martes, 29 de septiembre de 2020

De cara al porvenir: salpicón

Pedro Juan González Carvajal

Pedro Juan González Carvajal*

El título de este artículo refleja lo que es el acontecer de sucesos, hechos y noticias que nos atiborran y abruman todos los días.

Denuncian los señores obispos de Cúcuta y de Cali, monseñores Víctor Manuel Ochoa y Darío Monsalve, en medio de la celebración de La Semana por la Paz que ya lleva 34 ediciones anuales continuas, que lo que pasa en el país es catastrófico y que se está atentando contra el proceso de paz, ya que el actual Gobierno lo torpedea de manera continua y sistemática y que al Estado se le está saliendo de las manos su obligación de proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos, que por centenas van caídos en lo que va del presente año, en lo que irresponsablemente denominan como asesinatos múltiples y no como masacres. Por denunciar estos hechos, son mirados y tildados de críticos y enemigos del Gobierno, casi subversivos y promotores de respuestas y reclamos por parte de la ciudadanía, como si el derecho a la protesta no fuera un derecho constitucionalmente establecido.

El manejo de la pandemia en las últimas semanas más parece un espectáculo mediático que otra cosa. Se abre la economía y no atendemos los ejemplos de lo que sucede en varios países europeos. Ojalá el boomerang no se devuelva como hoy sucede por esas latitudes y veamos a nuestros altos funcionarios dándose golpes de pecho y buscando desesperadamente a quién echarle la culpa. No perdamos tiempo en esos asuntos: si hay algún responsable integral por el manejo de la pandemia es el gobierno y punto.

Como nuestra historia puede ser entendida como un recorrido pendular permanente, el resurgimiento del paramilitarismo y la llegada al país de algunos de sus fundadores después de haber pagado condenas irrisorias por pecados veniales en Estados Unidos es un mal presagio de lo que se nos avecina. Recordemos a Michel Foucault, cuando dice: “La delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: Cuantos más delincuentes existan más crímenes existirán, cuantos más crímenes haya, más miedo tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población, más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial. La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día”.

Sin que la mayoría de las personas lo tenga muy claro, pero eso sí, presas de una emoción ignorante, hoy, ante los nefastos acontecimientos recientes, se habla de que hay que reorganizar o mejor, reformar a la Policía Nacional.

Digamos que es necesario, pero a partir de otras realidades. Existe una diferencia profunda del concepto de Defensa Nacional, instaurado por Bismarck, donde el enemigo de un país es un agente externo, y otro el concepto de Seguridad Nacional impulsado por los Estados Unidos dentro de la Guerra Fría, donde se reconocía que el enemigo era interno y atentaba contra el Estado y los gobiernos de turno.

En la Defensa Nacional las Fuerzas Militares están adscritas al Ministerio de Defensa o de Guerra, de acuerdo con la nomenclatura y estructura organizacional de cada país y su función es proteger la soberanía nacional y las fronteras. En cambio, la Policía Nacional debe pertenecer al Ministerio de Gobierno o del Interior, de acuerdo también a la nomenclatura y estructura organizacional de cada país y su función es controlar el orden civil, con alcances, protocolos y dotaciones operacionales diferentes a las de las Fuerzas Militares.

Como ya firmamos un Acuerdo de Paz con el principal promotor de disturbios interno que eran las FARC, y los otros grupos de alguna manera no tienen la misma dimensión, pues es hora de que nos organicemos y seamos coherentes con el orden internacional en ese sentido.

No puede seguir siendo aceptable que los resultados operativos de nuestras fuerzas militares y de policía sean dar de baja a conciudadanos que piensan y obran distinto y no a enemigos externos, en caso de existir.

Ahora bien, la concentración de poderes por parte del poder ejecutivo y unas fuerzas armadas y de policía organizadas como las tenemos en la actualidad, hacen que parezca ‒en su debida proporción‒, que nuestro Estado, cada vez más autoritario, tenga algunas similitudes con el gobierno de Alexander Lukashenco, presidente de Bielorrusia, reelecto por 5 períodos consecutivos desde 1994 y que hoy es el último dictador de Europa.

Para comprender todo esto, necesitamos gobernantes idóneos, pulquérrimos y de alta estatura política, una ciudadanía ilustrada y un sistema de educación y uno de justicia que verdaderamente operen.

Por otro lado, seguimos haciendo el oso con respecto a nuestras posturas internacionales como acaba de darse con la elección del nuevo presidente del BID, donde fuimos el único país que abiertamente apoyamos al candidato de Trump, violando los parámetros que habían regido la institución desde que fue creada. Y luego nos quejamos porque a nivel interno dizque incumplimos los códigos y los protocolos de buen gobierno. ¿Y esa elección qué fue pues?

Recordemos que el hombre virtuoso se hace a partir de la escuela, la disciplina y el método.