martes, 21 de abril de 2020

De cara al porvenir: ajustes a los calendarios


Por Pedro Juan González Carvajal*

Pedro Juan González Carvajal
Para la historia del mundo occidental, el primer calendario solar tuvo su origen en Egipto. El primer calendario romano hablaba de 10 meses que iban de marzo a diciembre. Posteriormente la propia Roma ajustó el calendario y se instauró el año de Numa con 12 meses y 355 días. Apareció Julio Cesar con su calendario Juliano de 365 días y 6 horas y finalmente el calendario Gregoriano, vigente hasta hoy.

Obviamente el mundo antiguo, en todas partes del planeta, estableció sus propios calendarios y es alrededor de estos ritmos asociados al movimiento de los objetos celestes, que se posibilitó la homogenización de los períodos de tiempo, de los ciclos productivos y de los ritmos de la civilización que han permitido el nivel de desarrollo que hoy evidenciamos.

En medio de la pandemia y de la estrategia inicial del recogimiento y aislamiento voluntario, es decir de la “cuarentena bruta”, pues ya existen algunos personajes que, atendiendo el sentido pragmático de lo económico, lo cual no deja de tener sus verdades, comienzan a vendernos la idea de la “cuarentena inteligente”, sobre lo cual yo personalmente le hago caso única y exclusivamente a los científicos, no a los gobernantes de turno. Les comparto algunas ideas.

Como este es el primer fenómeno verdaderamente global que hemos tenido que enfrentar como planeta, me atrevo a hacer algunas reflexiones en voz alta, que pudieran ser consideradas como risibles, pero me atengo a la sentencia de Margarite Yourcenar en sus “Memorias de Adriano”, cuando establece que, “Tener razón demasiado pronto, es lo mismo que equivocarse”. Recordábamos en alguna columna anterior que el concepto filosófico de la otredad lo comenzaríamos a hacer vívido cuando encontráramos vida en otra parte y ahí sí, ante la existencia del otro, tendríamos la posibilidad de asociarnos e identificarnos como terrícolas, dándole preeminencia a lo total, no a lo continental y mucho menos a lo nacional.

En este orden de ideas y ante las realidades que estamos enfrentando, es necesario al menos reflexionar en la posibilidad de tener un gobierno planetario, con ciudadanía planetaria, con derechos y deberes planetarios, con una moneda planetaria y con un ingreso básico planetario para todos los ciudadanos que les permitan vivir de manera digna.

Es decir, tenemos que volver a barajar.

Así como tenemos un calendario anual establecido y aceptando que varias culturas poseen los propios, ante las nuevas circunstancias y ante la evidencia de recuperación parcial pero significativa que nos presenta la naturaleza ante el encierro de los destructores, dañinos y ensuciadores humanos, con un aire más limpio, unas aguas más claras y cierto hálito de libertad de todas las demás criaturas, deberíamos pensar, ante un nuevo renacimiento, que la naturaleza y no el hombre debería ser el centro de la discusión. Que, de los 12 meses de nuestro actual calendario, 10 meses sean empleados para trabajar, estudiar y desarrollar todo tipo de actividades que permitan una vida amable y digna para todos, un mes para el descanso y el disfrute de los humanos y un mes de recogimiento voluntario para reposar los espíritus y para que descanse la tierra.

¿Ingenuo? ¿Bobo? ¿Simplista? Pues como respondería un muchachito malcriado, sí ¿y qué?

No quiero volver a ser testigo de cómo un fenómeno recurrente a través de la historia como lo son las pestes coge a este planeta mal parado, con algunos gobiernos irresponsables, otros gobiernos improvisadores y algunos otros tratando de hacer las cosas bien, en medio de las restricciones y exigencias de todo tipo que deben enfrentar. En la edad de oro de la ciencia y de la tecnología y coincidencialmente, en medio del agotamiento y decadencia de todos los relatos vigentes, es necesario repensar el asunto, pues seguir haciendo más de lo mismo, no parece ser lo razonable. No tenemos que imaginarnos la implementación de un millón de medidas para reforzar lo que estábamos haciendo, sino que debemos generar unas acciones de redespliegue que nos permitan volver a reiniciar, con algunos planteamientos y con algunas estrategias nuevas, que además nos permitan la creación de relatos nuevos.

Esperemos que la institucionalidad actual, exhausta y desprestigiada, nos ayude a salir adelante para que podamos repensarla entre todos.

La sensación que queda es de una enorme fragilidad de los sistemas de salud y de la debilidad de la mayoría de las empresas, que a lo largo y ancho del planeta ponen el grito en el cielo, con el argumento de proteger los empleos, pero evidenciando ante la realidad, de que solo tienen caja para sobrevivir uno o dos meses, lo cual las convierte en actividades económicas y en negocios, pero distando mucho de alcanzar la categoría de empresas. Estamos desnudando una economía global que es una bomba de jabón, por decirlo dulcemente, y no tener que denominarla como lo que es, una bomba de tiempo basada en la especulación y en el mercado de futuros.

Mi agradecimiento a los miembros de los sistemas de salud que han cumplido con el juramento de Hipócrates que hicieron al momento de graduarse como profesionales de la salud. Como pocos, estos profesionales tienen claro cómo deben comportarse, a la altura de las circunstancias, cuando la realidad así se los exija, como en el momento presente.

A todos los campesinos, que, en medio de su marginalidad consuetudinaria, permiten, junto a todas las personas que hacen parte del engranaje logístico, que tengamos con qué comer en medio de nuestro encierro.

A empleados públicos y privados y a los miembros de la fuerza pública que hoy están sirviendo a la sociedad, sacrificando su propia tranquilidad.

Por último, y para aquellos que todavía tenemos memoria, que falta nos está haciendo hoy, el tener una organización como el Instituto de Mercadeo Agropecuario -IDEMA-, cerrado por algunos gobernantes torpes hace algunos decenios, porque dizque era un foco de corrupción. Resolvieron el problema vendiendo el sofá. Me inclino ante la sabiduría de una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Amén.