Por Antonio Montoya H.*
Siempre he tenido claro que es más fácil
destruir que construir, hablar mal de las personas que hablar bien de ellas,
apoyar a los malos que dar ánimo a los buenos, destruir empresas que fortalecerlas
y así sucesivamente podría continuar distinguiendo entre lo bueno y lo malo.
Lo que sí tengo claro, es que una sociedad sin
valores construidos desde el hogar está perdida; si no respetamos a nuestros
padres y hermanos, si no recordamos y sabemos de dónde venimos y quiénes son
nuestros ancestros, cómo vivieron, cuál fue su lucha diaria para inculcarnos los
principios que nos convirtieron en hombres de bien, y cómo sostuvo la familia en
épocas más difíciles que las que vivimos hoy, ya que estas eran numerosas y los
ingresos medianos, y sin embargo, aun con invitados, nunca faltó el pan en la
mesa; era la época en la que había campo y comida para todos.
No se puede desconocer que había pobreza,
ausencia de educación, analfabetismo, pocas industrias y la recreación era al
interior de las casas o en las calles del barrio. Allí nos conocíamos todos, a
nadie le importaba quién tenía más que el otro porque éramos bien recibidos en
todas las casas, conocíamos a los padres, y si peleábamos a los pocos días
estábamos juntos compartiendo de igual forma lo bueno y lo malo; reíamos, hablábamos
de los amores, sueños, y tristezas, pero todos pensábamos en que tendríamos un
buen futuro.
Recuerdo que nosotros estábamos en el colegio
San Ignacio de Loyola, de Medellín, y allí estudiamos historia y geografía de
Colombia, y sabíamos de todo el mundo, aunque no hubiéramos viajado: montañas,
ríos, capitales, glaciales, en fin, conocimientos narrados por un profesor que
seguramente estudiaba y leía las enciclopedias que en esa época se vendían. Todos
nos preparábamos, podíamos dibujar nuestro mapa de Colombia, sabíamos con qué países lindábamos, en fin, teníamos un concepto claro de la historia, de lo bueno y lo
malo de ella. Puedo añadir que seguramente nuestros primeros amores surgieron
con las niñas de la cuadra, o aun con aquellas que compartimos ideas comunes y que
hacían parte, como nosotros, del grupo scout del Colegio del Sagrado Corazón,
con las que aun, pasados muchos años, tenemos lindos recuerdos y nos chateamos
como si el tiempo no pasara… lástima que no nos veamos en directo.
En fin, todo este recuento que es historia para
cada uno de nosotros, que se vivió de una manera diferente, no es viable
destruirla como hoy se pretende realizar con todo lo representa y que tenemos. Por
ello observo con preocupación que hoy no se respeta la historia porque no se
conoce, no hay valores porque no se practicaron, no se respeta la autoridad
porque no se acató en el hogar, no hay formación porque los educadores
impregnaron a los estudiantes de una ideología comunista, no se cree en la
democracia porque es amplia y generosa con todos los bandos; se destruyen los
símbolos, se ataca a la policía y al ejército, y todos los jóvenes, sin
distinción de clase, caen en el juego nefasto de la destrucción, impulsados por
un hombre que es dañino para la sociedad como Gustavo Petro, exguerrillero
amnistiado, populista a morir, exalcalde de Bogotá, promotor de la salida a las
calles no en forma pacífica, llevando al caos para él vencer. Qué tristeza que
todos le sigan el ritmo, la prensa lo publica, la televisión lo sigue, la radio
lo entrevista y no ha construido nada bueno en toda su vida.
Por ello digo y me reitero, que destruir es muy
fácil, hoy los marchantes atacan a la policía, al ejército, los indígenas
vienen a las ciudades y tumban los símbolos de la historia y no pasa nada,
todos queremos destruir la civilidad y eso no se puede permitir. La democracia,
persiste si nuestros gobernantes, y ciudadanos la defendemos, no los políticos
que siguen en lo mismo y no aportan nada, no ceden, no construyen, por ello y
contra ellos la democracia debe subsistir.