viernes, 10 de julio de 2020

El infierno está aquí

José Leonardo Rincón, S. J.* 

José Leonardo Rincón Contreras

No sé si ustedes tengan la misma sensación que yo experimento a ratos, cada vez con más frecuencia, y es la de tener sentimientos encontrados cuando se otea el panorama global, porque simultáneamente afloran la admiración por lo que el ser humano es capaz de realizar con su ingenio y creatividad para evolucionar y conquistar metas otrora apenas soñadas, y paralelamente, la dolorosa decepción de cómo esos mismos, ingenio y creatividad, se ponen al servicio de los más bajos instintos y de las acciones más crueles y aberrantes.

Esa constatación no es nueva y al evidenciarla no estoy declarando oficialmente el descubrimiento del agua tibia. La Sagrada Escritura, filósofos y teólogos, literatos y artistas, a lo largo del devenir humano, lo corroboran. Como decía el finado Gabo, a propósito de este Macondo colombiano, en su proclama “Por un país al alcance de los niños”, dos párrafos colosales que me permito transcribir por considerarlos tan sabios, como oportunos. Tan actuales, como pertinentes:

“Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión., el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón”.

“Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que muchas veces la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso --y Dios nos libre-- todos somos capaces de todo”.

Solo como colofón y por si alguno todavía de modo escéptico no lo cree, pero cuando explota un camión cisterna de gasolina y mata 12 y deja heridos 40 y hay gente que se ríe desde su acomodada posición citadina y hace chistes del dolor ajeno porque juzga merecido el castigo a su acto vandálico, olvida que su rabo de paja está fumando sobre un barril de pólvora y que otra tragedia le sobrevendrá, quemándolo y matándolo. O los que deliberadamente ignoran el genocidio permanente de líderes sociales. O los que defienden a los soldados violadores. O los que roban millones que eran para los pobres en la pandemia. O los corruptos descarados que saquean las arcas del Estado. Todos esos demonios nos confirman: el infierno está aquí y sus llamas, de muy diversa especie, nos consumen. Pudiendo estar en el cielo, hemos preferido el infierno.