Por
Antonio Montoya H.*
En épocas de reflexión, como la que vivimos hoy en el mundo, son muchos los temas que nos planteamos a diario, entre ellos inquietudes, inseguridades, dolores, angustias por el futuro laboral y personal; salen a flote conflictos no resueltos en la familia, en el trabajo, con amistades de toda una vida, en fin, son incontables los sentimientos que están a flor de piel y que generan ansiedad, en muchos casos depresión y sensación de ahogo por los pensamientos que se reviven y hacen por consiguiente un caos en la mente y la vida del ser humano convirtiendo el diario vivir en un tormento.
Son
varios los que expresan sin tapujos estas sensaciones que han tenido en estos
tiempos de cuarentena, y así lo han contado y expresado en reuniones que hemos
celebrado a través de la virtualidad, con amigos de colegio, de infancia, de
universidad, con los cuales, a pesar del tiempo y la distancia, el sentimiento
de solidaridad y amistad perdura y se renueva con la sola presencia en esas
tertulias virtuales. Allí expresamos las cosas buenas que para todos ha sido el
estar en familia y con los hijos en este tiempo, compartiendo la habitualidad,
el día completo y la satisfacción de pasarla juntos. Otros expresan que ha sido
más duro, porque ha sido difícil acomodarse, a compartir, porque existen
diferencias familiares y personales que han constado ese reagrupamiento amable
y solidario. Pero sin duda alguna, para todos, sin distinción, se han
solucionado esas diferencias que eran imperceptibles y que al momento de compartir
se vuelven un mundo. Damos gracias por esa posibilidad de sanear heridas.
Existen
otras dificultades que no se sanan fácilmente, ni siquiera con el apoyo de la
familia. Son las causadas por años de violencia en el país, como las que sufren
las victimas de las matanzas, las violaciones, los asesinatos, de la violencia
intrafamiliar, el desplazamiento, el abandono del Estado, la violencia
psicológica que en ocasiones hace más daño que un golpe, por cuanto mina la
resistencia de la persona, la vuelve frágil y pierde su autoestima. Estas, sin
compararlas con las anteriores problemáticas mencionadas anteriormente, han
llevado a que nuestro país pierda el norte y siga enfrascado en esa espiral de
odio, venganza y muerte que no para.
Puede
que se firmen acuerdos de paz, que se negocie con narcotraficantes o bandas
criminales; que se castigue y condene a los corruptos, que se acaben los
secuestros, que se logre la reducción del congreso, en fin, que, por la gracia
de Dios, todo ello confluyera en un solo momento… el objetivo no estaría
cumplido, por que queda faltando lo más importante, lo que viene de nuestro
propio interior que es el perdón.
Lo han
dicho los estudiosos del tema, el perdón y la reconciliación, son fundamentales
para lograr sanar las heridas. Se perdona, cuando se disculpa a otro por una
ofensa, renunciando a la venganza, a reclamar un justo castigo o a la misma
restitución, de modo que más allá de esto no se piensa en resarcir en el futuro
esa ofensa o daño, generando al interior de su alma sosiego, paz y
tranquilidad. Difícil, por cierto, pero ese perdón y reconciliación son la base
para construir una sociedad justa y equitativa, porque de lo contrario
seguiremos matando y odiando, a pesar de cualquier esfuerzo civil o
gubernamental, por ello puedo decir que sin perdón no tenemos nada.
En
días recientes he palpado esa realidad en personas que he entrevistado y me expresan
que desde que perdonaron los ultrajes recibidos, los actos contra ellos o sus
seres queridos su vida cambió, se sienten ligeros de equipaje y disfrutan el
día a día, sin pensar mucho en el futuro, están con sus hijos y seres queridos
dándole valor a la vida.
Perdón y reconciliación, debería ser el lema de un país herido por la violencia y la desgracia.