martes, 26 de mayo de 2020

De cara al porvenir: vocabulario pandémico y el regreso de McGregor


Por Pedro Juan González Carvajal*

Pedro Juan González Carvajal
Uno de los efectos interesantes de los casi dos meses de cuarentena ha sido la consolidación de un nuevo lenguaje conformado por términos que, a fuerza de repetirse, se instalarán en nuestra cotidianidad, unos para bien y otros para mal.

Teletrabajo, trabajo en casa, virtualidad, plataforma, Zoom, Teams, curva pandémica, aplanar la curva, autocuidado, distanciamiento social, reapertura de la economía ‒de donde se deriva la terrible palabra “aperturar” que puso de moda un exfiscal y que utilizan mucho los banqueros cuando aperturan una nueva oficina‒ y un largo etcétera, hacen parte de ese nuevo diccionario.

Pero hay dos palabras que van comandando de lejos este nuevo léxico: reinventar y webinar que son utilizadas de manera abusiva. Si pudiera medirse el nivel de utilización, creo que jamás, a lo largo de la historia, una palabra se había utilizado más que reinventar. Hay que reinventar el sistema educativo, el sistema económico, las empresas, las formas de trabajar, la manera de relacionarnos, de alimentarnos, de vestirnos, nos tenemos que reinventar a nosotros mismos.

Más allá de ese desgastado término lo que se ha puesto de nuevo de presente es la premisa darwiniana: la especie que sobrevive no es la más fuerte ni la más inteligente sino la que mejor se adapta. A potencializar pues nuestra capacidad de adaptación para entender, enfrentar y finalmente controlar las nuevas circunstancias que se nos presentan.

La segunda palabra es un neologismo que une web y seminario para que resulte webinar. La idea es fantástica, aprovechar la tecnología y el aparente tiempo ocioso que tenemos para fomentar actividades académicas sobre diversos temas. Pero como todo en la vida, es tal la sobreoferta de webinar que ya cuando escucho la palabra su fonética me genera confusiones: a veces confundo webinar con ”huevoniar”.

Relacionado con los conceptos de teletrabajo y trabajo en casa, con todas las bondades que tienen y que nos demuestran que debería haberse utilizado intensamente desde hace mucho tiempo, como aporte, por ejemplo, a los problemas de movilidad de nuestras ciudades, hay que reconocer que en las actuales circunstancias está develando muchas realidades de la vida organizacional.

Desde cuando en los años veinte del siglo pasado, Elton Mayo publicó los resultados de sus estudios de Hawthorne sobre la relación entre las condiciones de trabajo y rendimiento de los trabajadores, se han planteado innumerables e interesantes teorías al respecto. Una de las más importantes tiene ya sesenta años y la planteó Douglas McGregor en “El lado humano de las organizaciones” al proponer sus conocidas Teoría X y Teoría Y como las dos visiones que un gerente puede tener sobre su equipo humano. La Teoría X es una visión negativa, en la que se parte de que el trabajador es perezoso, con aversión al trabajo y que necesita ser controlado, mientras que la Teoría Y parte de la visión positiva de un trabajador responsable, proactivo al que se puede dar autonomía por su capacidad de autodirección.

Pues bien, después de mucha tinta, literatura y teorías construidas en los últimos sesenta años como el empowerment, el coaching ontológico, hasta llegar al happiness en el cual el jefe no es jefe sino GEFE ‒gestor de felicidad‒ (entran risas, no pude encontrar el emoticón de carcajada), la realidad nos indica que estamos, con honrosas excepciones, bajo el imperio de la Teoría X.

El trabajo en casa conduce a un alto riesgo de exceso de control por parte de los jefes. Se ha conocido de casos en los que se exige al trabajador tomarse fotos frente al computador para que exista evidencia de que está trabajando, se programan tele reuniones a todas las horas para mantener al trabajador ocupado sobre la base de la desconfianza y se le somete a una jornada de 24/7 en la que se invade su esfera familiar y su intimidad.

Será necesario que se legisle sobre esta forma de trabajo como ya se ha hecho en otros países, pero lo más importante es que el curso obligado que estamos haciendo nos permita madurar para que sepamos utilizar adecuadamente estas nuevas formas y la tecnología que las soporta.

Y, para terminar, ¡ahí está mi Dios para que luego de tanta reinvención quedemos por lo menos como estábamos!