Por John Marulanda*
La JEP niega la condición de víctimas a
los estudiantes militares de un centro universitario, que tiene protección
especial de acuerdo con el DIH, atacado con un carro bomba (arma no
convencional prohibida por el DIH y el protocolo de Kioto) en medio de un área
residencial habitada por civiles. Se repite lo del Club el Nogal, que, según
los narcoterroristas, era un centro de planeamiento militar. La JEP facilita la
fuga de los cabecillas, avala vacaciones de asesinos confesos, recibe las
declaraciones de los narcoterroristas farianos en recinto cerrado mientras
permite que las barras bravas de la izquierda abucheen a los declarantes
militares.
En esta misma corte inquisitorial impuesta
desde La Habana, los narcoterroristas farianos declaran no haber secuestrado y
contra toda evidencia documental y testimonial, juran nunca haber maltratado a
sus secuestrados. Niegan sus campos de concentración, mientras la magistrada
del caso, en trance de ensoñación, sonríe pensando en Arturo Cova, el de “La
Vorágine” y no en alias «Tornillo», el senador.
En esa supracorte sin credibilidad, la
barbarie y el sinsentido de la justicia comunista muestra todo su nauseabundo
esplendor, avanzando entre malabarismos legales y falacias retóricas.
Entretanto, la iñiguista Comisión de la Verdad insiste en recrear la historia,
inventando nuevos héroes donde solo hay delincuentes y depredadores y
estigmatizando a los soldados, los verdaderos héroes hijos del pueblo. La
tenaza JEP ‒verdad jurídica negacionista‒, Comisión de la Verdad ‒verdad
histórica revisionista‒, intenta reconstruir y legalizar el pasado para ofrecer
un futuro socialista de pauperización y miseria. Como en Venezuela.
A ese contubernio se agregan los apuntes
de un lagarto de la ONU, ciudadano de Italia, uno de los países con mayor
consumo de cocaína en Europa, quien señala nuevas tareas a nuestro ejército,
quiere cambiar el destino funcional de nuestra policía, propone acabar con el
Esmad y acusa a nuestros policías de asesinos.
Mientras tanto, los carteles del ELN y las
FARC y sus milicianos crecen en medio de estudiantes despistados y oligarcas
del obrerismo. La mayoría de los colombianos miran con desconcierto e ira
contenida todo este tinglado de imposturas, intereses mezquinos y mentiras
aplaudidas por la mamertada nacional e internacional. Decisiones duras como
desactivar la tal JEP, terminar la Comisión de Roux, poner a los agentes de la
ONU en su sitio y romper con Cuba, adquieren sentido para frenar el inicio de
un nuevo ciclo de violencia que se percibe en el ambiente.