Por Pedro Juan González Carvajal*
Ahí,
sin querer queriendo, van pasando los días, las semanas y los meses desde que
iniciamos esta cuarentena con el fin de aportar, desde cada individuo y desde
cada familia, de manera paciente y responsable, nuestro grano de arena para
tratar de evitar la propagación de nuestro invitado inesperado: el COVID-19.
El
ejercicio de convivir 24 horas completas con el círculo familiar es un gran
reto. Todos tenemos muchos universos y todos ellos se complementan para que no
nos abrume ni la monotonía ni el cansancio.
Paulatinamente
se hacen pruebas para ir retomando algunas actividades con el fin de no dejar
que la economía se paralice del todo, pues es indiscutible que ni los ahorros
ni los subsidios pueden durar toda la vida. Es el gran riesgo que estamos
comenzando a asumir, sabiendo que tenemos que estar alertas y atentos a lo que
vaya sucediendo en otros países que, por pocos días de adelanto con respecto a
nosotros, ya están viviendo esta experiencia.
Ojalá
las cosas marchen bien y que de manera civilizada sepamos guardar, respetar y
hacer respetar los protocolos necesarios para este reinicio del proceso de
socialización.
Hay
que entender que todos reaccionamos distinto ante las diferentes circunstancias
que nos corresponde vivir y a las pruebas que no pone la vida.
Algunos
han enfrentado esta situación como si nada hubiera pasado. Otros con angustia
por el encierro. Otros siguen con sus responsabilidades laborales y académicas
respaldados en la tecnología. Otros se angustian por el confinamiento, pues una
cosa es no querer salir y otra muy distinta es no poder salir. Otros se afectan
física o emocionalmente, entre otras tantas posibilidades. Lo importante es que
esta nueva situación ha puesto a prueba nuestra responsabilidad, nuestro buen
juicio, nuestro orden, nuestra tolerancia y además ha servido para corroborar
quiénes verdaderamente hacen parte de nuestras vidas.
Ojalá
los ejemplos que se han divulgado con respecto a algunos pequeños síntomas e
imágenes de recuperación de ciertos espacios por parte de la naturaleza y de
otros seres vivientes, nos ayude a entender el nefasto protagonismo que hemos
desarrollado, afectando la vida de otros y de nosotros mismos.
Resulta
inconcebible e inconsecuente que la especie dominante, el rey de la creación,
quien se considera hijo de Dios, no entienda que cada uno de nosotros
respiramos en promedio 13 veces por minuto. Y que, ante esta contundente
realidad, que es condición para estar vivos, ensuciemos permanentemente y de
manera creciente el aire que de todas maneras hemos de respirar sucio,
contaminado y envenenado. A ratos la lógica se queda corta para explicar y
entender que es lo que nosotros los humanos consideramos como significado de lo
que es ser inteligente.
Considero
que sin distingos de preferencias políticas debemos apoyar y respaldar a
nuestros gobernantes. Les tocó duro y ojalá les vaya bien, pues ellos son los
que tendrán que tomar las decisiones que nos han de impactar a todos.
Es
posible que pretendamos y aspiremos a que todo vuelva a ser como antes y es uno
de los escenarios. Sin embargo, debemos prepararnos a emprender un proceso de
resocialización lento, que implicará paciencia, restricciones en las
expresiones de afecto, filas, turnos, citas, cambios de rutinas, espacios,
entre otras tantas cosas de nuestra cotidianidad.
De
pronto hablábamos de manera anecdótica y lejana de la figura de “slowly”,
del “slow life” que fue lanzado como movimiento hace algunos años en
Roma ante la apertura de un establecimiento de comida rápida en una plaza
tradicional. El Movimiento slow es una alternativa para enfrentar el
ritmo de vida del mundo occidental, que aboga por tomarse tiempo para saborear
y disfrutar cada instante de la vida y ha tenido éxito en muchos lugares del
mundo. Parece que ha llegado el momento de hacernos a la idea y practicarlo.