Por John Marulanda*
Una
articulista propone que los militares tienen un tinte, que ella llama arista de
antihéroes. Fundamenta su especulación en la tesis doctoral de un naval
retirado que entrevistó a oficiales, menos del 10% del cuerpo institucional;
ahonda en la psicología y sociología castrenses y habla de nuestro conflicto,
de la guerra.
La
experiencia enseña que muchos de quienes hablan de guerra, algunos aún con
uniforme, sostienen un imaginario romanticoide o utilitarista de la
cruda realidad bélica, rostizándola en banderas o ideologías. Es que el
sacrificio supremo de los militares no es solamente un ideal institucional de
heroica tradición histórica. Es un mandato contemplado en el Artículo 1
del Código Disciplinario Militar, que estipula que los soldados deben mantener “Disposición
permanente para defender a Colombia, incluso con la entrega de su propia vida
cuando sea necesario”, obligación confirmada por la Corte Constitucional. Y
el Código Penal Militar Colombiano, en su Título IV Del Honor Militar,
Capitulo 1 De la Cobardía, artículos 117, 118 y 119, tipifica un delito en el
cual los militares en servicio pueden incurrir, obligándolos a ir más allá del
límite normal de la preservación de la propia vida.
La
paz, ese intervalo ocasional en la historia de la humanidad, no ha logrado
desaparecer los ejércitos y el asunto de los militares colombianos es, como se
evidencia hoy, la guerra. Un tipo de guerra que ya no calza mucho en la
doctrina clautszewiana clásica de la política por otros medios, sino en el crimen
organizado transnacional, de origen narcotraficante. En ese contexto, nuestros
Ejército Bicentenario, integrado por profesionales honrados, no está exento de
payasos disfrazados de soldados incapaces de empuñar el fusil, o de lidiar
honorablemente con superiores insufribles, pero, eso sí, ávidos de
reconocimiento social y de la bolsa presupuestal.
Hablar
de guerra, lucir el uniforme y sus alamares y llamarse capitán o coronel, sin
serlo de escuela, ni con experiencia real de combate, es un lamentable remedo
estilo “Yo me llamo”. Una burla a los reales héroes que por vocación y bajo el
peso de la ley, deben llegar hasta el sacrificio de sus vidas. Por supuesto,
articulistas ajenos a esa y otras realidades, catalogan al Ejército de caja
negra o perfilan sus antihéroes.
Un
capítulo principal de toda esta discusión es el papel de los retirados,
decretados ahora como veteranos o como reserva activa, hombres y mujeres de
raíces institucionales, pero con latentes ambiciones políticas.