Por Antonio Montoya
H.*
En Colombia somos
prolíficos en biodiversidad, tenemos dos mares, costa por casi la mitad de los
límites territoriales, en general un gran territorio lleno de riquezas
minerales, vegetales y fauna, en fin, somos privilegiados en todas partes.
Lamentablemente
también somo un país lleno de conflictos sociales, de violencia, producimos
paracos, guerrilleros, bandas criminales y generamos a gran escala masacres. Son
grupos que se comportan como verdaderos creyentes, no
en Dios, sino en que consideran que fuera de su verdad,
mando y orden no existe nada más, que se puede disponer de la vida de un
semejante por que es contrario a su pensamiento, que la tierra que les gusta, si
no se la venden se muere o los desplaza, y así sucesivamente. En cada pueblo se
cuentan historias como las de aquel paraco que decía que en ese pueblo las
mujeres vírgenes tenían que ser de él, antes que de otro. Son locuras infames,
las que las comunidades han vivido y soportado por años y años, y la solución
no se ve.
Debo poner el grito
en el cielo sobre este y otros asuntos que agobian a los ciudadanos diariamente.
Hoy, menos que nunca se entiende, porque venimos de un proceso de paz, largo,
tedioso, que dividió al país antes que unirlo, que las cicatrices del conflicto
no se cierran, por el contrario, se ahondan con cada muerto, violación o crimen
incluyendo el secuestro. Es decir, ninguno de los delitos que se cometían se
terminaron, simplemente al inicio del posconflicto se disminuyeron, pero la
violencia volvió a recrudecer y hoy es un nuevo flagelo que nos azota, persigue
y genera dolor y muerte.
Miremos el panorama
actual, la guerrilla del ELN, creció en número de combatientes, algunos de las FARC,
regresaron al conflicto armando disidencias, el control territorial es hoy un
grave problema para las comunidades, las bandas criminales crecen en las
ciudades, la JEP, camina lento, todo el mundo quiere entrar en esa
jurisdicción, pero nadie ha sido condenado pronta y eficazmente por ella, mucha
diligencia, declaraciones y nada de fallos, y llevamos tres años de la
celebración del acuerdo.
El problema,
claramente puedo decirlo, está fundamentado en la ausencia del Estado en las
comunidades; cuando hablo del Estado hablo de la justicia, de la salud,
trabajo, educación, recreación… así sucesivamente podría enunciar más y más
ausencia del Estado que conlleva a que los ciudadanos pierdan la fe y resuelvan
sus conflictos y necesidades con base en sus propios criterios ya sean buenos o
malos.
Es ahí donde surgen
las bandas criminales que se adueñan del territorio y que se convierten en la
ley y el orden, imponen el terror no existiendo más el imperio de la ley. Todo
ello se ve en el Chocó, y en el sur del país: Caquetá, Guainía, Vaupés, Vichada,
Amazonas, y en otras regiones más específicas como Tumaco y barrios de las
grandes ciudades.
Esta anarquía debe
controlarse, sino entraremos como en los tiempos de la Conquista en América, y
de los vaqueros del viejo oeste americano a que los ciudadanos creen sus
propias formas de defensa y ahí sí viene el caos.