jueves, 9 de julio de 2020

Vigía: ¿Reservamos una UCI a la democracia colombiana?

Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda (RA)
En 18 años, nunca la favorabilidad de las FFMM había caído tan dramáticamente, como en la última encuesta de Invamer‒Gallup. Hace tres meses había logrado un récord de simpatía con más de un 85%, (con Uribe logró un 87% en su primer mandato y un 90% en su segundo, coincidiendo con la Operación Jaque) pero ahora se desplomó a una cota histórica del 48%, (su más baja había sido el 60% durante el segundo gobierno de Santos). El desafortunado incidente del acceso sexual abusivo de unos soldados a una menor indígena, otros casos similares que la misma Institución denunció públicamente y el ensañamiento semana a semana de alguna prensa, ha enrarecido la opinión de un sector simpatizante de nuestros uniformados, aunque tales variaciones son frecuentes en la siempre voluble opinión pública, susceptible como nunca al manejo emocional de las noticias, los titulares de redes sociales y “fake news”.

En este último balance, que es una foto, reemplaza a las FFMM en el primer lugar la Iglesia, la cual, escándalos sobre pederastia de por medio y con obispos que acusan al gobierno de “venganza genocida” (emulando a un ex –presidente de ingrata recordación para las bicentenarias FFMM), alcanzó solo un 56%. Así, dos de los pilares fundamentales del Estado, Iglesia (religión) y Fuerzas Militares (seguridad), están en la mitad promediada de la confianza pública. Descorazona ver que otros dos basamentos institucionales de la nación, continúan por el piso: los partidos políticos (participación ciudadana) con un 13% y el sistema judicial (justicia) con un 17%. Claro que, en esta última encuesta, la novedad corre por cuenta de los militares, porque las dos estructuras anteriores sobrellevan la pena de la baja estima desde hace quinquenios. Los niveles de aceptación de las FARC (8%) y el ELN (2%) se han mantenido en la sentina de la opinión pública nacional en casi dos décadas, con máximos de 19% y 8% respectivamente, durante el gobierno Santos.

La preocupación no es liviana: producción de cocaína como nunca antes; una fuerza pública expulsada de territorios cocaleros farianos por comunidades envenenadas; narcocuadrillas del ELN y las FARC prohijadas por el gobierno venezolano y en crecimiento; aumento de la actividad delincuencial ahora por cuenta de bandas organizadas venezolanas; pospandemia pronosticada con desempleo, pobreza, flaqueza fiscal, y lo más grave, agitación de células extremistas financiadas por intereses transnacionales y estimuladas por los ejemplos de US y Europa (BLM, Antifa), esbozan un panorama poco promisorio. Muy seguramente se retomará el camino del disturbio y la violencia urbana fecodianos, que nos puede llevar a cualquier parte, menos a un buen puerto.

Si fuera por la encuesta, Colombia debiera estar como Venezuela, pero a pesar de la foto con tan mal semblante, el país se sostiene gracias a la fe de los más de 400 mil hombres y mujeres de las Fuerzas Militares y de la Policía, que mantienen su temperancia y paciencia pues saben, con 200 años de historia en sus mochilas, que los malos tiempos pasan. Gracias también a los ciudadanos de bien, la gran mayoría, representados en los miembros de los cuerpos médicos, profesionales de todas las ramas, transportadores, industriales, empresarios, empleados que día a día hacen lo mejor posible para dignificar su vida y evitar que un gobierno “progre” los convierta en vegetales votantes, como en Cuba, Nicaragua o Venezuela.

La historia nos ha demostrado repetidamente que han sido minorías radicales las asaltantes del poder en países democráticos en donde la confusión y la apatía inducidas predominan y la voluntad de compromiso colectivo es reducido. Si a lo anterior se agrega una ofensiva de medios tradicionales alquilados a los autores y motores del globalismo, del progresismo, del comunismo, pues termina uno por entender y dolerse de los que nos enseñó el socialista arrepentido JF Revel en “Cómo terminan las democracias” (1985), lo advertido por Levitsky y Ziblatt en “Cómo mueren las democracias” (2018) y lo pronosticado por D. Runciman en “Así terminan las democracias” (2019).

Solamente un renovado, denodado y agresivo activismo en pro de la familia, la religión, la propiedad privada, la libre empresa y la libertad individual, podrá hacer frente al pronóstico reservado en que ha entrado nuestra debilitada democracia. La Reserva Activa de Colombia, la que antes defendió con sangre los postulados de esta perfectible democracia, puede convertirse en el baluarte que, desde la civilidad, concite el interés ciudadano para exorcizar las amenazas populistas y socialistas de minorías apátridas. Bástenos con mirar a Venezuela para entender lo que nos espera, si no pasamos a la ofensiva.