viernes, 31 de julio de 2020

Lo que amo en San Ignacio de Loyola

José Leonardo Rincón, S. J.* 

José Leonardo Rincón Contreras

Hoy celebramos los jesuitas la fiesta de nuestro fundador y quiero contarles los rasgos que admiro en su personalidad:

De grandes aspiraciones y deseos, en principio movido por la vanagloria y el honor del mundo, porque no se contentaba con poco, insatisfecho, adverso a la mediocridad… convierte esos ardientes deseos en propósito de la Compañía de Jesús: la mayor gloria de Dios, esto es, el magis, el más, como una senda de mejoramiento continuo, en una dinámica constante del superlativo  el bien más universal, el mayor servicio, siempre más, siempre mejor… de modo que como dice el apóstol Pablo “cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios”. Pero simultáneamente es el hombre del minus, de la modestia, de los grados de humildad, del no aspirar a títulos y cargos, del no permitir a la Compañía campañas por el poder... El Jesús que seguimos es pobre, humilde y en cruz.

Desde su dolorosa convalecencia en Loyola se convierte en pionero de la psicología espiritual con eso que llamará Ejercicios Espirituales para ordenar la vida, un taller existencial para encontrar el principio y fundamento de la propia existencia, es decir, el sentido de la misma, ser feliz, salvar el alma. Para quienes deambulan perdidos y sin norte, aquí está la brújula. 

De la razón, la meditación y los argumentos, lo es también y sobre todo del corazón, la contemplación y los afectos. Pero ojo, hay afectos desordenados, engañosos distractores que nos venden felicidades falsas. Hay que ordenarlos. No es que sean malos, es que no sabemos utilizarlos tanto-cuanto. La vida hay que vivirla a plenitud cada instante de nuestra vida (carpe diem) pues: “No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Como dice Plinio el Joven: “Non multa, sed multum”. 

De fe evolucionada y madura, la Trinidad inspira su carisma. Cristo, Camino, Verdad y Vida, es el centro y referente de nuestra existencia. Con la taxativa convicción paulina de que nada puede separarnos del amor de Cristo, Aquel que en todo nos conforta, podremos decir: no somos nosotros quienes vivimos, es Cristo que vive en nosotros. Hay que ser “alter Christus”. María, compañera de ese camino, será la intercesora para ponernos con el Hijo. 

Cuando muchos afirman, Cristo sí, Iglesia no, Ignacio ama a la Iglesia como madre, Esposa de Cristo, liderada por el Romano Pontífice. Es verdad que en aquel tiempo como ahora resulte quizás decepcionante, es “casta meretrix”… pero la actitud no es de huida, como Lutero que abandona la barca cuando parece zozobrar, sino realizando el cambio desde dentro. Será el adalid del movimiento de contra-reforma eclesial. 

Es un místico con los pies bien puestos en la tierra. Es verdad que llora emocionado porque las flores le hablan muy duro, pero no por ello evade los problemas del mundo que lo conectan con la realidad: hay atender las urgentes realidades cotidianas y por eso se relaciona con Papas, reyes y todo tipo de autoridades y personajes, hombres y mujeres de toda clase y condición. 

La espiritualidad que promueve es la del contemplativo en la acción y en la acción contemplativo, en simultánea, sin momentos diversos y estancos, sin esquizofrenias. La vida espiritual es inseparable de la material. Evita esquizofrenias. De discernimiento espiritual para buscar y hallar a Dios en todas las cosas y en todas las cosas en Él y poner en práctica la voluntad de Dios en la vida. Tiene claro que el discernimiento no es para escoger entre el bien y mal, sino entre lo bueno, lo mejor. Es el hombre del examen, la revisión y la evaluación permanente. Lo que no se evalúa no mejora.  Se podrá dispensar de la oración, pero jamás del examen. El control de calidad es sistemático y permanente. 

Su mentalidad es abierta, muy moderna para el contexto medieval, rompe paradigmas intocables: el hábito, el rezo del coro, el sistema capitular, la vida encerrada para santificarse solos. Profundamente libre y disponible, siempre en movimiento, le resulta inconcebible estancarse, apoltronarse, instalarse en zonas de confort. Hay que discurrir por el mundo porque el mundo es nuestra casa y se queda pequeño frente a todas las posibilidades que ofrece para realizar allí la misión. Visionario de futuro, siempre en búsqueda, siempre en camino, así mismo se define como el peregrino, siempre en movimiento. De amplia flexibilidad nos invitará a adaptarnos a los tiempos, los lugares y las personas. 

A nivel organizacional concibe la Compañía como un cuerpo apostólico para la misión, donde la pluralidad y la diversidad son característicos, pero donde la “unión de los ánimos” impide la fragmentación. La “cura personalis”, eso que hoy llaman coaching, es la herramienta para acompañar. 

En el “En todo amar y servir”, todo un condensado de vida. Como diría Tagore: “Dormí y soñé que la vida era felicidad, desperté y vi que la vida era servicio, serví y descubrí que en el servicio está la felicidad”. Es un servicio para todos, sin distingos, estemos donde estemos y trabajemos con quien trabajemos. Sin embargo, los débiles y los pobres, los excluidos y vulnerables, siempre estarán en la mira, porque fueron los preferidos del Señor. 

Así las cosas, con ocasión de la fiesta de San Ignacio, les pedimos orar mucho por nosotros y por nuestras vocaciones. Lo necesitamos. El Papa Francisco, jesuita como los más de 250 que trabajamos en Colombia o los 19 mil en el mundo, vive pidiendo: ¡recen por mí! Por supuesto, les prometemos también orar por ustedes y por los suyos y más en estos tiempos difíciles que afrontamos. Así, en comunión de oraciones, compartiremos de lo que somos y tenemos y de esta manera, solidariamente, podremos juntos, cada día, trabajar para lograr el milagro de transformar este mundo, construyéndolo como un mundo más justo y más humano, un mundo que encuentre en la alegría del Evangelio el sentido profundo de su existencia. Lo haremos como si todo dependiese de nosotros, pero con la certeza de que eso depende del Señor. Todo, para la mayor gloria de Dios.