martes, 17 de noviembre de 2020

De cara al porvenir: mitos y leyendas

Pedro Juan González Carvajal

Por Pedro Juan González Carvajal*

No me referiré en este artículo al tradicional desfile que se realiza en Medellín el siete de diciembre de cada año y que, seguramente, no se podrá llevar a cabo en este inolvidable 2020.

Me refiero a ciertos aspectos que en algún momento fueron vistos como realidades incontrovertibles pero que, poco a poco, vamos descubriendo que tienen más de mito que otra cosa. En especial, es inevitable hacer referencia a lo que ha sucedido en los últimos tiempos en los Estados Unidos de América, paradigma de la democracia y del respeto a la institucionalidad.

Hasta hace poco, frente al inveterado descuadernamiento de las instituciones colombianas, algunos mirábamos con envidia y como ejemplo a seguir, al sistema norteamericano diseñado sabiamente por los padres fundadores y acatado y respetado por gobernantes y ciudadanos del común. Fue emocionante cuando Barack Obama derrotó a John McCain en las elecciones de 2008 y este, en el sobrio discurso en el que reconoció su derrota, dijo: “hasta hace unas horas usted era mi contrincante, ahora es mi presidente”. ¡Qué ejemplo de respeto por la institucionalidad!

Pero, detrás de esas aleccionadoras manifestaciones, realmente se encuentran unas instituciones dignas de una Banana Republic. Un congreso en el que el impeachment contra del presidente Trump es tratado al mejor estilo de la comisión de acusaciones de la cámara de representantes colombiana; una Corte Suprema de Justicia con miembros vitalicios nombrados a dedo por el presidente de la República, generando una politización de la justicia peor que la nuestra y un proceso electoral complejo en el que los candidatos en campaña, en sus debates y durante el proceso de votaciones se comportan como verduleras, superado al amplio batallón de verduleras que conforman nuestros movimientos políticos, porque ya ni de partidos se puede hablar.

Es lamentable y hasta ridículo ver al candidato presidente proclamándose ganador, pero alertando sobre un indemostrable fraude electoral. Es pintoresco ver las manifestaciones de cada bando exigiendo que se pare el conteo de votos en los Estados en los que van ganando y que se cuente hasta el último voto, en los Estados en los que están perdiendo. Es entristecedor ver al presidente, presagiando una eventual derrota y tratando de judicializar el proceso con demandas que le permitan ganar en los tribunales lo que improbablemente ganará con los votos.

Y es que resulta que el sistema legal norteamericano, tan envidiado por nosotros, tampoco es la panacea que creíamos, también tiene vacíos y también permite interpretaciones acomodadas y leguleyadas: que si los votos enviados por correo hasta el día de las elecciones pueden ser contabilizados así lleguen después, que si hay un plazo para terminar el conteo definitivo… y la respuesta es clara: ¡si me conviene sí, si no me conviene, no!

En fin, algo que parecía tan sólido como la institucionalidad norteamericana, resultó ser solo un mito, pero no importa, al fin y al cabo, pase lo que pase en ese país, sea quien sea el presidente, nosotros seguiremos siendo su patio trasero. Pero lo verdaderamente preocupante es evidenciar que la institucionalidad tiene vigencia, hasta cuando a algún personaje autócrata y soberbio se le ocurre arrasar con ella y que hay personas que lo aceptan, lo acolitan y lo celebran. En Colombia, por supuesto, no estamos exentos de dichos personajes.

NOTA: debo confesar públicamente la envidia que siento ante el hecho de que Bogotá y Barranquilla se nos hayan adelantado, y con lujo de detalles, al promover la construcción y dotación de un par de señores Centros de Espectáculos. El Movistar Arena inaugurado en el 2018 en la capital y el anuncio que se hace desde la Puerta de Oro de Colombia del inicio de la construcción de la primera estructura integrada para eventos y espectáculos de América Latina, Arena del Río, para una capacidad máxima de 53.000 espectadores.

Del empuje y la pujanza tradicionalmente promulgada, poco nos queda.