José Alvear Sanín*
Desde la Independencia hemos sido un país a la
vez legalista y crédulo. Siempre se ha pensado que bastan las leyes para
cambiar situaciones desfavorables, que los textos van acompañados de virtudes
mágicas que aseguran su cumplimiento, y que para resolver cualquier problema
solo se requiere una reforma constitucional.
Con frecuencia reflexiono sobre la novela Manuela, de Eugenio Díaz (1803-1865),
que, como toda obra “clásica”, está ausente de las clases. Aunque de las
mejores que se han escrito en Colombia, es de lamentar que no haya influido en
nuestro pensamiento.
Eugenio Díaz era un sencillo campesino, pero buen
lector, de algún municipio calentano de Cundinamarca. Nos narra la situación de
miseria del pueblo y cómo lo explotan gamonales y caciques, lo que escandaliza
a los señoritos bogotanos, que de tanto en tanto, cuando bajan a la provincia,
exclaman que esa situación no puede darse, porque la ley tal, el decreto cual o
equis reforma constitucional están vigentes…
Esos mismos jóvenes idealistas regresan a la
capital a perfeccionar esos textos o a idear otros, mientras gamonales y
caciques siguen explotando a los humildes.
Traigo esto a cuento porque una pandemia paralela
recorre el país, con el aprovechamiento de la emergencia para saquear la
tesorería de muchos municipios, donde los alcaldes se inmortalizan con
decretos, protocolos y contratos…, pero como miles de constituciones, leyes,
decretos y resoluciones están “vigentes”, nada puede hacerse.
Dudo que haya un país con legislación
anticorrupción más abundante. Es verdad que los hay más corruptos, pero no
podemos ignorar los incesantes esfuerzos hechos por alcanzarlos entre 2010 y
2018.
Ahora bien, mientras sigamos legislando contra
la corrupción, pero eligiendo y nombrando pícaros, Colombia seguirá subiendo en
el ranking vergonzoso que anualmente publica Transparencia Internacional.
Hay que considerar el contrasentido de “amarrar
el gato con longaniza”, que es precisamente lo que se hace creyendo que
mientras haya leyes, etcétera, vigentes contra la corrupción, podremos seguir
tolerando burocracias y clientelas podridas, pensando que si esas gentes violan
las normas, contralor, fiscal y procurador llevarán a los “presuntos” ante los
jueces, sin detenernos a pensar en la aterradora ineptitud de las “ías”
clientelistas y en la postración moral del politizado poder judicial.
No puede pedirse peras al olmo. Si los jueces
han sido formados en el odio por todos los principios del derecho y la
democracia, que para sus profesores son mecanismos burgueses de opresión, no es
de extrañar que la justicia haya terminado como un mecanismo al servicio de la
revolución, porque únicamente es “ético”, lo que a ella conduzca.
Considerando estos hechos, pienso que existe
una “longaniza legal”, para tranquilizarnos, porque se está “amarrando” a una
impresionante cantidad de jueces, docentes y funcionarios públicos
comprometidos con la revolución, capaces de todo, dentro de una inextricable
maraña “legal”.
¿Y qué pensar del nombramiento de la esposa de
Roy Barreras, por parte del nuevo fiscal, como Directora de Apoyo de Seguridad
Ciudadana?, a menos que eso sea la señal de que el sulfuroso senador estará
totalmente blindado.
¿Podrá alguien creer que mientras estén
“vigentes” tantas leyes, etcétera, Claudia López ejercerá la alcaldía ceñida a
ellas, en vez de abusar día y noche del poder, de la mermelada, la demagogia y
las juntas de acción comunal, hasta llegar a la presidencia?
¿Cuándo se nombrará y elegirá a gentes
moralmente idóneas, en vez de seguir legislando y dictando decretos, para
confiar su ejecución a personal indigno de confianza?
***
—Civilización, de Niall Ferguson. A
finales de 2018 califiqué como mediocre el libro “El Imperio Británico: cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial”, de
Niall Ferguson (Barcelona: Debate; 2016). Por tanto, no pensaba volver a leer a
este connotado historiador, pero por amable insistencia de un gran lector, Luis
Alfonso García Carmona, tomé “Civilización:
Occidente y el resto” (Barcelona: Debate; 2012, 508 pag.), que
inmediatamente me agarró por su agilidad, original análisis e impecable y
abundantísima documentación. Como este libro es especialmente recomendable,
solo llamaré la atención sobre uno de los centenares de temas que trata con
erudición y propiedad.
El autor parte del hecho de que hace cinco
siglos los pequeños países de Europa Occidental eran muy pobres y estaban muy
atrasados en comparación con China e India. Luego pasa a explicar cómo en esos
cinco siglos se desarrolló la civilización en Europa, y cómo esta, encabezada
ahora por los Estados Unidos (y de la cual Iberoamérica forma parte
inseparable), ha llegado a dominar al mundo política, mental y culturalmente.
A esto se ha llegado gracias a varios factores:
libertad para competir, ligada al concepto de la autonomía individual;
desarrollo de la ciencia; respeto por la propiedad privada; predominio de la
medicina moderna; la ética del trabajo, derivada del cristianismo, y el acceso
generalizado a la sociedad de consumo.
Como historiador, Ferguson se pregunta una y
otra vez si Occidente está a punto de perder su preponderancia, lo que lo lleva
a ocuparse de China.
No puedo, entonces, dejar de llamar la atención
sobre un tema bien poco conocido, como es la situación del cristianismo en ese
país. Pensábamos que los protestantes eran cuatro o cinco veces más numerosos
que los católicos, y que el cristianismo estaba prácticamente extinguido,
porque desde el triunfo de Mao, en 1949, la persecución ha sido sistemática e
implacable.
Sin embargo, Ferguson, que ha visitado
detenidamente ese país, considera que los cristianos superan actualmente los
130 millones, cifra para mí sorprendente, que indica que esa minoría ya alcanza
a ser algo así como el 8% de la población, lo que explicaría el recrudecimiento
reciente de la persecución, la destrucción de templos y el encarcelamiento de
los sacerdotes que no se someten a la “Iglesia Patriótica”, organizada por el
gobierno para ordenar el contenido de la predicación y determinar las
creencias.
Si los cristianos han sobrevivido y crecido
tanto bajo ese implacable régimen, es incomprensible el Acuerdo de septiembre
2018 entre el papa Bergoglio y el gobierno chino, que entrega a este el
nombramiento de los obispos y fusiona la Iglesia fiel y perseguida con la
oficial al servicio del gobierno. El clero católico, empezando por el cardenal
Zen, ha rechazado la supeditación a ese régimen ateo, totalitario, abortista y
opresor, que también está aplastando la minoría musulmana de los Uighir.
***
—Der Spiegel mayo 15, 2020, informa
que la agencia alemana de Inteligencia (BND) tiene capacidad de supervisar (überwachten) hasta 1.2 billones de
emails y telefonemas diariamente.