viernes, 21 de febrero de 2020

Un sí radical por la vida

José Leonardo Rincón,S.J.

José Leonardo RincónEstos escritos semanales que comparto con mis amigos son pensamientos libres expresados en voz alta. Nunca han tenido la pretensión de ser artículos académicos. Son reflexiones informales, si se quiere coloquiales. No hablo oficialmente como sacerdote, ni soy vocero oficial de la compañía. De manera que lo que aquí digo es de mi única y total responsabilidad.  Algunos de ustedes, muy queridos, comparten con otros mis escritos en sus muros y algunos de los “extraños” que los leen pueden echar de menos un mayor rigor. Trato de hacerlo pero, repito, la pretensión es otra, simplemente abrir díalogos, generar preguntas, poner a pensar. Muchas gracias por entender de que se trata.


Esta semana he estado pensando que como seres humanos somos muchas veces incomprensibles. Excesivamente susceptibles y sensibles frente a algunos asuntos y totalmente indolentes e indiferentes frente a otros. Cada vez más, por ejemplo, nos hemos convertido en defensores y cuidadores de los animales. Les hemos dado tanta importancia que no toleramos su maltrato: ni en una corrida de toros, ni para que carguen cosas pesadas, ni que los hagan sufrir de múltiples modos. Son tan importantes que de mascotas han pasado a reemplazar a los hijos en los hogares. Son tan importantes que ya son sujetos de derechos. 

Lo que me llama la atención es que protestamos airadamente si algo malo les ocurre a estos seres, pero no nos conmueven los desechables callejeros, ni los niños que mueren por desnutrición, ni los líderes sociales que a diario asesinan en el país, ni los abortos por miles que truncan nacientes vidas. A los animales les dedicamos tiempo, ternura y un reconocimiento que muchas veces no tenemos con la muchacha del servicio, o con el celador del edificio o con alguno de los seres humanos con los que nos cruzamos todos los días. 

Me admira sobremanera que simultáneamente estemos pidiendo, por un lado, acabar con las ferias taurinas por ser un espectáculo grotesco de tortura de un pobre animalito y, por otro, presionando a la Corte Constitucional para que de vía libre al aborto sin las actuales tres restricciones. En el pasado reciente, del mismo modo defendemos enardecidos nuestro entorno ecológico, pero somos complacientes con asesinatos y masacres. Algunas autoridades guardan silencio impune con gente inocente asesinada pero salen a dar el pésame por la muerte natural de un narcotraficante que reconocía haber asesinado él mismo, por sí y por otros, más de tres mil personas.

Que dañen la naturaleza o abandonen un perrito, genera automática solidaridad en las redes, pero que destrocen un bebé de siete meses porque a la mujer se le dio la gana hacerlo, eso se llama libertad y autonomía. Estamos trastocados. Algo está mal. 

A pesar de que la mayoría de sus consejeros le pedía a Pablo VI ser más flexible frente a los métodos anticonceptivos, el santo padre se sostuvo en Humanae Vitae promoviendo los métodos naturales. Muy bonito como deber ser para un cristiano maduro y bien formado, pero no para la mayoría de la gente en el mundo. El no tener una buena educación sexual y el no ser responsables con el manejo de la sexogenitalidad han disparado los embarazos no deseados, que en la mayoría de los casos desembocan en abortos. 

Con todo respeto, pero no comparto esa ideológica posición de que la mujer hace con su cuerpo lo que quiere. Como quien dice, lo destruye con sexo, alcohol y drogas, lo maltrata, sega la vida que por descuido comenzó a gestarse dentro suyo y… eso está bien, es lo deseable, es lo correcto, mejor dicho, ¿no pasa nada? Claro, el problema también es masculino, de modo que debería castigarse severamente a los abusadores y los violadores que irrespetan el cuerpo de una mujer, o de una niña. 

La vida es sagrada y se respeta. Desde aquí me manifiesto con un SÍ radical por la vida. La del entorno natural qué hay que cuidar porque es nuestra casa, la de los animales cuya vida hay que preservar, pero sobre todo y primero que todo, la del ser humano, desde su gestación en el vientre materno hasta su envejecido estado terminal. Pobre o rico. Hombre o mujer. De derecha o izquierda. No hay vidas de primera y otras de segunda. Todas son importantes.