Por John Marulanda*
Honesta y valiente la declaración del comisionado de la tal Comisión de la Verdad, el señor mayor de la Reserva Activa del Ejército de Colombia, abogado, Carlos Ospina. En una explícita carta, el mayor comisionado corrobora lo que el exministro de Defensa, Pinzón, había planteado a la opinión pública hace algunos días cuando dijo que la mayoría de los comisionados de ese ente.
Tuve la oportunidad de
concurrir a una convocatoria de esa Comisión y durante un día en el hotel Cosmos
de Bogotá percibí el ambiente mamerto del evento, con la mayoría de los
participantes entusiasmados en imaginarios humanistas y con un viciado interés
por la paz, coreando en cada exposición la culpabilidad única e histórica de
las FFMM, los paramilitares, la oligarquía, el imperialismo, etcétera, mientras
disimulaban cualquier referencia a los grupos narcoterroristas. Si se
mencionaron las FARC o el ELN alguna vez, fue para proclamar la nobleza de su
lucha por el pueblo. Por supuesto, Castro, Chávez, Evo eran nombres que se
deslizaban entre mesa y mesa de trabajo. Algunos participantes, sin embargo, al
conocer que yo era un militar retirado, se acercaron sigilosamente cuando iba
al baño o en los descansos, algunos con clara intención investigativa y otros
con un reprimido deseo comunicativo. El ambiente se tornaba aprensivo al
momento de manifestar contradicción u opinión diferente al criterio imperante.
Ante mis reclamos sobre la efectividad de esa comisión, fui acallado con un
argumento que se ha convertido en el principal y más importante de sus
operadores: es una comisión perfectamente legal, establecida de acuerdo al
decreto tal y tal y encuadrada dentro de la constitución. Pero una cosa es la
legalidad, y otra la legitimidad. En el plebiscito de octubre del 2016, la
mayoría de colombianos deslegitimaron, democráticamente, el acuerdo de La
Habana y todo lo nacido de ese negociado. Eso incluye la Comisión de la Verdad,
que aún no logra credibilidad aceptable en el colectivo nacional.
El jefe de esa Comisión, el jesuita de Roux, no inspira confianza. Su paso por el Cinep y por el Magdalena Medio parece que lo volvieron taciturno y su simpatía con el narcoterrorista ELN (“El planteamiento mismo del ELN es muy de lo que en Colombia queremos, por supuesto”, “Nosotros no queremos el Estado capitalista… queremos que esto cambie…”), han aumentado el caudal de sus detractores. Su frecuente explicación de que los que critican su feudo presupuestal de casi 96 mil millones de pesos para este año, que salen de nuestros bolsillos, le tienen “miedo a la verdad”, recuerda la sentencia de un desafortunado lugarteniente de Santos quien, cínicamente, sentenció a los cuatro vientos que “todos somos culpables”. Menos él, claro, Salvador Jaramillo. Además, se queja de Roux, que no se le puede “quitar autoridad moral” a su aparato, que se agita en olor a ejército del pueblo, como lo proclama la Teología de la Liberación. Pero es claro que no se le puede quitar algo que no tiene, como lo demuestra el escrito del mayor Ospina.
Y como esa “verdad” perversa se quiere imponer a pesar de las evidencias, pues la Comisión de Roux aclarará contra viento y marea que los principales culpables históricos de lo sucedido son los militares, en tanto la desacreditada JEP, a su vez, demostrará que los principales reos jurídicos de lo acaecido, coincidencialmente, también son los militares. Lista la fullería. Será la nueva historia de Colombia. Nihil obstat
La censura impuesta al comisionado mayor (RA) Carlos Ospina, es una demostración más de los objetivos y el manejo de esa Comisión de la Mentira. Desde la Reserva Activa, va el aplauso y el reconocimiento de soldados, policías y ciudadanos simpatizantes de la Institución, por su valiente voz que sin ambages muestra la componenda con la que se está llevando el país al caos. La causa del mayor Ospina, es una invaluable oportunidad para que, desde diferentes frentes e intereses, se identifique la Reserva en una meta común: denunciar públicamente esa Comisión. Porque, para citar la Biblia, como vamos, vamos camino, no a Damasco, sino a Venezuela.