Por
Antonio Montoya H.*
Parece un chiste que yo hable de “Padres de la patria”, en este artículo, el término que históricamente se acuñó para rendir homenaje a una figura histórica considerada en el sentido de fundador. Así se habla de George Washington en Estados Unidos, de Bolívar y Santander en Colombia, y así sucesivamente en cada país existen referentes que hacen dar valor a sus gestas, militares, políticas y sociales, y por ello, la patria les da ese honor.
En la edad contemporánea, posiblemente por error ‒pienso yo‒, se extendió ese gran honor para identificarlo con la condición de los parlamentarios, no como título oficial, sino a efectos retóricos, es decir para expresarse de la mejor manera buscando un objetivo.
Así, a
través de los años, se volvió popular el nombre de padres de la patria y se
continuó usando de generación en generación perdiendo su sagrado significado.
Reitero
lo que he expresado en otras ocasiones: existen verdaderos políticos por
convicción, por el deseo de servir a la comunidad, y promueven leyes o evitan
que se aprueben otras, pero, en beneficio de la sociedad, nunca en beneficio
propio.
Lo que
sigue siendo un contrasentido es que los congresistas inviten a la concordia,
al ejercicio de la democracia, a mejorar, a escuchar al pueblo, a ese por el
cual fueron elegidos y siempre o casi siempre se hacen los bobos y no toman el
toro por los cuernos y así se van yendo, periodo a periodo, esperando el
inevitable transcurrir del tiempo, y preparándose para una nueva reelección.
Ahora
en tiempo de pandemia, se intentó nuevamente bajar el dinero que se entrega por
gastos de representación, viajes, etc., pero no fue posible, en el primer
debate en la comisión en el senado hubo un empate y no paso la iniciativa.
Va en
contravía de lo que sucede en casi todas las empresa grandes y pequeñas de
nuestro país, que en la mayoría se está reduciendo el salario de los
trabajadores casi para ser solidarios con los otros y evitar despidos. Esto no
ocurre allí, en el recinto sagrado del congreso, con tozudez se mantienen
firmes y no ceden, sin considerar que sería por unos pocos meses.
Entonces,
si miramos con retrospectiva al año de 2018, cuando se efectuó la consulta
anticorrupción, que no logró los votos requeridos por un pelito ya que se
requerían 12.140.342 votos, es decir, el 33.3% del total electoral que estaba
en 36.421.026 habitantes colombianos aptos para votar. Se perdió el esfuerzo
por que la votación llegó a 11.671.420, faltando para lograr el objetivo
468.922 votos. Casi se gana, nos faltó como nos ocurre en el fútbol, una pizca
de suerte y se perdió la gran oportunidad ciudadana de cambiar el rumbo de la
historia.
Debemos
persistir en la necesidad de cambio, sin ofender, efectuando la discusión
correspondiente, con altura jurídica, social y de lenguaje, para bien de
Colombia. Por ende, debemos lograr que se limiten los periodos de reelección,
que los salarios se controlen reduciendo su tope, que los congresistas y
funcionarios públicos no tengan casa por cárcel en caso de condenas y que exista
un pliego único para la contratación con el Estado y tal vez una más, que se
exijan condiciones específicas, fuera de ser ciudadano colombiano y mayor de 25
años, para ser congresista de Colombia, la responsabilidad es grande. No es
mucho, es poco, pero bastaría para mejorar las condiciones de los elegidos.
En ese momento podríamos hablar de que estarían empezando a lograr ser primeros en el corazón de los colombianos y luego podrían ganarse el de ser primeros en la paz y por último podría llegar a ser primeros en la democracia y así serían llamados con orgullo “Padres de la patria”.