viernes, 12 de junio de 2020

Policía contra la pared

José Leonardo Rincón, S. J.* 

José Leonardo Rincón Contreras
Los asesinatos de George Floyd en Estados Unidos y de Anderson Arboleda aquí en Colombia a manos de policías, nos han consternado por la brutallidad de los actos y el abuso de la fuerza. Hace pocos días también un anciano vendedor ambulante, necesitado de sobrevivir en medio de esta pandemia cruel, fue igualmente maltratado por agentes del orden y el propio presidente Duque tuvo que salir a decir que una cosa es el cumplimiento del deber y otra el desproporcionado uso de la fuerza. Las dramáticas escenas nos recordaron los nada justificados excesos de agentes del ESMAD durante el tiempo de las manifestaciones públicas.

Tengo que decirlo claramente: me duele que estas cosas pasen y que le pasen a una institución que de verdad aprecio, de quien he recibido tres reconocimientos y en donde he contado desde hace muchos años con excelentes amistades. Soy consciente de que en todas las instituciones hay personas de todo tipo y que, por las vergonzosas equivocaciones de algunos, no se puede juzgar a todos.

Pero en estos días hubo una noticia que me alegró enormemente y que me hace sentir orgulloso. Se trata del patrullero Ángel Zúñiga quien en un acto de admirable libertad de conciencia se negó a participar en el desalojo por la fuerza de unas familias en Cali, argumentando inteligentemente que por la crítica situación que vivimos no era el momento para hacerlo. Me encantó escucharlo en su entrevista con Gustavo Gómez profesando su amor por su uniforme e institución, pero ratificándose en su posición, sin mostrar arrepentimiento: la Policía está para defender a los ciudadanos, no para atacarlos. Hay que obrar siempre el bien y si se ordena algo en contra del bien, no se debe obedecer.

Las palabras de Zúñiga me evocaron inmediatamente al obispo mártir, ya santo, Óscar Romero, quien en su última homilia dominical, que resultó ser su sentencia de muerte, les dijo a policías y militares que no asesinaran a su pueblo y los invitó a desobedecer a sus comandantes cuando ordenaran hacerlo. Y les recordó: por encima de estas órdenes, está la ley de Dios que ordena: ¡No matarás! Zúñiga obró en conciencia y prefirió entregar su placa y abocarse a una sanción disciplinaria, antes de obrar en contravía de sus convicciones. Se necesita tener muchos cojones para hacerlo, y lo hizo, dándonos a todos la mejor lección de ética de los últimos tiempos.

Y es que el debate es ético porque, en tanto unos quieren un castigo ejemplarmente severo por desobedecer órdenes superiores, la tal obediencia debida que llaman, otros, yo entre ellos, consideramos que ningún ser humano está obligado a actuar en contra de sus principios y valores, en contra de su propia conciencia. Eso lo sabemos todos, pero nos encanta hacernos los tontos ante esta verdad de a puño. Pues bien, la policía está contra la pared y de la forma como maneje el caso Zúñiga empeorará su maltrecha imagen salpicada también por la corrupción y otras vergüenzas en altos oficiales, o recuperará la credibilidad y estima del pueblo a quien sirve y que nunca debió afectarse.