Por Pedro Juan González Carvajal*
Uno de los efectos interesantes de los casi dos meses de
cuarentena ha sido la consolidación de un nuevo lenguaje conformado por términos
que, a fuerza de repetirse, se instalarán en nuestra cotidianidad, unos para
bien y otros para mal.
Teletrabajo, trabajo en casa, virtualidad, plataforma,
Zoom, Teams, curva pandémica, aplanar la curva, autocuidado, distanciamiento
social, reapertura de la economía ‒de donde se deriva la terrible palabra “aperturar”
que puso de moda un exfiscal y que utilizan mucho los banqueros cuando aperturan
una nueva oficina‒ y un largo etcétera, hacen parte de ese nuevo diccionario.
Pero hay dos palabras que van comandando de lejos este
nuevo léxico: reinventar y webinar que son utilizadas de manera abusiva. Si
pudiera medirse el nivel de utilización, creo que jamás, a lo largo de la
historia, una palabra se había utilizado más que reinventar. Hay que reinventar
el sistema educativo, el sistema económico, las empresas, las formas de
trabajar, la manera de relacionarnos, de alimentarnos, de vestirnos, nos
tenemos que reinventar a nosotros mismos.
Más allá de ese desgastado término lo que se ha puesto de
nuevo de presente es la premisa darwiniana: la especie que sobrevive no es la
más fuerte ni la más inteligente sino la que mejor se adapta. A potencializar
pues nuestra capacidad de adaptación para entender, enfrentar y finalmente
controlar las nuevas circunstancias que se nos presentan.
La segunda palabra es un neologismo que une web y
seminario para que resulte webinar. La idea es fantástica, aprovechar la
tecnología y el aparente tiempo ocioso que tenemos para fomentar actividades
académicas sobre diversos temas. Pero como todo en la vida, es tal la
sobreoferta de webinar que ya cuando escucho la palabra su fonética me genera
confusiones: a veces confundo webinar con ”huevoniar”.
Relacionado con los conceptos de teletrabajo y trabajo en
casa, con todas las bondades que tienen y que nos demuestran que debería
haberse utilizado intensamente desde hace mucho tiempo, como aporte, por
ejemplo, a los problemas de movilidad de nuestras ciudades, hay que reconocer
que en las actuales circunstancias está develando muchas realidades de la vida
organizacional.
Desde cuando en los años veinte del siglo pasado, Elton
Mayo publicó los resultados de sus estudios de Hawthorne sobre la relación
entre las condiciones de trabajo y rendimiento de los trabajadores, se han
planteado innumerables e interesantes teorías al respecto. Una de las más
importantes tiene ya sesenta años y la planteó Douglas McGregor en “El lado
humano de las organizaciones” al proponer sus conocidas Teoría X y Teoría Y
como las dos visiones que un gerente puede tener sobre su equipo humano. La Teoría
X es una visión negativa, en la que se parte de que el trabajador es perezoso,
con aversión al trabajo y que necesita ser controlado, mientras que la Teoría Y
parte de la visión positiva de un trabajador responsable, proactivo al que se
puede dar autonomía por su capacidad de autodirección.
Pues bien, después de mucha tinta, literatura y teorías
construidas en los últimos sesenta años como el empowerment, el coaching
ontológico, hasta llegar al happiness en el cual el jefe no es jefe sino
GEFE ‒gestor de felicidad‒ (entran risas, no pude encontrar el emoticón de carcajada),
la realidad nos indica que estamos, con honrosas excepciones, bajo el imperio
de la Teoría X.
El trabajo en casa conduce a un alto riesgo de exceso de
control por parte de los jefes. Se ha conocido de casos en los que se exige al
trabajador tomarse fotos frente al computador para que exista evidencia de que
está trabajando, se programan tele reuniones a todas las horas para mantener al
trabajador ocupado sobre la base de la desconfianza y se le somete a una
jornada de 24/7 en la que se invade su esfera familiar y su intimidad.
Será necesario que se legisle sobre esta forma de trabajo
como ya se ha hecho en otros países, pero lo más importante es que el curso
obligado que estamos haciendo nos permita madurar para que sepamos utilizar
adecuadamente estas nuevas formas y la tecnología que las soporta.
Y, para terminar, ¡ahí está mi Dios para que luego de
tanta reinvención quedemos por lo menos como estábamos!