miércoles, 3 de junio de 2020

Control social allá y acá

Por José Alvear Sanín*

Empecemos allá: el estado policial, para controlar la población, disponía de varias herramientas, la primera y fundamental era el clima de terror. Cuando la menor desviación se castiga con la muerte, es fácil obtener la obediencia colectiva, y luego, a medida que la economía se hace más improductiva, el hambre solo se mitiga con los escasos alimentos que reparte el gobierno.

Pero como los humanos eran ingratos e indisciplinados, hubo que establecer, en cada manzana, los “comités de defensa de la revolución”, para premiar la conformidad de los vecinos con la prórroga de la tarjeta de racionamiento.

Sin embargo, las gentes seguían desagradeciendo los beneficios de la revolución, pensando, criticando y murmurando, lo que hubo que corregir estableciendo la delación como deber cívico, desde el niño al que se premia por denunciar a sus padres si le enseñan el Padrenuestro, hasta el cónyuge que delata a su pareja; el subalterno al jefe; el amigo al compañero; y así, hasta llegar a los incontables informantes de la Stasi, o al 10%, o más, de la fuerza laboral empleada en la policía, uniformada o secreta, de Cuba…, para no hablar de la tercera parte de la fuerza laboral que, según DW, está empleada por los servicios militares en Corea del Norte.

Al fin y al cabo, todo eso era inevitable, porque “el hombre nuevo” no podía crearse dentro de las categorías burguesas de la libertad individual.

Si mantener el control sobre una penitenciaría es bien difícil, pensemos cómo sería lograrlo a escala de un país entero, fuera pequeño como Cuba, o inmenso como China o la URSS.

Entonces, en los tiempos del Padrecito Stalin o del Gran Timonel no hubo más remedio, desde luego, que crear un clima omnipresente de terror y legiones de delatores. Actualmente, con el advenimiento de la tecnología cibernética, el control social ha progresado inmensamente. De China, ahora a la cabeza en campos como el reconocimiento facial, la computación y la telefonía, llegan noticias de un Estado tan eficiente como sigiloso.

En ese país, a cada persona se le acredita un determinado número de puntos, del cual no puede rebajar. Si es amable en su casa, obediente y disciplinado en el trabajo, si no arroja basuras en la calle, si no se embriaga ni llega tarde a su hogar, se le suman puntos. Pero si es agresivo, perezoso o impuntual, si cruza la calle por donde no debe, si pasa el semáforo en rojo, lee libros “inconvenientes” o trata de burlar la censura del internet, se le restan. Y si baja de determinado nivel, puede perder el empleo, le queda imposible conseguir otro y puede ser detenido para “reeducación” o prisión. Y detenerlo no es difícil porque para eso está el reconocimiento facial, para lo cual hay millones de cámaras en los lugares públicos. Así es posible que desaparezcan la criminalidad y el desorden, tanto como la libertad, la intimidad y la espontaneidad.

¡Nunca hubiera podido Mao soñar con tales resultados, en su imperio taciturno y famélico, uniformado de azul y con un librito rojo, en vez de un celular!

Lo que no logró la ideología lo consigue la tecnología: la colmena humana, la absoluta abolición de la diversidad y de la libertad.

Sigamos acá: pero esta tecnología, perfeccionada en Oriente, se está devolviendo contra las sociedades en las que se originó y que aún podemos considerar como democráticas, aunque en muy buena parte están llegando a ser gobernadas por partidarios de un nuevo orden mundial postcristiano, donde se necesitarán instrumentos eficaces para imponer un control social que permita eliminar la familia, la diferenciación sexual, inculturar en la ideología de género y reducir la población en varios centenares de millones…

La pantalla, presente en todos los recintos, genial anticipación de George Orwell, autor de 1984, recordaba que “el Gran Hermano te observa”, pero ahora ya no existe espacio sin televisión, computador y celular. El primero nos trae las noticias, nos entretiene y nos impregna del aire del tiempo. El segundo nos conecta con las plataformas que nos informan orientan y comunican (o lo contrario); y el tercero nos ubica, nos conoce, nos sugiere y hasta sirve para conversar. Estos tres imprescindibles adminículos hacen el más eficaz seguimiento, perfilamiento y control de incontables seres humanos. Y en las calles y lugares públicos, millones de videocámaras completan la vigilancia donde queda ya poco de intimidad y libre albedrío.

En todo el mundo impera “el Gran Hermano”. En Inglaterra, patria de Orwell, para no ir más lejos, hay tantas videocámaras como en China, y en Colchester funciona el Echelon, que rastrea, para la CIA y el CIS, centenares de millones de conversaciones telefónicas y correos.

Es tan asombrosa la capacidad de estos sistemas de espionaje electrónico, que se ha sabido que el BND alemán (Der Spiegel, 15-V- 2020) puede “supervisar” diariamente hasta 1.2 billones de correos y telefonemas. Sobre ese poder colosal, también a mediados de este mes de mayo, el Tribunal Constitucional de la República Federal ordenó una leve cortapisa en favor de la libertad para la labor periodística, lo que no cambiará mucho las cosas.

Lo trágico es pensar que en “el mundo libre” también se acerca el ideal de la termitera, guiada por la robótica y la inteligencia artificial, como futuro de la humanidad.

***

En Colombia algunos miran esos desarrollos con envidia provinciana. Por ejemplo, el pintoresco alcalde de Medellín concibió una App para registrar las direcciones, empleos, preferencias, etc. de los habitantes, pero como esta no prosperó legalmente, ahora va a montar otra sin la cual no podremos entrar a los centros comerciales cuando él los abra. Esta innovación se suma a otras de sus genialidades, como prohibir el acceso durante 15 días al Metro y a los buses, a quien hayan multado con $936.000= por no llevar tapabocas. ¡Este señor es uno de los 1.126 emperadorcitos que completan, complican, enredan, interpretan, embrollan y dilatan la cuarentena!