viernes, 10 de abril de 2020

Después de la Cuaresma viene la Pascua


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Sí. Así como después de la oscura noche viene un resplandeciente día, después de las lágrimas, risas, de la enfermedad, la salud, de estar abajo, ir arriba, también, después de esta Cuaresma vendrá la Pascua. Es un ciclo existencial inexorable y es una realidad que alimenta nuestra esperanza.

Pascua, de hecho, significa paso. El paso que vivió el pueblo de Israel en su éxodo por Egipto y que le significó transitar de la esclavitud a la libertad, como nos lo narran los textos veterotestamentarios. Para los cristianos creyentes, es el paso triunfante de nuestro Señor Jesucristo de la muerte a la vida, del estruendoso fracaso de la cruz, a la inmarcesible gloria de la resurrección. De modo análogo para este mundo, sin distingos de razas, credos o condiciones humanas diversas, una cuarentena cuaresmal inédita, como nunca antes en su historia la había vivido, augura después de meses enteros de pasión y muerte, unos días distintos, mejores.

En efecto, ese microscópico virus ha puesto en jaque la humanidad entera, confinándola en aislamiento y colapsando su economía. De nada ha servido poseer grandes capitales y contar con las mejores armas nucleares pues el Covid19 ha resultado más efectivo y más letal que aquellos dos juntos. La lección de obligada humildad quizás nos sirva de algo, quizás nos deje enseñanzas y aprendizajes valiosos, quizás nos haga mejores seres humanos, quizás nos haga comprender que estábamos deambulando por el camino equivocado.

Para llegar a las alegrías pascuales habrá sido necesario recorrer el tortuoso y nada fácil camino de la cuarentena cuaresmal. Una senda que habíamos comenzado a recorrer casi sin darnos cuenta, porque andábamos tan distraídos en lo que no era esencial, tan inmersos en nuestro estrés cotidiano, tan absortos en nuestros, dizque, razonables afanes, que no nos habíamos percatado de lo que estaba por venirse.

Hubo señales evidentes, contundentes, pero no supimos interpretarlas, menos entenderlas: 1) las protestas sociales crecientes en todas las latitudes nos estaban reclamando a grito herido que el sistema económico global era injusto, inequitativo, porque traía consigo ostentación y derroche para un 7% de la humanidad, en tanto hambre, miseria y muerte para el 70% del resto, por la ofensivamente desigual distribución de la riqueza; 2) reiterados terremotos, tsunamis, avalanchas, calentamiento global imparable, aire irrespirable… también la naturaleza se hacía sentir y protestaba. No les paramos bolas. Y ahora la naturaleza pasa su factura y hace sentir su fuerza, doblegando nuestra prepotencia y crecida soberbia, para obligarnos a reaccionar, para hacernos pensar.

El Papa Francisco lo dijo recientemente, palabras más, palabras menos: estamos juntos en la misma barca, mirándonos unos a otros en medio de la tormenta que parece hacernos zozobrar, sintiendo la incertidumbre frente al futuro, cayendo en cuenta que somos de los mismos, que no hay unos más iguales que otros, que habíamos abusado de la naturaleza y que hay que respetarla y cuidarla. Parecemos naufragar. Y como suele suceder, sólo cuando estamos en situaciones límite, entonces y sólo entonces caemos en cuenta, armamos el rompecabezas y entendemos. No estamos solos. El Señor va con nosotros hacia puerto seguro.

Vendrán días mejores, un mejor mañana, mejores seres humanos. En tanto concluimos la cuarentena cuaresmal y acabamos de vivir este Viernes Santo con su pasión y muerte, preparémonos para dar el paso, para vivir la Pascua, hacia la resurrección y la vida. Entonces, ya sin restricciones, podremos abrazarnos y decirnos: ¡felices Pascuas!