viernes, 11 de septiembre de 2020

Ya no sé ni qué decir

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.*

Sí, la verdad, no sé qué decir. Estamos tan mal, pero tan mal, en este país que cualquier cosa que se diga será automáticamente juzgada por unos y otros, no con serena objetividad y con ánimo constructivo, sino movidos por pasiones viscerales, odios reprimidos, sed de venganza, sesgos ideológicos de derechas recalcitrantes y de izquierdas incendiarias que se acusarán mutuamente culpándose de las desgracias que vivimos.

Es increíble la falta de autoridad y de estatura moral en muchos de quienes tienen responsabilidades de diverso orden. Acostumbrados a ver correr la sangre de miles de compatriotas por décadas, la indolencia se ha instalado como indiferente actitud que ya no conmueve a nadie, pues es un negocio lucrativo, en tanto para unos es justificada, consecuencia de lo que constantemente se ha engendrado, para otros es la propicia ocasión de saldar cuentas pendientes. La mentira sistemática y abiertamente descarada se ha institucionalizado y nos la espetan por todos los medios y redes sociales como si todos fuésemos brutos idiotas. Y qué dolor decirlo, pero de lado y lado hay mayorías ciegas, sordas y completamente acríticas que se dejan manipular al antojo de esos oscuros intereses. Razón tenia Gandhi: el ojo por ojo nos dejará pronto ciegos a todos.

Es realmente increíble que pueda haber gente tan mala de verdad, tan perversa en sus intenciones, tan dañado su corazón. El afán de poder, buscado a como dé lugar, jamás ha sido para servir y construir país, sino para enriquecer las propias arcas con todo tipo de estrategias corruptas. Si en antaño Echandía se preguntaba ¿y el poder para qué?, los de ahora lo tienen claro: el poder es para poder… poder robar, poder controlar todo, poder hacer y deshacer, para someter las instituciones arrodillándolas servilmente a los intereses de unos y de otros. Lo han hecho y lo siguen haciendo todos los regímenes, izquierdistas y fascistas. Nos asustan alternadamente con los monstruos fachos o comunistas para repartirse la torta por turnos.  El pueblo, en realidad, no importa. Es la carne de cañón para poner los muertos… o ¿acaso los policías y sus víctimas eran de diferentes estratos sociales? O ¿los líderes sociales no han sido asesinados acaso por sicarios extraídos del lumpen ansioso de tener dinero?

Hay vacíos muy grandes como Estado, como nación, como pueblo. Hay vacío de mínimos éticos, hay vacío de liderazgo y de auténtica autoridad, hay vacío de valores básicos, hay vacío de Dios en nuestras vidas. Personalmente no me siento mejor o más bueno que nadie porque todos cargamos con nuestros lastres de limitación y pecado. Cuando digo que ya no sé ni qué decir es porque duele en el alma vivir lo que estamos viviendo: es inaudito, absurdo, intolerable. Es una desgracia muy grande. ¡Basta ya de violencia que engendra más violencia! Pero basta ya de tragar entero, de no querer ver lo evidente, de no oír los alaridos de dolor y el llanto de las víctimas. Basta ya de indiferencia. Seguir así es como escupir hacia arriba, es un boomerang que se nos devuelve indefectiblemente.