domingo, 10 de mayo de 2020

Día de madres


Por Andrés de Bedout Jaramillo*

Andrés de Bedout Jaramillo
Quedaron atrás, por lo menos en este 2020, las tradicionales reuniones familiares que permitían el reencuentro físico de dos, tres generaciones, en un espacio físico de encuentro, reencuentro y hasta conocimiento familiar, en un mundo donde el concepto de la mal llamada independencia, ha venido haciendo mella en el importante concepto de familia y ha llevado a las personas a vivir solas, dejando solas a las que nos dieron la vida, a las madres y de paso a los padres y abuelos, hoy, pertenecientes a esa población vulnerable, dentro de la crisis que está pandemia nos ha generado.

Qué paradoja, a los que no nacimos en la virtualidad, nos ha tocado aprender a vivir en la virtualidad, que, viéndolo bien, ha permitido incrementar el muy rápido contacto con los seres queridos, contacto que por el acelere, por los trancones que incrementan las distancias y hacen el tiempo más escaso y que por la virtualidad misma, permite hacer muchas más cosas al mismo tiempo, en un contacto corto, más frecuente que el contacto físico de antes.

Los sentidos del oído y de la vista, remplazan el del tacto, que permitía ese contacto físico del abrazo que hoy en los tiempos del COVID-19 quedó abolido, prohibido y cayó de perlas, en los tiempos del acelere, de la escasez de tiempo, donde la virtualidad se convirtió en la única posibilidad de ver y oír a través de una pantalla a nuestros seres queridos.

“Ver y no tocar”, letrero que veíamos en los almacenes, ya hoy es un hecho, una conducta, un comportamiento, que no requiere de expresión física, el regalito de madres lo vimos en la pantalla, lo pagamos por la pantalla y ordenamos su envío por la pantalla; nunca lo tocamos ni tuvimos la satisfacción de entregarlo físicamente, inclusive, en muchos casos la entrega física estuvo prohibida, por el riesgo.

Todo se volvió fácil, práctico y rápido, pero raro, tan raro que ya nos invadió el síndrome de la cabaña: como todo lo puedo hacer desde casa y además no puedo salir de casa por los riesgos del contagio, termino prefiriendo no salir, ni los días que el pico y cédula, el pico y placa, el pico y género, etcétera, me permitan ese privilegio.

Definitivamente la calle se volvió de los domiciliarios, encargados de hacer que lo físico y lo virtual se encuentren.

Tiene gran parecido, con las épocas antiguas donde los mensajeros, los emisarios, permitían que lo físico llegara a pie, si mucho a caballo, en barco, tomándose mucho más tiempo que el que hoy se toman los domiciliarios de la virtualidad.

Hoy veremos las madres, pero no las podremos tocar, será una reunión virtual de máximo una hora, no pasaremos el día con ellas, no podremos sentir la sensación de abrazarlas, cogerles la mano, no estaremos en reunión de tres generaciones, pediremos el domicilio, veremos Netflix, nos arreglaremos para este especial día y para vernos bien en la teleconferencia, sí, tenemos el síndrome de la cabaña.

Aprovechemos para agradecerle al Creador, por la vida y por los medios virtuales y los domiciliarios, que nos permitirán celebrar, así sea en una forma diferente, el día de las madres.