martes, 18 de agosto de 2020

De cara al porvenir: y todos tan contentos

Pedro Juan González Carvajal

Pedro Juan González Carvajal*

Resultados recientes de la Encuesta Mundial de Valores nos ratifican una realidad que hemos construido por generaciones y que de alguna manera explica y justifica por qué somos lo que somos y cómo somos.

Comencemos por la conclusión: los colombianos vivimos satisfechos, en algunos casos felices, pero somos absolutamente desconfiados.

El que estemos satisfechos y en algunos casos felices, implica un amplio recorrido del péndulo que pasa de un desconocimiento absoluto de la realidad que nos rodea, hasta llegar a concluir que definitivamente no nos importa, lo cual explica el egoísmo, la indolencia, la falta de interés en conocer de dónde venimos y por qué estamos aquí. Nos contentamos con satisfacer ciertas necesidades primarias y nos entretenemos con cosas baladíes, debido a una pésima educación que definitivamente, al menos en los últimos 200 años, no ha permitido una adecuada formación ciudadana. De pronto la falta de cultura ciudadana y de civilidad, es lo que nos permite contentarnos con lo que cada cual recibe o consigue de cualquier manera, sin importar el concepto ni la realidad del otro, y la consolidación de aquella postura de “sálvese quien pueda”.

También permitiría inferir que somos un grupo de resignados, para quienes la figura del “Gran Pater o del Pater familia” sigue siendo un referente como en los antiguos clanes medioevales, lo cual explica por qué somos proclives a seguir esperando mesías y mientras tanto, aceptamos a los caudillos de turno que entretienen y reparten migajas a quienes no valoran el verdadero sentido de lo que sucede a su alrededor.

Un segundo elemento es que somos absolutamente desconfiados, lo cual implica que somos unos cusumbosolos, que vivimos a la defensiva y que no sabemos vivir en sociedad. Partimos del anti-principio de la “mala fe” y esperamos el zarpazo por parte de los otros, lo cual tiene mucho que ver con un sistema de justicia inoperante alrededor del cual la impunidad ha permitido que muchos individuos y organizaciones de todo tipo vivan al borde de la ley. Si no se respeta la ley, o se respeta, pero no se cumple, estamos en medio de una manada de salvajes para quienes el concepto de sociedad, y más aún el de sociedad política es desconocido, o es inalcanzable.

Se desconfía del desconocido, del distinto, del otro. No tenemos confianza en ninguna de las instituciones representativas de una sociedad: no se cree en el gobierno, ni en las fuerzas armadas, ni en las grandes empresas, ni en las iglesias, ni en el congreso, ni en la policía, ni en los jueces, y mucho menos en los políticos (Fuente: World Values Survey Association).

El tradicional concepto de familia que nos ha acompañado por milenios hoy se recompone y el cuarteto maestro-sacerdote policía-juez, ya no se reconoce ni se respeta y obviamente, no pesa.

Dejamos de creer en ideologías de cualquier tipo y de tener referentes, pero no los cambiamos ni los remplazamos por nada, lo cual nos lleva a no tener ni ideales, ni formas, ni esquemas que nos guíen.

Dejamos de respetarnos a nosotros mismos y de esta manera es imposible e impensable que podamos respetar a los demás.

Las muestras de incivilidad dadas en esta pandemia por personas de los estratos bajos que salen a trabajar a pleno riesgo y que juegan futbol y hacen fiestas callejeras, no distan mucho de los comportamientos de personajes de estratos altos que hacen fiestas en lugares privados y que tratan de esquivar los retenes para poder ir a pasar los puentes festivos en sus fincas o en las casas de campo  de los amigos, lo cual para un analista frio, da mucho para pensar y no deja que quede títere con cabeza.

Qué pesar, que nuestra rica y exuberante Colombia, tradicionalmente, mal querida y mal administrada, está llena de colombianos promedio, que distan mucho de ser los elementos básicos que se requieren para construir una sociedad moderna. Claro que hay excepciones, pero aquel estribillo de que “los buenos somos más”, no deja de ser un estribillo también mediocre que, a la hora de la verdad, tampoco se ve y mucho menos impacta.

NOTA: Mi absoluta solidaridad con el señor gobernador Aníbal Gaviria Correa y su distinguida familia.