jueves, 20 de febrero de 2020

Vigía: de la caja negra a los antihéroes


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda
Una articulista propone que los militares tienen un tinte, que ella llama arista de antihéroes. Fundamenta su especulación en la tesis doctoral de un naval retirado que entrevistó a oficiales, menos del 10% del cuerpo institucional; ahonda en la psicología y sociología castrenses y habla de nuestro conflicto, de la guerra.

La experiencia enseña que muchos de quienes hablan de guerra, algunos aún con uniforme, sostienen un imaginario romanticoide o utilitarista de la cruda realidad bélica, rostizándola en banderas o ideologías. Es que el sacrificio supremo de los militares no es solamente un ideal institucional de heroica tradición histórica. Es un mandato contemplado en el Artículo 1 del Código Disciplinario Militar, que estipula que los soldados deben mantener “Disposición permanente para defender a Colombia, incluso con la entrega de su propia vida cuando sea necesario”, obligación confirmada por la Corte Constitucional. Y el Código Penal Militar Colombiano, en su Título IV Del Honor Militar, Capitulo 1 De la Cobardía, artículos 117, 118 y 119, tipifica un delito en el cual los militares en servicio pueden incurrir, obligándolos a ir más allá del límite normal de la preservación de la propia vida.

La paz, ese intervalo ocasional en la historia de la humanidad, no ha logrado desaparecer los ejércitos y el asunto de los militares colombianos es, como se evidencia hoy, la guerra. Un tipo de guerra que ya no calza mucho en la doctrina clautszewiana clásica de la política por otros medios, sino en el crimen organizado transnacional, de origen narcotraficante. En ese contexto, nuestros Ejército Bicentenario, integrado por profesionales honrados, no está exento de payasos disfrazados de soldados incapaces de empuñar el fusil, o de lidiar honorablemente con superiores insufribles, pero, eso sí, ávidos de reconocimiento social y de la bolsa presupuestal.

Hablar de guerra, lucir el uniforme y sus alamares y llamarse capitán o coronel, sin serlo de escuela, ni con experiencia real de combate, es un lamentable remedo estilo “Yo me llamo”. Una burla a los reales héroes que por vocación y bajo el peso de la ley, deben llegar hasta el sacrificio de sus vidas. Por supuesto, articulistas ajenos a esa y otras realidades, catalogan al Ejército de caja negra o perfilan sus antihéroes.

Un capítulo principal de toda esta discusión es el papel de los retirados, decretados ahora como veteranos o como reserva activa, hombres y mujeres de raíces institucionales, pero con latentes ambiciones políticas.