José
Leonardo Rincón, S. J.*
Gústenos o no la cuarentena ha salvado miles de vidas. La ascendente
curva que estadísticamente muestra la exponencial propagación del COVID19, en
nuestro caso ha sido menor por las medidas tomadas. Que se prolongue hasta el
13 de abril, ayudará a evidenciar los casos latentes que no se habían
manifestado y nos dará una idea más exacta del panorama que tendremos que
afrontar en los próximos meses.
Para decirlo de una vez, vamos a tener que acostumbrarnos a convivir con
el virus hasta que entre el 60 o 70 por cierto de la población se haya hecho
inmune, lo cual implicará mantener una disciplina social si no queremos colapsar
más allá de lo que ya estamos. Una cuarentena sanitaria férrea hubiera sido
ideal, pero para garantizar las diversas cadenas de sobrevivencia en un país como
el nuestro, tan complejo y sin infraestructuras sólidas en varios campos, no es
realmente posible. El Estado (entiéndase a nivel nacional o regional), por más
buena voluntad que tenga, no puede soportar por mucho más tiempo el encierro de
su gente hasta mayo o junio. Ideal lo sería para evitar el contagio viral,
fatal para la salud mental y para la economía en todos sus niveles. Correríamos
el riesgo de una explosión social sin precedentes, porque todo aguante tiene su
límite.
La economía global colapsada y en recesión se convierte también en un
problema pandémico de salud pública. Para quienes manejan estos hilos de la
macroeconomía no ha sido fácil ver desmoronarse sus portafolios de inversiones
y los optimistas escenarios que preveían para sus capitales. El mal ya no es de
muchos, ni el consuelo es de tontos, porque el fenómeno ha afectado a todo el
mundo por igual. Se requiere ser cuerdos y ponderados para conservarse sanos
mentalmente frente a la debacle.
La economía local y la doméstica no puede paralizarse del todo. De nada
servirá tener supermercados, plazas de abastecimiento y tiendas de barrio
abiertas si no hay plata para que un miembro por familia salga de compras. A
nivel micro (que en realidad es macro por el volumen de gente) nuestra economía
es informal y de rebusque en el día a día y no tiene un soporte contractual
laboral estable que le permita sobrevivir el trimestre adicional de aislamiento
al que se nos pretende someter. Ahí el problema se convierte en una olla de
presión impredecible, porque el aislamiento, por no decir hacinamiento, con el
correr de los días se hace insoportable y aunque es cierto que somos resilientes,
que le hacemos chiste a todo y que aguantamos bastante, las autoridades no
pueden jugar con el hambre de un pueblo que preferirá correr el riesgo de morirse
infectado que de inanición por falta de comida. Ojo con esto. Por lo menos el
50% de la gente depende de unos ingresos que en este momento no se están
teniendo.
El Papa Francisco acaba de decir que la salud de la población está por
encima de los intereses económicos. Eso es cierto, como también es cierto el
análisis que acabamos de hacer, pues la realidad no es la misma en todas las
latitudes y lo que se desea es un justo balance entre estos dos asuntos que
nunca antes habían estado tan estrechamente relacionados e interdependientes. Que
hay que cuidar la salud: es un deber moral. Que la economía no puede colapsar:
es un reto ético. El sabio equilibrio entre las dos es el desafío para los
economistas, porque están aprendiendo que el dinero no lo es todo y que de nada
sirve tener plata si no se tiene salud para disfrutarla y que uno puede estar
sano, pero si no tiene poder adquisitivo, la economía no se mueve. Es hora de
ser justos.
En tanto, desde el confinamiento que vivimos, seguimos aprendiendo todos
los días. La naturaleza se ha hecho sentir enérgicamente para recordarnos a los
seres humanos que esta casa común hay que cuidarla. Los pájaros han vuelto a
cantar, leones marinos se toman Galápagos, jabalíes deambulan por calles
italianas, un zorro sale a pasear por el norte bogotano y los perros
desconcertados se preguntan qué hacemos los humanos con bozal y castigados en
nuestro propio zoo casero. Muchas lecciones de vida estamos viviendo todos los
días. Ojalá, como dice el meme que circula por redes sociales, no volvamos a la
“normalidad” porque la “normalidad” era el problema.