Por John
Marulanda*
Estamos ante un escenario de guerra. Amenaza creciente
de heridos (enfermos) y muertos. “Parece como si
estuviéramos cruzando por la mitad de un campo de batalla”, dice una enfermera italiana. Se levantan hospitales de campaña; se
implementa el toque de queda y se ordena
protección en refugios, casas; se suspenden todo tipo de vuelos; hay adquisición
paranoica de alimentos; hay servicios públicos reducidos; se expiden medidas
económicas de emergencia; funcionarios públicos y técnicos se han tomado los
medios. Se redondea la perspectiva de desastre con refugiados venezolanos,
narcotráfico, corrupción, criminales de guerra impunes y orondos, violencia
reciclada y el enredado poder político del ejecutivo. Las diferencias con un teatro de guerra real son las
sirenas y el enemigo.
Claro que China comunista es la originadora,
incidental o no, de todo este desbarajuste, pero no vamos contra ella, sino
contra ello, contra el virus. La polémica de nunca acabar entre pragmáticos y
libertarios, concita a algunos enfermizos políticos de izquierda y derecha a la
caza de oportunidades, aún a riesgo de caer todos en una catástrofe, que está
tocando a la puerta. Y hoy como ayer, en todas las latitudes, ante sospechas de
un desorden social mayor en el que la violencia individual o grupal se
desborde, se recurrirá a los militares, argumento final para contener el caos
causado por decisiones equivocadas o por el miedo. Porque, finalmente, el
exitoso manejo de la crisis es un asunto de inteligente administración de
recursos materiales e inmateriales disponibles y las Fuerzas Armadas son un
recurso invaluable y decisivo en este tipo de escenarios. Preocupa que los
uniformados caigan también afectados por el coronavirus, dado su permanente
exposición pública y el confinamiento y estrecha convivencia que exigen su
organización y disciplina. En esta eventualidad, como en un caso de guerra, la
Reserva Activa deberá ser empleada a fondo.
Rezar es siempre una opción saludable, pero tomar
decisiones racionales día a día, dentro del estrecho margen del aislamiento
impuesto, es la única vía juiciosa para salir adelante en este escenario
sucedáneo de uno de guerra, que puede terminar con una cuota insoportable de
bajas, aunque sin mayor daño a las infraestructuras físicas, como si fuera un
ataque con una bomba de neutrones. ¿Consuelo?
Todo esto mientras la Unicef disimuló en lo posible la
celebración del día mundial de la poesía, el pasado 21 de marzo. Tal vez la
rima sea un buen paliativo para la mortaja.