viernes, 20 de marzo de 2020

Cuarentena cuaresmal


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Lo que estamos viviendo es realmente inédito, nunca nos lo imaginamos, ni siquiera en película de ciencia ficción: que un virus pequeñito, de hecho, débil, pudiera ponernos en jaque, casi jaque mate, a toda la humanidad. De nada sirve tener dinero, encopetado abolengo, ser potencia mundial, tener grandes reservas petroleras o poseer el mejor armamento nuclear. El bichito biológico resulta más poderoso y finalmente más letal. Para evitarlo, nos ha obligado a confinarnos en casa en una auténtica cuarentena cuaresmal.

Cuarentena y Cuaresma aluden ambas a cuarenta días y aunque sus propósitos en principio son diferentes, gracias a la pandemia generada por el Covid-19, aquí resultaron coincidentes y complementarias a punto de que la imperiosa cuarentena para salvar nuestras vidas como medida sanitaria, nos ayuda en mucho como creyentes en este tiempo de cuaresma a salvar nuestra vida, como profundo sentido espiritual.

Muchos escritos, muy inspirados, por cierto, se comparten por las redes sociales en estos días y se alternan con los famosos y muy simpáticos memes que nos hacen reír en medio de la tragedia. Estos florecen tan rápidamente como van pasando. Aquellos calan y se convierten en lección existencial que no se olvidará tan fácilmente. Y es verdad que lo que estamos viviendo nunca se nos olvidará: obligados a volver a casa, al calor del hogar, para encontrarnos adentro con nuestros seres queridos sin afán, sin las premuras del estrés cotidiano que copaba nuestras complejas agendas de citas y compromisos siempre afuera.

Inducidos al silencio cuando todo era ruido. Discotecas, estadios, cines, clubes, restaurantes, todos estridentes, todos cerrados. Quizás porque es la hora de hacer un pare para abrirnos a escuchar los sonidos del silencio, las voces del espíritu, al Dios que habla a nuestras mentes y corazones. Para escuchar la voz de nuestra conciencia que tiene temas pendientes sobre qué interpelarnos, porque hablábamos mucho con los otros y prácticamente nada con nosotros mismos.

La coyuntura evidencia nuestra pequeñez y fragilidad versus lo agrandados y fuertes que nos sentíamos. Nos obliga a ser humildes y a recordarnos lo lábiles y finitos que somos. Me evoca esa frase evangélica que Ignacio de Loyola le gustaba machacar al impetuoso joven Francisco Javier: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”

La tradicional cuaresma estaba bastante desgastada en sus tradicionales formas de ayuno, oración y limosna, lucía poco atractiva y hasta desvirtuada. La cuarentena le ha servido como su mejor estrategia de marketing. El ayuno no era para comer pescado, sino para abstenerse un tiempo de eso que nos gusta. La oración no era para cumplir con unos cuantos rezos de precepto sino para tener un tiempo de reflexión interior y lograr contemplar y admirar las cosas simples de la vida. La limosna no era para dar de lo que nos sobraba sino para compartir solidariamente incluso de lo que nos falta. Mejor no pudo estar esta cuarentena en plena cuaresma para ayudarnos a ser mejores personas, mejores seres humanos. Ojalá la asumamos y la vivamos así.