Por Pedro Juan González Carvajal*
Para la historia del mundo occidental, el primer
calendario solar tuvo su origen en Egipto. El primer calendario romano hablaba
de 10 meses que iban de marzo a diciembre. Posteriormente la propia Roma ajustó
el calendario y se instauró el año de Numa con 12 meses y 355 días. Apareció
Julio Cesar con su calendario Juliano de 365 días y 6 horas y finalmente el
calendario Gregoriano, vigente hasta hoy.
Obviamente el mundo antiguo, en todas partes del planeta,
estableció sus propios calendarios y es alrededor de estos ritmos asociados al
movimiento de los objetos celestes, que se posibilitó la homogenización de los
períodos de tiempo, de los ciclos productivos y de los ritmos de la
civilización que han permitido el nivel de desarrollo que hoy evidenciamos.
En medio de la pandemia y de la estrategia inicial del
recogimiento y aislamiento voluntario, es decir de la “cuarentena bruta”, pues
ya existen algunos personajes que, atendiendo el sentido pragmático de lo
económico, lo cual no deja de tener sus verdades, comienzan a vendernos la idea
de la “cuarentena inteligente”, sobre lo cual yo personalmente le hago caso
única y exclusivamente a los científicos, no a los gobernantes de turno. Les
comparto algunas ideas.
Como este es el primer fenómeno verdaderamente global que
hemos tenido que enfrentar como planeta, me atrevo a hacer algunas reflexiones
en voz alta, que pudieran ser consideradas como risibles, pero me atengo a la
sentencia de Margarite Yourcenar en sus “Memorias de Adriano”, cuando establece
que, “Tener razón demasiado pronto, es lo mismo que equivocarse”.
Recordábamos en alguna columna anterior que el concepto filosófico de la
otredad lo comenzaríamos a hacer vívido cuando encontráramos vida en otra parte
y ahí sí, ante la existencia del otro, tendríamos la posibilidad de asociarnos
e identificarnos como terrícolas, dándole preeminencia a lo total, no a lo
continental y mucho menos a lo nacional.
En este orden de ideas y ante las realidades que estamos
enfrentando, es necesario al menos reflexionar en la posibilidad de tener un
gobierno planetario, con ciudadanía planetaria, con derechos y deberes planetarios,
con una moneda planetaria y con un ingreso básico planetario para todos los
ciudadanos que les permitan vivir de manera digna.
Es decir, tenemos que volver a barajar.
Así como tenemos un calendario anual establecido y
aceptando que varias culturas poseen los propios, ante las nuevas circunstancias
y ante la evidencia de recuperación parcial pero significativa que nos presenta
la naturaleza ante el encierro de los destructores, dañinos y ensuciadores
humanos, con un aire más limpio, unas aguas más claras y cierto hálito de
libertad de todas las demás criaturas, deberíamos pensar, ante un nuevo
renacimiento, que la naturaleza y no el hombre debería ser el centro de la
discusión. Que, de los 12 meses de nuestro actual calendario, 10 meses sean
empleados para trabajar, estudiar y desarrollar todo tipo de actividades que
permitan una vida amable y digna para todos, un mes para el descanso y el
disfrute de los humanos y un mes de recogimiento voluntario para reposar los
espíritus y para que descanse la tierra.
¿Ingenuo? ¿Bobo? ¿Simplista? Pues como respondería un
muchachito malcriado, sí ¿y qué?
No quiero volver a ser testigo de cómo un fenómeno
recurrente a través de la historia como lo son las pestes coge a este planeta
mal parado, con algunos gobiernos irresponsables, otros gobiernos
improvisadores y algunos otros tratando de hacer las cosas bien, en medio de las
restricciones y exigencias de todo tipo que deben enfrentar. En la edad de oro
de la ciencia y de la tecnología y coincidencialmente, en medio del agotamiento
y decadencia de todos los relatos vigentes, es necesario repensar el asunto,
pues seguir haciendo más de lo mismo, no parece ser lo razonable. No tenemos
que imaginarnos la implementación de un millón de medidas para reforzar lo que
estábamos haciendo, sino que debemos generar unas acciones de redespliegue que
nos permitan volver a reiniciar, con algunos planteamientos y con algunas
estrategias nuevas, que además nos permitan la creación de relatos nuevos.
Esperemos que la institucionalidad actual, exhausta y
desprestigiada, nos ayude a salir adelante para que podamos repensarla entre
todos.
La sensación que queda es de una enorme fragilidad de los
sistemas de salud y de la debilidad de la mayoría de las empresas, que a lo largo
y ancho del planeta ponen el grito en el cielo, con el argumento de proteger
los empleos, pero evidenciando ante la realidad, de que solo tienen caja para
sobrevivir uno o dos meses, lo cual las convierte en actividades económicas y
en negocios, pero distando mucho de alcanzar la categoría de empresas. Estamos
desnudando una economía global que es una bomba de jabón, por decirlo
dulcemente, y no tener que denominarla como lo que es, una bomba de tiempo
basada en la especulación y en el mercado de futuros.
Mi agradecimiento a los miembros de los sistemas de salud
que han cumplido con el juramento de Hipócrates que hicieron al momento de graduarse
como profesionales de la salud. Como pocos, estos profesionales tienen claro
cómo deben comportarse, a la altura de las circunstancias, cuando la realidad
así se los exija, como en el momento presente.
A todos los campesinos, que, en medio de su marginalidad
consuetudinaria, permiten, junto a todas las personas que hacen parte del
engranaje logístico, que tengamos con qué comer en medio de nuestro encierro.
A empleados públicos y privados y a los miembros de la fuerza
pública que hoy están sirviendo a la sociedad, sacrificando su propia
tranquilidad.
Por último, y para aquellos que todavía tenemos memoria,
que falta nos está haciendo hoy, el tener una organización como el Instituto de
Mercadeo Agropecuario -IDEMA-, cerrado por algunos gobernantes torpes hace
algunos decenios, porque dizque era un foco de corrupción. Resolvieron el
problema vendiendo el sofá. Me inclino ante la sabiduría de una de las
Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos”. Amén.