miércoles, 8 de abril de 2020

“La Revolución Rusa”, de Orlando Figes

Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Nada más arriesgado que calificar alguna historia de la Revolución Rusa como la mejor, porque entre los miles de libros que de ella tratan hay centenares sobresalientes. Ese inagotable tema ha merecido estudios grandiosos de Richard Pipes, R. Conquest y R. Service, entre los que conozco; y obras literarias tan esclarecedoras como El Archipiélago Gulag y La Rueda Roja, de Solchenitzin, El doctor Zhivago, Koba, de M. Amis, (acabado perfil psicológico de Stalin), algunos relatos de Ivan Bunin, las sátiras de Bulgachov, entre los que primero se me vienen a la mente.

No obstante, La Revolución Rusa (1891-1924): la tragedia de un pueblo (Barcelona: Edhasa; 2010-2017, traducida por César Vidal), podría competir por el primer lugar entre las que tratan de tan trágico acontecimiento. Su autor, Orlando Figes (1959), es un historiador inglés, del Birbeck College, especializado en temas rusos. Sus libros han merecido varios premios británicos importantes (W. H. Smith, Wolfson, S. Johnson, etc.), entre los que se destacan una monumental historia de la cultura rusa, El baile de Natasha (en lista de espera en mi estudio) y Los que susurran: la represión en la Rusia de Stalin.

Su Revolución Rusa abarca 896 páginas, a las que se suman 42 de notas y 32 de bibliografía en inglés y ruso, principalmente, lo que da idea de la sólida sustentación de la obra. Además, Figes ha leído enormes cantidades de periódicos, revistas, memorias y testimonios de los 33 años que van desde los orígenes de la Revolución, a finales del siglo XIX, cuando el marxismo se apodera de las universidades y domina el pensamiento (dando lugar a la intelligentzia), hasta la muerte, en 1924, y la deificación de Lenin, pasando por los levantamientos populares de 1905, los fracasados intentos reformistas de P. A. Stolipin, la entrada en la guerra de 1914, las derrotas militares, el caos económico subsiguiente y la corrupción generalizada, factores que sumados conducen a la hambruna que hace estallar la Revolución en los suburbios de Petrogrado, en febrero de 1917; el impotente gobierno provisional y el golpe de estado de octubre de ese mismo año, que lleva al comunismo al poder; la destrucción de la economía; la represión; el terror rojo, la guerra civil y la consolidación del nuevo régimen.

Figes recorre ese inmenso escenario con la mayor objetividad. Esta no debe confundirse con la imparcialidad, que corresponde al juez. El historiador verdadero debe narrar los hechos como han sido, hasta donde eso le sea posible, porque su obra no debe ser ni hagiografía ni diatriba. Es al lector a quien corresponde entonces juzgar.

La inocultable inmensidad de los errores y crímenes de los bolcheviques llevan inevitablemente al lector a repudiar la violencia inaudita con que se quiso crear un hombre nuevo y un orden social sin precedentes para asegurar el paraíso en la tierra, lo que no dejó cosa distinta a millones de muertos, miseria, hambre, destrucción, enfermedades, opresión intelectual y persecución religiosa, para los cuales no se escogieron otros remedios que la dictadura y la eliminación física de los opositores. A los campesinos, inicialmente esperanzado, se los fusiló por millones para requisarles hasta el último grano de sus cosechas, causando la más pavorosa hambruna, mientras el gobierno exportaba grano como que si no pasara nada en el campo.

El autor narra todos estos terribles capítulos de manera detallada y siempre bien documentada, sin ocultar cómo la Revolución llega a condenar amplios sectores de la población al canibalismo, la prostitución infantil y la delincuencia.

Este libro nos permite repasar esa historia y también nos abre perspectivas sobre hechos menos conocidos o mal interpretados por lecturas anteriores.

Rescatando vivencias de esos tiempos turbulentos, Figes da la palabra a muchas víctimas sencillas: agricultores, soldados, obreros, viudas. También asistimos al desfile de personajes como Trotski, de aterradora crueldad y superior inteligencia, no mejor que Stalin; Nicolás, incompetente y obstinado; Alejandra, histérica y dominante; Kerenski, vanidoso parlanchín e inepto; Brusilov, general brillante pero iluso; Stalin, incomparable manipulador y principal colaborador de Lenin, a quien luego, cuando este llega a estar senil e incapacitado, prácticamente secuestra, para sucederlo.

He leído muchas biografías de Vladimir Ilich, desde la pésima de Gérard Walter, siguiendo con la mediocre de Hermann Weber y otras que lo exaltan o lo condenan, hasta la reciente, monumental pero insuficientemente punzante, de Hélène Carrère d´Encausse, pero en el libro de Figes he visto más de cerca al aterrador monstruo, con su odio abrasador, su indiferencia frente a la muerte de millones, las decisiones arbitrarias e inflexibles, y el fanatismo y la crueldad en una vida metódica caracterizada por un comportamiento filial, fraternal y frugal.

Con esta obra he descubierto la trayectoria amable, generosa y contradictoria de Maxim Gorki, socialista, revolucionario y bolchevique, que, aterrado por los excesos y crímenes, intercede continuamente por gentes humildes y por escritores y artistas perseguidos, abogando siempre por la libertad de pensamiento. Su inmensa estatura como escritor mundialmente reconocido le permitía tomarse esas libertades sin perder la vida. Su relación de amor/odio con Lenin es bien interesante. Asqueado e impotente, abandona Rusia, pero no dejará de sollozar cuando muera Ulianov. Pocos años después regresa como obediente servidor de Stalin, a quien desprecia en privado, pero le acepta mansión, premios y proventos, sin que  falte la sospecha de que “el Padrecito” haya mandado asesinar al hijo y ordenado el envenenamiento del literato que se estaba volviendo incómodo.

En resumen, una obra grande y especialmente recomendable.

***

¡Cuando nunca antes fue más imperativo prevenir la revolución en Colombia, se les ocurre “dialogar con el ELN”!