Por John Marulanda*
¿Volverán los militares al poder en América Latina? es la pregunta que
ronda por estos días entre analistas del más diverso pelambre, todos empeñados
en proyectar rumbos políticos en la pospandemia. Coinciden en mencionar un
descontento generalizado de las ciudadanías con la ineficiencia, ineficacia,
corrupción e impunidad de los gobiernos tanto de izquierda como de derecha.
Parecería que la democracia ahora no satisface a votantes cautivos de
camarillas y clanes políticos electoreros. Esta situación abre la puerta, según
algunos, para el regreso de estructuras militares, fuertes pero eficaces y
menos corruptas. Además, la tropa por lo general pertenece a las clases pobres
de los países latinoamericanos. Los de la izquierda totalitaria y represiva,
salen al paso recabando las desgastadas historias de desafueros castrenses en
Chile, Argentina, Brasil, Guatemala, mientras su bodrio informativo Telesur y
otros medios de alquiler, insisten contraevidentemente en hablar maravillas de
los regímenes cubano, nicaragüense y venezolano. Y difunden los “sabios”
pronunciamientos de Morales y Mujica.
En el caso colombiano, un 86,7 % de simpatía de la opinión pública, es un
piso político gigantesco que los militares no saben, no quieren o no pueden
manejar, en tanto la refundida moral ciudadana colombiana se resiste a aceptar
a asesinos, violadores, secuestradores y narcotraficantes, inmunes y
discursivos desde una curul en el congreso ‒la voz del pueblo en democracia‒ con
millonarias dietas que pagan campesinos, obreros, trabajadores y empleados. Ese
Congreso, sus partidos políticos y la justicia, sufren de un mínimo de
credibilidad, mostrando la anemia institucional del país, primer productor
mundial de cocaína.
El Ejército Nacional de Colombia ha dado suficientes y duraderas pruebas de
su lealtad a los principios republicanos de la democracia colombiana. Es la institución,
no empresa como dicen algunos, más querida por los colombianos. Y a lo mejor
todos los persistentes escándalos semanales contra ella, son un intento por
degradar ese piso político que preocupa a élites corruptas. Ha cometido
errores, sí. Algunos garrafales, como el de las ejecuciones extrajudiciales que
manchan la historia de su bicentenarismo. Hay casos de corrupción, sí. Entre
320 mil hombres y mujeres, algún torcido habrá. Y la puja por llegar a la
cúpula de esta organización altamente jerarquizada y piramidal no está exenta
de maniobrerías: si hay codazos por el poder en la Iglesia, en donde se supone
que todos sus miembros están en la brega por la santidad…
No son justificaciones, son explicaciones. Pero repetidamente en los
últimos años, estamos oyendo a un puñado de personas con oscuros tintes
políticos, hablando sobre lo que no conocen ni personal, ni histórica, ni
técnicamente. Erosionan la moral de la tropa, esa que evitaron pues no pagaron
su servicio militar, ni permitieron que sus hijos lo hicieran, faltaba más. Que
arriesguen y entreguen su vida los pobres soldados pobres, para que ellos
puedan seguir seguros, cómodos y hablando de oídas, de referencias. Aflojan los
nudos para que la institución quede al garete, con armamento y todo, y vaya a
parar quien sabe en qué orilla. Y esto se da en un contexto en donde, en el
país y en la región, las comunidades permanecen interconectadas y (des) informadas;
la rebelión eructa con creciente frecuencia; la pandemia ha sido un buen
ejercicio de autoritarismo racional y las tecnologías de control social como
las redes G5, tutorada además por expertos chinos, son una tentación mayor en
Estados pospandémicos quebrados, con altas tasas de desempleo, pobreza
generalizada y violencia incontrolable. Muy fácilmente se puede ceder el turno
a gobiernos populistas o militaristas.
Como los militares bajo banderas son incondicionales a la autoridad civil,
como tiene que ser, queda la opción política de la reserva activa que goza por
reflejo, de la simpatía y credibilidad de los activos. Desafortunadamente los retirados
siguen sin encontrar su rumbo, debido entre otras cosas, a que, en un entorno
político tan complicado, insisten en actuar con criterios doctrinales de
unidad, jerarquía y subordinación. Los llamamientos rígidos por mantenerse en
los cánones comportamentales de la milicia deben ceder el paso a posiciones
flexibles, sin negociar los principios. Rendir la vanidad de un mando ya
inexistente a los azares políticos, es un requerimiento básico. Federalizar el
entorno y los objetivos políticos, es una estrategia que se colige de la
historia.
Muchas y variadas organizaciones de reservistas, enriquecen la discusión y
atesoran conceptualmente las posibilidades políticas de la reserva activa. En fin,
las opciones políticas están abiertas para quienes ayer portaron con orgullo el
uniforme y hoy son ciudadanos con plenos derechos civiles, entre ellos el de
hacer política partidista y electoral, controvertir, disentir, insubordinarse,
elegir y ser elegido. Interesante perspectiva política en la pospandemia.