miércoles, 5 de agosto de 2020

El periodista que destapó el Holodomor

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín

Agniezka Holland (1948), la notable directora polaca, fue hija de Henryk Holland. Por tanto su curioso apellido, de sonoridad inglesa, no corresponde a ningún pseudónimo. Después de graduarse en la Academia Cinematográfica de Praga, su primer trabajo fue a órdenes nada menos que de Andrejz Wajda, el gran director de “Katyn”, “El hombre de mármol” y “El hombre de hierro”, películas indispensables para entender la caída del comunismo en Polonia.

Agniezka logró emigrar a Francia antes del aplastamiento soviético, en 1981, del liberador movimiento Solidaridad. Hizo varias películas importantes en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, entre las cuales recuerdo la bellísima “El jardín secreto” (1983), antes de regresar a su patria cuando colapsó el comunismo en Europa Oriental y los cineastas pudieron disfrutar de libertad creativa.

Su más reciente obra es “Mr. Jones” (2019), título insípido para una gran película, mientras “L´Ombre de Staline”, con el cual se ha proyectado en Francia, es mucho más diciente.

El film trata del ocultamiento de la Gran Hambruna (Holodomor) en Ucrania (1932-1933), que mató varios millones de personas, fríamente ordenada por Stalin con tres propósitos: eliminar los campesinos prósperos, a quienes la revolución había entregado la tierra, colectivizar la agricultura y requisar toda la producción de trigo y maíz para exportarla y obtener divisas. Como  os campesinos ya se habían comido el ganado, para no entregarlo a las granjas colectivas, y como ya les habían expropiado las  parcelas, pronto el hambre fue absoluta y se llegó incluso al canibalismo.

Había que ocultarle al mundo ese horror, y por eso los corresponsales occidentales, enclaustrados en el lujoso Hotel Metropol de Moscú, fueron convertidos en cómplices mediante el abundante suministro de mujeres, alcohol y drogas. Esa operación de ocultamiento fue dirigida por William Duranty, representante del New York Times en Rusia, uno de aquellos intelectuales espléndidamente fletados, como tantos novelistas, poetas y columnistas, corifeos del comunismo-caviar, que padecemos en Colombia.

La película narra las heroicas averiguaciones del periodista británico Gareth Jones (1905-1935), quien logró introducirse en la prohibida Ucrania. Allí padeció el hambre, presenció la represión violenta y pudo ver cadáveres insepultos tirados por doquier, lo que le permitió denunciar en la prensa norteamericana la masacre, una de las peores páginas de la horrenda historia del comunismo.

Jones fue luego desmentido, despreciado, perseguido, calumniado, y asesinado tres años más tarde por la larga mano de la NKVD.

Con esta excelente producción anglo-polaca, Agniezka Holland rescata la trágica y ejemplar historia de un periodista insobornable, bien representado por James Norton, quien hizo de Andrei Bolkonski en la versión más reciente de Guerra y Paz.

Sin embargo, el excelente relato fílmico varias veces se interrumpe, innecesariamente a mi juicio, con una voz en off que recita líneas de Animal Farm, que para muchos espectadores resultan incomprensibles, al no estar familiarizados con la trayectoria de su autor, George Orwell, desde el anarquismo hasta la demoledora denuncia del estalinismo a través de esa pungente fábula.

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Cuando el hierro era más caro que el oro (Bogotá: Ariel, 2016) – A través de 60 ágiles y amenos capítulos, Alessandro Giraudo, de Viel-Tradition, de París, ha escrito una concisa pero muy ambiciosa historia del comercio y las grandes industrias, desde Asiria, cuando el hierro valía ocho veces más que el oro, hasta 1945, cuando se presentó en Hungría una inflación peor que la bien conocida de Alemania en 1923, y quizá mayor aun que la de Venezuela, porque se llegó a imprimir billetes de 100´000.000 de b-pengö.

Por esas 342 páginas, apoyadas por 61 de citas puntuales, desfilan temas como los mercados de esclavos de la antigüedad, el paso violento de la Edad de Bronce a la de Hierro; la construcción del Coliseo, financiada con el botín del Templo de Jerusalén; la Ruta de la Seda en la Edad Media; Venecia, cuando imprimía la mitad de los libros de Europa; la Carabela de Aviso y el Galeón de Manila en las rutas marítimas del Imperio Español; la contabilidad en fardos de arroz en el Japón; la creación de los bancos centrales para financiar guerras… y así sucesivamente.

La muestra anterior indica el interés de una narración que no decae, porque aun para lectores aficionados a la historia económica, este libro abunda en datos y temas sorprendentes, como por ejemplo, la magnitud de los suministros gringos a los rusos vía Vladivostok (sin los cuales la URSS no habría podido enfrentar a la Wehrmacht), jamás obstaculizados por el Japón, aliado de Alemania, pero que nunca entró en guerra contra Stalin.

Sin desconocer los méritos de esa obra, echo de menos dos capítulos:

1. Hasta dónde el propósito de arrebatar a los portugueses un muy lucrativo tráfico, determinó la búsqueda, navegando hacia Occidente, de otra ruta para llevar la pimienta y otras especias a Europa.

2. El papel del oro en la conquista de América, porque Giraudo solo se ocupa de la plata de Potosí y de México como factor del poder de España en los siglos XVI y XVII, especialmente.

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¡Según el Banco Mundial, el PNB de Venezuela, en los siete años que lleva Maduro, se ha contraído 86%!

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¡Cómo es posible que la Comisión de la Mentira, del descarriado cura De Roux, tenga un presupuesto anual de $96.000 millones!

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Ningún órgano judicial de un país soberano puede, como hace la JEP, al recibir subsidios (o sobornos) por 3.5 millones de euros, de una potencia extranjera, la EU, para absolver criminales, perseguir inocentes y subvertir el país.