Por John Marulanda*
En este último balance, que es una foto, reemplaza a las FFMM en el primer
lugar la Iglesia, la cual, escándalos sobre pederastia de por medio y con obispos
que acusan al gobierno de “venganza genocida” (emulando a un ex –presidente de
ingrata recordación para las bicentenarias FFMM), alcanzó solo un 56%. Así, dos
de los pilares fundamentales del Estado, Iglesia (religión) y Fuerzas Militares
(seguridad), están en la mitad promediada de la confianza pública. Descorazona
ver que otros dos basamentos institucionales de la nación, continúan por el
piso: los partidos políticos (participación ciudadana) con un 13% y el sistema
judicial (justicia) con un 17%. Claro que, en esta última encuesta, la novedad
corre por cuenta de los militares, porque las dos estructuras anteriores
sobrellevan la pena de la baja estima desde hace quinquenios. Los niveles de
aceptación de las FARC (8%) y el ELN (2%) se han mantenido en la sentina de la
opinión pública nacional en casi dos décadas, con máximos de 19% y 8%
respectivamente, durante el gobierno Santos.
La preocupación no es liviana: producción de cocaína como nunca antes; una fuerza
pública expulsada de territorios cocaleros farianos por comunidades
envenenadas; narcocuadrillas del ELN y las FARC prohijadas por el gobierno venezolano
y en crecimiento; aumento de la actividad delincuencial ahora por cuenta de
bandas organizadas venezolanas; pospandemia pronosticada con desempleo,
pobreza, flaqueza fiscal, y lo más grave, agitación de células extremistas
financiadas por intereses transnacionales y estimuladas por los ejemplos de US
y Europa (BLM, Antifa), esbozan un panorama poco promisorio. Muy seguramente se
retomará el camino del disturbio y la violencia urbana fecodianos, que nos
puede llevar a cualquier parte, menos a un buen puerto.
Si fuera por la encuesta, Colombia debiera estar como Venezuela, pero a
pesar de la foto con tan mal semblante, el país se sostiene gracias a la fe de
los más de 400 mil hombres y mujeres de las Fuerzas Militares y de la Policía,
que mantienen su temperancia y paciencia pues saben, con 200 años de historia
en sus mochilas, que los malos tiempos pasan. Gracias también a los ciudadanos
de bien, la gran mayoría, representados en los miembros de los cuerpos médicos,
profesionales de todas las ramas, transportadores, industriales, empresarios,
empleados que día a día hacen lo mejor posible para dignificar su vida y evitar
que un gobierno “progre” los convierta en vegetales votantes, como en Cuba,
Nicaragua o Venezuela.
La historia nos ha demostrado repetidamente que han sido minorías radicales
las asaltantes del poder en países democráticos en donde la confusión y la
apatía inducidas predominan y la voluntad de compromiso colectivo es reducido.
Si a lo anterior se agrega una ofensiva de medios tradicionales alquilados a
los autores y motores del globalismo, del progresismo, del comunismo, pues
termina uno por entender y dolerse de los que nos enseñó el socialista
arrepentido JF Revel en “Cómo terminan las democracias” (1985), lo advertido
por Levitsky y Ziblatt en “Cómo
mueren las democracias” (2018) y lo pronosticado por D. Runciman en “Así
terminan las democracias” (2019).
Solamente un renovado, denodado y agresivo activismo en pro de la familia, la religión, la propiedad privada, la libre empresa y la libertad individual, podrá hacer frente al pronóstico reservado en que ha entrado nuestra debilitada democracia. La Reserva Activa de Colombia, la que antes defendió con sangre los postulados de esta perfectible democracia, puede convertirse en el baluarte que, desde la civilidad, concite el interés ciudadano para exorcizar las amenazas populistas y socialistas de minorías apátridas. Bástenos con mirar a Venezuela para entender lo que nos espera, si no pasamos a la ofensiva.