible,
domina tanto el retruécano como el neologismo. Semanalmente plantea un tema
fundamental que no conmueve en un país entre adormecido y resignado.
La subversión
obligó durante décadas al mantenimiento de un elevado pie de fuerza militar, no
siempre bien dotado, y a incrementar los efectivos policiales. El enorme
esfuerzo presupuestal consiguiente impidió el adecuado desarrollo de las armas
aérea y naval requeridas por un territorio enorme y un mar inmenso, permeables
y mal custodiados.
Hubo,
a la hora de nona, que apelar a la ayuda del “policía del mundo”, que se
tradujo en equipo y helicópteros esenciales para lograr la práctica derrota de
las guerrillas, con el restablecimiento del orden público y la reanudación del
crecimiento económico.
Luego
se perdió una década y so capa de “paz” con las FARC, la doctrina militar para
la defensa del orden constitucional, el estado de derecho y el modelo de
libertad económica, dio paso a una indeterminación filosófica y política para
la conducción militar, hasta el extremo adicional de que se ha reducido el pie
de fuerza, los equipos no se han modernizado, los aviones y helicópteros se
acercan a la obsolescencia; la marina, estancada, y la inteligencia militar,
desmantelada.
Resumiendo:
Mientras el presupuesto de Defensa se marchita, las partidas con las que se
premia la subversión superan, para 2021, los diez billones de pesos, como acaba
de revelar la senadora Guerra, emocionada por el cumplimiento que se le está
dando al “acuerdo final”, mientras la contraparte apenas ha cumplido 0.07% de
la suma exigua a la que se había comprometido dizque para “indemnizar”
víctimas…
Colombia,
además de un implacable enemigo interno, el comunismo con su narcoguerrilla,
también debe considerar que el gobierno de la vecina Venezuela, armada hasta
los dientes, puede llegar hasta la guerra cuando no haya otra respuesta posible
a la desesperación y el hambre.
Aunque
descabellada, esa locura merece atención y no tendríamos los medios para
repelerla. Esa posible agresión es remota, pero un país tan extenso como
Colombia requiere mantener siempre y modernizar continuamente su aparato
defensivo, militar y policial, porque las amenazas internas no dan tregua, así
se minimice la peor con la loable intención de “no torear al enemigo”.
Volvamos
a John Marulanda. Esta semana nos ha advertido acerca de la posibilidad de que
las FARC y el ELN reciban drones iraníes Muhaje 6 y más misiles antiaéreos
rusos Igla —porque las FARC ya tenían algunos que no entregaron—, lo que es
lógico, porque dentro del internacionalismo proletario, tanto Maduro como
Gabino, Márquez, Santrich y Timochenko son soldados de Castro y vienen por
Colombia.
¿Qué
pasaría ese día? ¿O ya estará sucediendo?, porque se ignora cómo fue derribado
el helicóptero que cayó en un río, y ese no es el único que ha caído… ¿Es
imaginable, entonces, un gobierno sin aviación?
Siguiendo
la famosa boutade de Clémenceau de que la guerra es algo muy serio para
dejárselas a los militares, los gobiernos, desde Samper por lo menos, vienen
nombrando ministros de Defensa absolutamente desconocedores del principal
asunto del Estado, el de su supervivencia, ¿pero no será más bien que la guerra
es un asunto demasiado serio para dejársela a tenderos, rábulas, burócratas o
hijos de buenos oradores?
***
Después
de largos meses para ambientar mediante encuestas amañadas determinada opción,
el sufragio se emite a través de máquinas bien programadas; y la masa de votos,
imposible de auditar, es escrutada electrónicamente en cuestión de minutos, por
un contratista afín al otro, el que suministra los terminales. ¿Será este el
futuro de la democracia representativa?