Por José Alvear Sanín*
Al
mal tiempo, buena cara. Por tanto, he tratado de enterarme apenas de lo
esencial, evitando los infinitos, continuos, sabihondos, farragosos y
contradictorios mensajes sobre esta peste. En realidad, lo mejor será seguir el
consejo de Montaigne ante una situación totalmente ajena a nuestra capacidad de
acción, para preocuparnos únicamente “del cultivo del jardín”, que en mi caso
es apenas interior…
En
general, el presidente Duque ha manejado correctamente una coyuntura
inesperada, la peor y más difícil, cuya gestión exige firmeza y unidad. Por lo
tanto, el país lo respalda, en vez de hacer caso de la logorrea de la López,
cuya capacidad de estorbar es, por desgracia, muy grande. Dentro de un
verdadero estado de excepción cabría la posibilidad de suspenderla y nombrar un
agente del presidente para Bogotá mientras dure la crisis, y hacer lo mismo con
el pueril y pintoresco alcalde de Medellín.
Como
estamos enfrascados en el día a día de la pandemia, no hemos tenido tiempo de
analizar hasta dónde se extenderá la crisis. Con ansiedad esperamos el próximo
paso, la llegada de la “confinación inteligente”, para permitir el regreso al
trabajo de millones de personas, con mascarilla y guardando distancia social,
mientras sigue la reclusión de ancianos, niños y personas infectadas, al igual
de Singapur, Corea del Sur, Taiwán y buena parte del Japón.
Ese
necesario y urgente momento apenas marcará el comienzo de la salida de la
crisis.
Una
distraída mirada a dos fuentes, Deutsche Welle y Der Spiegel, indica esta
mañana la magnitud de la crisis económica que se viene encima: en Francia el
PIB ha rebajado un 6% en el trimestre, el peor resultado desde 1945 y más grave
que la caída en mayo de 1968. En Alemania, esta se acerca al 9% del PIB en el
trimestre y se calcula en 2.8% su reducción en este año. Cada mes la economía
germana pierde unos € 280.000 millones y el Tesoro Federal asume nueva deuda
por € 120.000 millones. El director de la OMC, Roberto Azevedo, dice que nos
espera la recesión más profunda de nuestra existencia y que el comercio mundial
puede caer en un 32%. En un mes han perdido su empleo más de 16 millones de
personas en los Estados Unidos. Muchos economistas afirman que esta crisis duplica
la de 2008…
Noticias
diarias de este jaez nos indican que pasarán años antes de volver a la
“normalidad”, si consideramos “normal” un mundo donde una parte muy
considerable de la población sigue sufriendo carencias alimentarias,
sanitarias, educativas, culturales y habitacionales, cuya mitigación ahora
tardará muchos más.
Afortunadamente,
en Colombia las voces que claman por “apagar la economía”, de personajes
trastornados, exhibicionistas o promotores de una hambruna que acelere la
ansiada toma revolucionaria del poder, han caído en el vacío; pero por otro
lado, el paso al “confinamiento inteligente” no puede dilatarse mucho, porque a
pesar de las medidas monetarias y de los auxilios del gobierno, necesarios pero
insuficientes en cuantía y número, el hambre aumenta, y el estallido social,
que ya está siendo promovido, puede dar al traste con todo.
Ante
la gravedad y profundidad de esta crisis, con millones de desempleados, grandes
industrias paralizadas, infinidad de empresas quebradas, desequilibrio fiscal
sin precedentes, etc., la salida será cuestión de años en los “países ricos” y
entre nosotros tardará más. Tanto en Gran Bretaña como en España se considera
que el estado tendrá que hacerse cargo de centenares de millares de grandes,
medianas y pequeñas empresas, lo que dará lugar a una estatización enorme, casi
que de magnitud soviética. En Londres, esta perspectiva no entusiasma, pero en
Madrid, un gobierno de extrema izquierda se regocija…
Ahora
bien, en Colombia ni saldremos al otro lado de este túnel en pocos meses, ni
podemos seguir en la anarquía institucional de la Carta del 91 y de la
supraconstitución del AF. Volver a la legitimidad democrática, superar la
crisis, recuperar el crecimiento, mejorar las condiciones de vida, fomentar una
agricultura grande y productiva, y una industria moderna y generadora de
empleo, no es posible con un limitado horizonte de 30 meses, con un gobierno
entrabado por un congreso clientelista y monitoreado por las FARC, maniatado
por millares de incisos truculentos e interpretados por cortes confabuladas con
la subversión. Y además, obligado a convivir con mil y pico de autonomías
locales, ineptas y/o corruptas.
El
caos económico y social no puede superarse dentro de otro caos: el jurídico…
En
circunstancias infinitamente menos graves, Núñez planteó aquel dilema de
“Regeneración o catástrofe”. No nos engañemos: ha llegado el momento de
enfrentar un dilema ineludible, apenas esbozado en estas líneas.