Por Pedro Juan González Carvajal*
En un país sin memoria, mal educado,
con poca cultura del dato, de la información, del seguimiento y de la medición,
es cada vez más normal que el gobernante de turno en lo local, lo regional y lo
nacional, autoproclame que su programa de gobierno es el mejor y que parte en
dos la historia del país, del departamento o del municipio.
De igual manera se presentan los
resultados parciales o definitivos al terminar el período de gobierno como
“históricos”, independientemente del asunto, obviamente, dejándose llevar por
la emoción de lo conseguido, pero sin tener en cuenta líneas bases históricas
contra las cuales se pueda comparar, al no tener en cuenta los aspectos socio
económicos, socio políticos, socio ecológicos y obviamente demográficos
precedentes, lo cual quiere decir que no hay parámetros contra qué comparar de
manera seria y responsable.
La gestión pública debe ser repensada
y obviamente los órganos de control también. No es solamente el control de la
ejecución presupuestal, sino y, sobre todo, la correcta aplicación de los
recursos sobre focos concretos y el verdadero impacto que se logra.
Si nos vamos por el control de la
ejecución presupuestal, pues tenemos que hablar de esquemas de contratación,
presupuestos y cronogramas, que usualmente se realizan cuando ya la leche se
derramó, sin querer ni mucho menos revivir la figura del control previo.
El chip debe ser cambiado por
completo:
¿Cuál gobernante, en las insípidas rendiciones
de cuentas tan de moda hoy, nos presenta un estado contable, un estado
financiero y una proyección de escenarios y de recursos para el ente
territorial en particular? ¡Ninguno!
¿Por qué a las entidades organizadas
como empresas industriales y comerciales del Estado no se les trata como tal y
se les exige el logro de utilidades previamente definidas? ¡Porque no hemos
entendido plenamente esa figura y cómo debe ser empleada!
Debe ser redefinido a plenitud el rol
y la responsabilidad de las interventorías, pues por los resultados obtenidos a
la fecha y que son evidentes a la luz pública, es poca o nula su contribución
en términos del cumplimiento del tiempo, el presupuesto y la calidad de las
obras en sus distintas etapas o fases.
El único informe que deben presentar
las Contralorías es el monto del dinero recuperado, comparado con la magnitud
de las pérdidas ocasionados por ineficiencias administrativas o por malos
manejos.
Los criterios de eficiencia, eficacia
y costo razonable son los criterios gerenciales que deben primar en la administración
pública.
Las exigencias que nos trae la OCDE,
entidad a quien no debemos mirar como la panacea ni como el coco, pero sí como
un referente empleado por los países ricos y democráticos, nos exigirán
mejoramientos obvios en estos aspectos.
Nota aparte merece el suicidio de la
oposición venezolana. Ya los romanos hablaban del “Divide y vencerás”, pero las
fuerzas de Guaidó y de Capriles aplican espontáneamente, el “Suicídate y
perderás”. ¡No hay nada qué hacer!
Dice Benedetti: “Yo me enamoré de
sus demonios, ella de mi oscuridad. Éramos el infierno perfecto”.
Retomemos a Kundera, quien, ante la
contundencia de la muerte, sostenía: “El crepúsculo de la desaparición lo
baña todo con la magia de la nostalgia”.