José Alvear Sanín*
La
siempre oportuna columna de Hernán González Rodríguez en El Espectador (marzo
19), llama la atención sobre el informe oficial americano, inexplicablemente
ignorado en Colombia por los grandes medios, relativo al acuerdo bilateral para
reducir el suministro de cocaína, convenido entre los presidentes Trump y Duque
en su reciente encuentro.
Gracias
al resumen que hace HGR de ese convenio, nos enteramos del compromiso adquirido
de “erradicación aérea dirigida por Colombia para reducir los cultivos y la
producción de cocaína, en un 50%. para finales de 2023”.
Basta
considerar que en 2012 se registraban en los Estados Unidos 1.4 muertes por
sobredosis por cada 100.000 habitantes, y que en 2019 la tasa subía a 4.5, para
darnos cuenta de la creciente magnitud del problema de la drogadicción en ese
país, mientras en Colombia la narcoindustria avanza hacia la conquista completa
del poder.
El
reciente e incontrovertible paper de
Andrés Felipe Arias demuestra hasta qué punto dependemos ya de la cocaína como
estabilizador de la economía.
Como
los males nunca llegan solos, a la crisis del coronavirus se suma la reducción
del precio del crudo, que ahora oscila entre los US $ 25 y US $ 30 por barril,
con la consiguiente reducción del ingreso de divisas, alza inevitable del dólar
oficial, encarecimiento aterrador del servicio de las deudas pública y privada
y del costo de los insumos indispensables, lo que nos pone ante un panorama
económico desolador.
Seguimos
el alza diaria del dólar con asombro, sin darnos bien cuenta de lo irreversible
de la tendencia y sin considerar con igual atención el diferencial entre la TRM
y el precio del dólar “negro”. Ahora, el oficial se sitúa en la región de los $
4.150=, mientras las casas de cambio los compran hacia los $ 3.300 - 3.500=. Un
diferencial de $ 800= indica hasta dónde llega el inmenso flujo de los dólares
procedentes de la exportación de cocaína, ¡segundo (o primer) renglón de
nuestro comercio exterior!
El
compromiso de reducir ese abominable tráfico para 2023 tiene un plazo
aparentemente muy largo, dada la gravedad del fenómeno, pero ¿sí habrá gobierno
en Bogotá capaz de cumplir? ¿O antes de esa fecha ya habrán llegado al poder
los agentes del narcoestado?
Comentando
este asunto, un suspicaz amigo se pregunta si la situación de Colombia no ha
llegado a ser como la de la familia venida a menos que tiene que resignarse a
la prostitución de la hija para asegurar la alimentación de los más pequeños.
***
Negocios
y gobierno – Éric Vuillard es un escritor y cineasta que
siempre que publica una novela gana uno de los grandes premios literarios de
Francia. Con “El orden del día” (2ª ed. colombiana; Bogotá: Tusquets;
abril 2019), ha obtenido el Goncourt de 2017. Relata la anexión de Austria por
Hitler, enmarcada por el recuento de la complicidad de los 24 cacaos alemanes
con el régimen nazi, que apoyaron desde su inicio.
Esta
es una terrible historia: ¿Simple equivocación política o culpable
complicidad?, que no nos sorprende porque nadie puede hacer negocios contra el
gobierno; y menos si este es una dictadura totalitaria. Algo de eso sabemos en
Colombia: los cacaos apoyaron la entrega del país a las FARC y al PCC
asegurándose proficuos negocios, sin pensar hasta dónde estaban vendiendo la
famosa soga con la que se les ahorcará. Y siguen estos mismos magnates, eternos
gobiernistas, negando cualquier contribución económica a los movimientos que
buscan la supervivencia de la democracia, mientras la extrema izquierda más
radical controla todos los medios masivos de propiedad capitalista.
***
Más
de un nombramiento reciente en el alto gobierno recuerda el comentario de
Gladstone cuando Lord Rosebery fue designado por Disraeli como Secretario de Relaciones
Exteriores: ¡No se veía un nombramiento más desacertado desde cuando Calígula
hizo cónsul a su caballo Incitatus!