José
Leonardo Rincón, S. J.*
Sí. Así como después de la oscura noche viene un resplandeciente día,
después de las lágrimas, risas, de la enfermedad, la salud, de estar abajo, ir
arriba, también, después de esta Cuaresma vendrá la Pascua. Es un ciclo
existencial inexorable y es una realidad que alimenta nuestra esperanza.
Pascua, de hecho, significa paso. El paso que vivió el pueblo de Israel
en su éxodo por Egipto y que le significó transitar de la esclavitud a la
libertad, como nos lo narran los textos veterotestamentarios. Para los
cristianos creyentes, es el paso triunfante de nuestro Señor Jesucristo de la
muerte a la vida, del estruendoso fracaso de la cruz, a la inmarcesible gloria de
la resurrección. De modo análogo para este mundo, sin distingos de razas,
credos o condiciones humanas diversas, una cuarentena cuaresmal inédita, como
nunca antes en su historia la había vivido, augura después de meses enteros de
pasión y muerte, unos días distintos, mejores.
En efecto, ese microscópico virus ha puesto en jaque la humanidad entera,
confinándola en aislamiento y colapsando su economía. De nada ha servido poseer
grandes capitales y contar con las mejores armas nucleares pues el Covid19 ha
resultado más efectivo y más letal que aquellos dos juntos. La lección de
obligada humildad quizás nos sirva de algo, quizás nos deje enseñanzas y
aprendizajes valiosos, quizás nos haga mejores seres humanos, quizás nos haga
comprender que estábamos deambulando por el camino equivocado.
Para llegar a las alegrías pascuales habrá sido necesario recorrer el
tortuoso y nada fácil camino de la cuarentena cuaresmal. Una senda que habíamos
comenzado a recorrer casi sin darnos cuenta, porque andábamos tan distraídos en
lo que no era esencial, tan inmersos en nuestro estrés cotidiano, tan absortos
en nuestros, dizque, razonables afanes, que no nos habíamos percatado de lo que
estaba por venirse.
Hubo señales evidentes, contundentes, pero no supimos interpretarlas,
menos entenderlas: 1) las protestas sociales crecientes en todas las latitudes nos
estaban reclamando a grito herido que el sistema económico global era injusto,
inequitativo, porque traía consigo ostentación y derroche para un 7% de la
humanidad, en tanto hambre, miseria y muerte para el 70% del resto, por la ofensivamente
desigual distribución de la riqueza; 2) reiterados terremotos, tsunamis, avalanchas,
calentamiento global imparable, aire irrespirable… también la naturaleza se
hacía sentir y protestaba. No les paramos bolas. Y ahora la naturaleza pasa su factura
y hace sentir su fuerza, doblegando nuestra prepotencia y crecida soberbia,
para obligarnos a reaccionar, para hacernos pensar.
El Papa Francisco lo dijo recientemente, palabras más, palabras menos:
estamos juntos en la misma barca, mirándonos unos a otros en medio de la
tormenta que parece hacernos zozobrar, sintiendo la incertidumbre frente al futuro,
cayendo en cuenta que somos de los mismos, que no hay unos más iguales que
otros, que habíamos abusado de la naturaleza y que hay que respetarla y
cuidarla. Parecemos naufragar. Y como suele suceder, sólo cuando estamos en
situaciones límite, entonces y sólo entonces caemos en cuenta, armamos el
rompecabezas y entendemos. No estamos solos. El Señor va con nosotros hacia
puerto seguro.
Vendrán días mejores, un mejor mañana, mejores seres humanos. En tanto concluimos
la cuarentena cuaresmal y acabamos de vivir este Viernes Santo con su pasión y
muerte, preparémonos para dar el paso, para vivir la Pascua, hacia la
resurrección y la vida. Entonces, ya sin restricciones, podremos abrazarnos y
decirnos: ¡felices Pascuas!