viernes, 13 de marzo de 2020

Entre la indiferencia y la paranoia


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
No recuerdo haber vivido antes en mi vida unos días como estos tan cargados de ansiedad y estrés generalizados. Una epidemia china se convierte en pandemia global que trastorna el mundo entero no solo a nivel sanitario sino con devastadores efectos económicos. Para colmos, nuestra economía, tan dependiente de los precios del petróleo, sufre los efectos de su caída reciente y coloca el dólar a la inimaginada cotización que supera los cuatro mil pesos. Inverosímil.

El coronavirus conocido como COVID19 parecía ser un problema de otras latitudes y con consecuencias similares a los de los famosos H1N1 o SARS o ébola. De impacto, pero no tanto como para cobrar tantas vidas en tantas partes. Lo grave fue cuando se fue extendiendo exponencialmente y trascendió fronteras. Todavía parecía lejano hasta cuando llegó a nuestro continente y poco a poco hasta nosotros aquí.

La indiferencia radica en relativizar tanto el asunto que no le damos la importancia que merece, ni atendemos las sugerencias de cuidado que nos hacen. Creernos inmunes o que no nos va a afectar puede resultar equívocamente pretencioso y puede salirnos caro por irresponsables. A la par, adoptar una postura cargada de pánico y terror, de paranoia exacerbada, que es el otro extremo, igualmente es erróneo porque nos conduce a adoptar decisiones muy costosas.

Me impacta profundamente ver que, con el paso de las horas, las medidas se tornan más radicales. Ciudades enteras en cuarentena. La OMS la declara pandemia. El Vaticano cierra la Basílica y la Plaza de San Pedro y además pospone dos eventos internacionales sobre educación y economía. Trump cierra fronteras aéreas con Europa. Se cancelan eventos artísticos y deportivos. Aquí, el presidente ordena cancelar todos los eventos masivos. Bogotá se declara en alerta amarilla. Las iglesias cierran o adoptan medidas restrictivas que nadie entiende: no se puede dar la mano, no se pueden dar besos, solo un gesto lejano y casi postizo. Nuestra universidad cancela ceremonias de graduación y otras deciden dar sus clases no presenciales. El teletrabajo se extiende. La movilidad por todos los medios se reduce. El comercio en todos sus frentes se afecta. Las entidades financieras entran en estado de shock porque las bolsas se derrumban. La economía entra en recesión. Esto es apocalíptico. ¿A qué punto vamos a llegar?

La ponderación, la ecuanimidad, el equilibrio, la sindéresis, sería lo correcto. “Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre”, enseña la sabiduría popular. Responsable es tomar en serio todas las medidas preventivas. Irresponsable es exagerar más de la cuenta. Algo me huele mal en todo este río revuelto. La enfermedad tiene un perfil bien caracterizado pues tiene poblaciones y edades vulnerables como objetivo. Muchos pueden contagiarse, pero no todos. Los índices de mortalidad parecen altos, pero son infimos si se comparan con otras enfermedades que cobran más victimas. No todos los infectados mueren. El mundo no se va acabar por esto ni estamos ante una letal plaga egipcia. Me produce risa que se diga que “hasta el 18 de abril se toma X medida” como si la pandemia hubiese dicho: trabajo hasta el 17. Ridículo. En tanto, otros aprovechan la coyuntura, como siempre, para hacer su agosto anticipado en marzo, comprando acciones a huevo, haciendo negocios con los aterrorizados que huyen buscando refugio en Saturno o Plutón. Seamos serios. Digamos Sí a los hábitos saludables de comida e higiene, a tener las endorfinas altas porque tener las defensas bajas es abrirle posibilidades al virus. A cuidar a los mayores y los enfermos. Todo en su justo lugar. Ni indiferencia, ni paranoia.