Por John Marulanda*
La muerte es el origen de la filosofía y el miedo a la muerte un frecuente
instrumento político de poder. A raíz de la pandemia, jóvenes funcionarios
pasantes en la práctica del autoritarismo, algunos con gestualidad y verbosidad
características del socialismo histérico-veintiunero, sentencian ucases a
diestra y siniestra para “evitar niños huérfanos” y los ciudadanos, mansos,
obedecen por miedo a contagiarse y morir. Los indóciles son sometidos por la
policía o doblegados por la gripa china. Argumento final.
Preocupa a muchos analistas la posibilidad de que los actuales gobernantes,
enmelados con la sensación de poder inmediato que les da la emergencia, decidan
con argucias continuar con ese estilo de gobierno, modo China. Además, para eso
Beijing les está ofreciendo la tecnología 5G. Fuera del ámbito político, otros dos
componentes fundamentales de la sociedad están viviendo un trance que augura
cambios cruciales en el futuro inmediato: la familia y la religión. Unos
comentarios sobre esta última.
Por miedo al contagio y por orden del gobierno, la Misa, la máxima
expresión del rito católico, se ha trasladado a la televisión, a lo que desde
hace años se conoce como la “Misa para enfermos”, los domingos en la mañana.
Ahora podemos ver y oír en directo desde las capillas del Vaticano al Papa,
oficiando la misa dominical. Pero la grey católica no está adocenada en medio
del rebaño vecinal, ni subyugada por la arquitectura catedralicia, ni
hipnotizada por la monodia de los cantos gregorianos, ni enervada por el incienso.
Por el contrario, la tecnología facilita que se esté en pijama, yaciente en el
sofá, con un café en la mano izquierda y atento al celular en la derecha,
mientras se atisban los titulares de la prensa en la mesita auxiliar. Reunidos
en la sala o en la alcoba, sin pararse, sentarse o arrodillarse como manda la
liturgia, se tramitan minucias hogareñas cotidianas de cocina, aseo y varios,
ininterrumpidamente, mientras el oficiante pronuncia su homilía. En la misma
residencia, algunos pueden estar “viendo” la misma misa en otra habitación.
El cura párroco se ha segregado para que no enferme y de pronto muera, y su
rebaño local se ha disipado por estos días; los vecinos que no se conocían,
pero se identificaban siempre en la banca de adelante o en la lateral, se
desvanecieron; se extinguieron la comunión tradicional y las estrechadas de
manos, la charla en el atrio a la salida de Misa desapareció. Claro, la limosna
se puede consignar a través de la red. Los jóvenes, que viven en la
virtualidad, no lo ven tan dramático (“es la nueva realidad, pa´”); los maduros
rumian escepticismo (“esto para donde va, hermano”) y los más viejos, muerden
el desencanto con resignación (“nunca creí ver esto, Libardo”).
Virtualidad, informalidad, pérdida del rigor ritual: ¿permanecerán después
de este remezón global? Los Sacramentos, el Bautismo y la Confirmación, por
ejemplo, ¿se estandarizarán a través de pantalla? ¿La Confesión será una
aplicación segura, con penitencia, verificación del cumplimiento de esta y
absolución incluidas? Al matrimonio no le veo problema. ¿Los enfermos
terminales, aislados, solos en su trance final recibirán la extremaunción por
zoom? La palabra de Dios, ¿definitivamente se entregará por Twitter o WhatsApp?
Todo está en desarrollo. Por ahora, sorber café mientras su Santidad oficia la
transustanciación del pan y el vino, no deja de incomodar a quienes entregan su
espiritualidad cotidiana a una Iglesia en crisis de confiabilidad y con
persistentes inculpaciones penales contra sacerdotes, párrocos y obispos, aquí
y en todas las latitudes.
La Iglesia católica ha resistido durante dos mil años los ataques de
güelfos y gibelinos y nunca ha sido menor a los retos de la ciencia humana,
pero la dinámica tecnológica en desarrollo la podría afectar sustancialmente. Y
América Latina, su bastión con unos 600 millones de fieles, es un continente
con una brecha digital insalvable. Sin embargo, más temprano que tarde, en los
hogares que puedan adquirir la tecnología correspondiente, se podrá ver los
domingos por la mañana o tarde, o cuando el evento lo requiera, en el centro
del apartamento, al lado de la mascota, una proyección holográfica del párroco
respectivo, de un jerarca o del propio Papa, oficiando la Misa, administrando
los sacramentos del caso o desarrollando la Semana Santa. ¿La nueva iglesia?