Por John Marulanda*
La protesta por el asesinato de míster Floyd terminó como toda turbamulta, atrapando en gritería, puñetazos, vandalismo y ruina a ciudadanos como usted o como yo, en una dinámica similar a la de Santiago, Quito o Bogotá, que probablemente se repetirá. Tanto en Norteamérica como en el sur, el disturbio civil callejero es un instrumento para arrinconar gobiernos y desbarajustar democracias. Las estrategias gramscianas son asimiladas por estudiosos, intelectuales y cuadros marxistas leninistas que se infiltran en el Estado y desde sus posiciones corroen la mente de desatentos o desinformados, desfiguran los símbolos institucionales y abonan el terreno para lo que llaman resistencia o levantamiento. A los jóvenes les inoculan breviarios habilidosamente escogidos entre Bakunin, Kropotkin, Proudhom, Mao, Che, que proclaman la destrucción como instinto natural y justo; destrucción porque es la única manera de construir algo nuevo, fresco, más justo; porque primero hay que destruir para después construir; porque el propósito es la destrucción de todas las cadenas que nos atan y porque la violencia es la partera de las nuevas sociedades. Para ejercitar esa doctrina, en los 70 los comunistas utilizaron el “Mini manual el guerrillero urbano” de Carlos Marighella; hoy, emplean el “Manual del terrorismo callejero”, “Defensa popular”, “Sin miedo” o “Black bloc”, todos disponibles en la red.
Motivados por esas consignas y después de consultar
estos instructivos, jóvenes medioclasistas, saltan a la acción callejera.
Las redes los interconectan e involucran en igualdad de sentimientos con una
comunidad virtual que los ritualiza uniformándolos de negro, capucha, antifaz,
gafas, tenis y mochila. Cabecillas entrenados y con experiencia, procedentes de
otras ciudades o países, indican a dónde dirigirse, dónde reunirse, qué
vitrinas atacar, qué oficina incendiar, cuándo y por dónde huir. Los de la primera
línea llevan cascos y escudos para protección contra los gases, las balas
de goma, las aturdidoras y los garrotes de quienes se atreven a enfrentarlos.
Los de la segunda línea devuelven los gases de la policía, lanzan
piedras, papas explosivas, cohetes y molotovs. Y los de la tercera
utilizan espejos y láseres para desorientar a las fuerzas del orden y a los
helicópteros policiales. Como agua cibernética, son fluidos y ruedan
adaptándose al entorno. Se proclaman antifascistas, Antifa, una ramplona contradicción
de términos.
La vitrina, ¡ah, la vitrina!: dadme un
martillo y le romperé una rodilla al gobierno. Qué gritería de placer
desencadena el craqueo de los cristales rompiéndose en miles de fragmentos,
abriéndose a la ratería colectiva en donde todos son responsables, luego nadie
es culpable. Y si algún camarada muere, es declarado “víctima inocente” y
elevado al martirologio de la causa social. “La muerte se celebra”, como dice la senadora Cabal. Enjambres de bots con twitters, WhatsApps, fake news, ayudan
a sembrar la confusión y el caos.
Ante este escenario, todos los ciudadanos
de bien y miembros de la reserva activa deben conocer y entender los manuales
citados para proveer con información oportuna y adecuada las autoridades. Y ya
que las armas de fuego están restringidas, un garrote de guayacán o un bastón
extensible serán la mejor defensa, por ahora, de la vida y las propiedades
frente a muchachos exacerbados por el estúpido rol destructivo-creador
socialista. La turbulencia en USA pasará, Trump será reelecto, y por acá en el
sur seguiremos soportando las necedades de comunistoides mentecatos que
insisten en llevarnos al dolor y a la miseria. Como en Venezuela.