Pedro Juan González Carvajal*
El título de este artículo refleja lo
que es el acontecer de sucesos, hechos y noticias que nos atiborran y abruman
todos los días.
Denuncian los señores obispos de
Cúcuta y de Cali, monseñores Víctor Manuel Ochoa y Darío Monsalve, en medio de
la celebración de La Semana por la Paz que ya lleva 34 ediciones anuales
continuas, que lo que pasa en el país es catastrófico y que se está atentando
contra el proceso de paz, ya que el actual Gobierno lo torpedea de manera
continua y sistemática y que al Estado se le está saliendo de las manos su
obligación de proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos, que por
centenas van caídos en lo que va del presente año, en lo que irresponsablemente
denominan como asesinatos múltiples y no como masacres. Por denunciar estos
hechos, son mirados y tildados de críticos y enemigos del Gobierno, casi
subversivos y promotores de respuestas y reclamos por parte de la ciudadanía,
como si el derecho a la protesta no fuera un derecho constitucionalmente
establecido.
El manejo de la pandemia en las
últimas semanas más parece un espectáculo mediático que otra cosa. Se abre la
economía y no atendemos los ejemplos de lo que sucede en varios países
europeos. Ojalá el boomerang no se devuelva como hoy sucede por esas
latitudes y veamos a nuestros altos funcionarios dándose golpes de pecho y
buscando desesperadamente a quién echarle la culpa. No perdamos tiempo en esos
asuntos: si hay algún responsable integral por el manejo de la pandemia es el
gobierno y punto.
Como nuestra historia puede ser
entendida como un recorrido pendular permanente, el resurgimiento del
paramilitarismo y la llegada al país de algunos de sus fundadores después de haber
pagado condenas irrisorias por pecados veniales en Estados Unidos es un mal
presagio de lo que se nos avecina. Recordemos a Michel Foucault, cuando dice: “La
delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que
conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: Cuantos más
delincuentes existan más crímenes existirán, cuantos más crímenes haya, más
miedo tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población, más
aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial. La existencia de
ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de
aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los
periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin
ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se
tratase de una novedad en cada nuevo día”.
Sin que la mayoría de las personas lo
tenga muy claro, pero eso sí, presas de una emoción ignorante, hoy, ante los
nefastos acontecimientos recientes, se habla de que hay que reorganizar o
mejor, reformar a la Policía Nacional.
Digamos que es necesario, pero a
partir de otras realidades. Existe una diferencia profunda del concepto de Defensa
Nacional, instaurado por Bismarck, donde el enemigo de un país es un agente
externo, y otro el concepto de Seguridad Nacional impulsado por los Estados
Unidos dentro de la Guerra Fría, donde se reconocía que el enemigo era interno
y atentaba contra el Estado y los gobiernos de turno.
En la Defensa Nacional las Fuerzas
Militares están adscritas al Ministerio de Defensa o de Guerra, de acuerdo con
la nomenclatura y estructura organizacional de cada país y su función es
proteger la soberanía nacional y las fronteras. En cambio, la Policía Nacional
debe pertenecer al Ministerio de Gobierno o del Interior, de acuerdo también a
la nomenclatura y estructura organizacional de cada país y su función es
controlar el orden civil, con alcances, protocolos y dotaciones operacionales
diferentes a las de las Fuerzas Militares.
Como ya firmamos un Acuerdo de Paz con
el principal promotor de disturbios interno que eran las FARC, y los otros
grupos de alguna manera no tienen la misma dimensión, pues es hora de que nos
organicemos y seamos coherentes con el orden internacional en ese sentido.
No puede seguir siendo aceptable que
los resultados operativos de nuestras fuerzas militares y de policía sean dar
de baja a conciudadanos que piensan y obran distinto y no a enemigos externos,
en caso de existir.
Ahora bien, la concentración de
poderes por parte del poder ejecutivo y unas fuerzas armadas y de policía
organizadas como las tenemos en la actualidad, hacen que parezca ‒en su debida
proporción‒, que nuestro Estado, cada vez más autoritario, tenga algunas
similitudes con el gobierno de Alexander Lukashenco, presidente de Bielorrusia,
reelecto por 5 períodos consecutivos desde 1994 y que hoy es el último dictador
de Europa.
Para comprender todo esto, necesitamos
gobernantes idóneos, pulquérrimos y de alta estatura política, una ciudadanía
ilustrada y un sistema de educación y uno de justicia que verdaderamente
operen.
Por otro lado, seguimos haciendo el
oso con respecto a nuestras posturas internacionales como acaba de darse con la
elección del nuevo presidente del BID, donde fuimos el único país que
abiertamente apoyamos al candidato de Trump, violando los parámetros que habían
regido la institución desde que fue creada. Y luego nos quejamos porque a nivel
interno dizque incumplimos los códigos y los protocolos de buen gobierno. ¿Y
esa elección qué fue pues?
Recordemos que el hombre virtuoso se
hace a partir de la escuela, la disciplina y el método.