Por John
Marulanda*
“La peste” (Camus, 1947) encaja en las circunstancias actuales, como nos recordaba
José Félix Lafaurie aunque, a decir verdad, de ese nobel prefiero “El extranjero”.
Antes, hacia principios del siglo 14, la peste bubónica había matado más de 25
millones de personas en Europa y Giovanny Boccaccio escribió “El Decamerón”
(1353), incluido en el índice de libros prohibidos por la Inquisición y en mi
natal Manizales, restringido para mayores de edad debido a su contenido
pecaminoso.
Obligados a encerrarse en una villa para huir de
la Yersenia pestis, diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, se
aíslan durante dos semanas a charlar sobre amenidades de la vida cotidiana. Los
efectos sociales, sicológicos y económicos de la pandemia, sirven para mostrar
una perspectiva de vida que abandona el ubi sunt (la esperanza
del mundo trascendente) e introduce el carpe diem (el disfrute
de este mundo aquí y ahora). La naturaleza, el amor, la suerte, la
inteligencia, se desarrollan a lo largo de 101 cuentos que durante diez noches,
llenan la imaginación de goces elementales. En la moralidad actual, “El
Decamerón” puede parecer anticuado pero la sencillez de su estructura
literaria, la limpieza de su prosa y lo picaresco de sus argumentos, muestran
la naturaleza humana en plena vitalidad y a la puerta de una amenaza letal que
para entonces dio paso del Medioevo al Renacimiento, al que Occidente tanto le
debe.
Entre la sociopatía subyacente en “La peste” y
la euforia humanista de “El Decamerón”, el coronavirus nos puede
permitir retornar a la lectura de los clásicos formadores de la conciencia de
Occidente, hoy hecha añicos por la tecnología, la virtualidad y la inmediatez.
Y si se reescribiera “El Decamerón” en esta época de ciencia inaudita,
debiera estar más cerca de las mil y una noches de Scherezada que del erotismo
ramplón de Hernán Hoyos.
Esta pandemia es tal vez una señal de la madre
naturaleza para que sintamos la realidad y desaceleremos un poco el paso, para
que disfrutemos lo que la precipitud y el agite diarios nos impide gozar. Aunque
en Wuhan existe un laboratorio militar de biotecnología, me resisto a creer que
estemos bajo ataque de un arma biológica. Más bien creo que entre el pangolín,
curiosamente presente en la carátula de The Economist de
noviembre del 2019 y un murciélago mal cocido, podríamos estar a la puerta de
cambios sustanciales de vida. Del confucionismo al taoísmo, por ejemplo.