miércoles, 1 de abril de 2020

La chispa


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Siempre se ha dicho que la revolución “estalla”; y por tanto también se habla de “la chispa” que la enciende. He ahí el origen de las publicaciones que llevan el sonoro nombre de iskra, la chispa.

Ahora bien, es popular la superficial idea de que la revolución es un fenómeno espontáneo y que la francesa fue causada por el “hambre, que se subió de los estómagos a la cabeza”. Sin embargo, por la insuperable obra de Pierre Gaxotte sabemos que ese país, en 1789, era con mucho el más rico y próspero de Europa. Pero allí, a la actividad preparatoria, masónica e iluminista, infiltrada en todos los medios sociales y que socavaba el Ancien Régime, se sumaron la disette, la penuria fiscal y malas cosechas que dieron con todo al traste.

Para la Revolución Rusa de febrero de 1917 cabe también la pregunta de si fue espontánea u obedeció a una cuidadosa preparación. Lo cierto es que, a pesar del fenomenal crecimiento de la economía rusa a principios del siglo XX, la entrada en la guerra del 14 y el consiguiente desorden ocasionaron la hambruna y la escasez de carbón para calefacción, que causaron incontenibles levantamientos populares en Petrogrado, dando origen a la Revolución de
Febrero, de 1917. El gobierno provisional que la siguió fue luego derrocado en octubre por los comunistas.

En todo caso, como bien lo ha observado Orlando Figes, desde 1891 venía preparándose la revolución a través de una intelligentzia marxista, socialista y extremista, que suministró los “intelectuales” que iban a completarla.

Pues bien, el hambre, más que catalizador, es el detonante de un proceso largamente preparado pero que sin la chispa no se enciende.

La historia nos enseña que toda revolución es peor que el Estado anterior, porque el hambre que siempre se encuentra en sus orígenes no puede ser superado, y en cambio se genera una economía improductiva, que transforma la penuria alimentaria en condición permanente en la vida del pueblo. El hambre es el común denominador de todas las revoluciones. En Rusia, en la isla famélica de los Castro, en Cambodia, en la Norcorea de los Kim y durante toda la locura maoísta. Pero la falacia económica del socialismo renace continuamente porque detrás de ellos actúan las inextinguibles pasiones del resentimiento, el odio, la envidia y la libido imperandi de los elementos más sombríos de la sociedad.

Al igual que las revoluciones francesa y rusa, que estuvieron precedidas de períodos prósperos, Colombia hoy presenta un cuadro inquietante, porque al detenerse la economía se hacen más agudos los problemas de la enorme desigualdad, el desempleo estructural, y ahora también la crisis fiscal y cambiaria.

Como la revolución jamás es la solución de los problemas de un país, no podemos bajar la guardia, porque en Colombia esas gentes, bien organizadas y combinando todas las formas de lucha, están desde hace muchos años al acecho.

Las medidas para defendernos del coronavirus han significado la parálisis de la vida económica desencadenando el hambre, primero en los sectores más vulnerables, antes de extenderse a otras capas de la sociedad.

Nadie puede negar la buena voluntad del gobierno para contrarrestarlo, pero mientras las medidas se convierten en el desembolso de pequeños auxilios paliativos para unos cuatro millones de familias, transcurren días famélicos para quienes serán beneficiados, pero quedan por fuera varios millones de marginados, pordioseros, venezolanos e incontables gentes que viven del rebusque diario, que no van a tener nada que llevarse a la boca…

Por otro lado, no debemos tranquilizarnos por el aparente apoyo de Petro al gobierno, porque estamos sobre un barril de pólvora. Si la iskra se presenta espontáneamente, o si la están preparando en ciudad Bolívar y en las comunas, da lo mismo, porque será aprovechada…

El presidente, agobiado por la peor crisis, hace esfuerzos ciclópeos que debemos reconocer y apoyar. Hoy tiene, contrarreloj, que resolver dos problemas: 1. Asegurar comida para los hambrientos, y 2. No descuidar el mantenimiento del orden público, ordenando todas las medidas preventivas y disuasivas que haya menester, de orden policial y aun militar. Y al día siguiente deberá considerar la situación de unas clases medias que reclaman moratoria de pagos en servicios domiciliarios, telefonía celular y tarjetas de crédito, porque considerable parte de sus ingresos está desapareciendo a medida que se esfuman los empleos, cesan los pagos de sus arrendatarios y aumenta velozmente el precio de los alimentos.

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Hay que escuchar cuidadosamente al alcalde de Soacha y al presidente Bukele.