viernes, 23 de octubre de 2020

Pecados periodísticos

Pedro Juan González Carvajal
José Leonardo Rincón, S. J.*

Ni que se propusiera estar en la primera plana de los medios de comunicación, el Papa Francisco
nos sorprende frecuentemente con sus intervenciones siempre francas, abiertas, directas. Esta semana lo hizo abogando por la comunidad LGBTI y sus derechos, pero también con una entrevista concedida a un periodista donde, sin pelos en la lengua le espeta los que él llama cuatro defectos que deben evitar los comunicadores. Como es “cuchillo pa’l pescuezo” para los interesados, se entiende por qué ha sido menos difundida.

El primer pecado es la desinformación. Suena absurdo cuando precisamente se supone que la primera tarea de un periodista es informar. El asunto radica en no hacerlo verazmente, es decir, informar a medias, verdades incompletas. Lo vimos, por ejemplo, cuando se utilizaron fotos viejas para decir que eran actuales. Una emisora decía en su eslogan: “nos oyen y nos creen”. La cuestión es cuando un medio dice una cosa, otro dice otra y un tercero otra. El afán de la chiva, del tener la primicia, hace que la tarea no se haga bien hecha y que sea tan irresponsable el trabajo del emisor, como el del receptor creer ingenuamente lo que dice.

Un segundo pecado no es menos delicado: la calumnia. Consecuencia de no hacer un trabajo periodístico riguroso se pueden proferir afirmaciones equívocas y mentirosas de personas o grupos humanos con repercusiones lamentables. Decir que la minga indígena de esta semana estaba infiltrada por la guerrilla y que esos indios sucios iban a acabar con la ciudad, lo que evidenció por el contrario es que quienes lo dijeron estaban infiltrados de odio, clasismo, exclusión y xenofobia. Los tales incivilizados resultaron ser totalmente pacíficos, ordenados y ejemplarmente aseados al entregar limpio el lugar que les habían prestado para su concentración.

El pescado número tres es la difamación. Un titular en primera plana, una nota en radio o televisión, un tweet en las redes sociales, un texto difundido masivamente por WhatsApp, pueden ocasionar daños enormes, lesiones graves sobre la honra o reputación y casi siempre son irreversibles e incorregibles. Cuántas veces hemos sido testigos de esta infamia. Las víctimas han demandado al medio de comunicación buscando tutelar sus derechos, lo han logrado en cuanto exigir al medio hacer la rectificación del caso y lo único que han logrado es que en una esquina de una página interior donde nadie lo va a leer, digan que por orden de un juez de la República hacen esa aclaración. Difamados en primera página, resarcidos en un clasificado.

Y el pecado número cuatro no es menos grave. Lo denomina Francisco muy sugestivamente como la coprofilia. Sí, el amor a la caca, a lo sucio. Perfecta descripción de lo que efectivamente pareciera ser la pasión de muchos comunicadores: publicar preferencialmente y darle todo el inmerecido protagonismo a aquello que son esencialmente nuestras vergüenzas. Se exalta la corrupción, el crimen y la violencia, pero casi nunca las cosas buenas. Obvio, eso no vende, eso no da rating. Se podría llamar también necrofilia, o también vampirismo. En cualquier caso, trastornos mentales de una sociedad enferma que se goza en estas desgracias.

Creo que Francisco nos ha dado una clase de ética de la comunicación. A propósito, cátedra que me imagino se ha extinguido en las facultades y escuelas de comunicación y periodismo, porque cuando uno oye, ve o lee a ciertos, dizque, profesionales de la comunicación, siente vergüenza ajena. Están arrodillados al servicio de los poderes de turno, pelan el cobre en la forma como comunican y hacen un daño enorme a la paz y a la convivencia al prestarse para los más oscuros intereses. ¡Por suerte no son todos!