José
Leonardo Rincón, S. J.*
Lo que estamos viviendo es realmente inédito, nunca nos lo imaginamos,
ni siquiera en película de ciencia ficción: que un virus pequeñito, de hecho,
débil, pudiera ponernos en jaque, casi jaque mate, a toda la humanidad. De nada
sirve tener dinero, encopetado abolengo, ser potencia mundial, tener grandes
reservas petroleras o poseer el mejor armamento nuclear. El bichito biológico resulta
más poderoso y finalmente más letal. Para evitarlo, nos ha obligado a
confinarnos en casa en una auténtica cuarentena cuaresmal.
Cuarentena y Cuaresma aluden ambas a cuarenta días y aunque sus
propósitos en principio son diferentes, gracias a la pandemia generada por el
Covid-19, aquí resultaron coincidentes y complementarias a punto de que la imperiosa
cuarentena para salvar nuestras vidas como medida sanitaria, nos ayuda en mucho
como creyentes en este tiempo de cuaresma a salvar nuestra vida, como profundo
sentido espiritual.
Muchos escritos, muy inspirados, por cierto, se comparten por las redes
sociales en estos días y se alternan con los famosos y muy simpáticos memes que
nos hacen reír en medio de la tragedia. Estos florecen tan rápidamente como van
pasando. Aquellos calan y se convierten en lección existencial que no se
olvidará tan fácilmente. Y es verdad que lo que estamos viviendo nunca se nos
olvidará: obligados a volver a casa, al calor del hogar, para encontrarnos adentro
con nuestros seres queridos sin afán, sin las premuras del estrés cotidiano que
copaba nuestras complejas agendas de citas y compromisos siempre afuera.
Inducidos al silencio cuando todo era ruido. Discotecas, estadios,
cines, clubes, restaurantes, todos estridentes, todos cerrados. Quizás porque es
la hora de hacer un pare para abrirnos a escuchar los sonidos del silencio, las
voces del espíritu, al Dios que habla a nuestras mentes y corazones. Para
escuchar la voz de nuestra conciencia que tiene temas pendientes sobre qué
interpelarnos, porque hablábamos mucho con los otros y prácticamente nada con
nosotros mismos.
La coyuntura evidencia nuestra pequeñez y fragilidad versus lo
agrandados y fuertes que nos sentíamos. Nos obliga a ser humildes y a
recordarnos lo lábiles y finitos que somos. Me evoca esa frase evangélica que
Ignacio de Loyola le gustaba machacar al impetuoso joven Francisco Javier: “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”
La tradicional cuaresma estaba bastante desgastada en sus tradicionales formas
de ayuno, oración y limosna, lucía poco atractiva y hasta desvirtuada. La
cuarentena le ha servido como su mejor estrategia de marketing. El ayuno no era
para comer pescado, sino para abstenerse un tiempo de eso que nos gusta. La
oración no era para cumplir con unos cuantos rezos de precepto sino para tener
un tiempo de reflexión interior y lograr contemplar y admirar las cosas simples
de la vida. La limosna no era para dar de lo que nos sobraba sino para
compartir solidariamente incluso de lo que nos falta. Mejor no pudo estar esta
cuarentena en plena cuaresma para ayudarnos a ser mejores personas, mejores
seres humanos. Ojalá la asumamos y la vivamos así.