José
Leonardo Rincón, S. J.*
Cada vez me convenzo más de que haber obtenido un título universitario
de pregrado y aún de postgrado no garantiza necesariamente que el sujeto sea
realmente idóneo como profesional. Podrá tener el cartón, podrá tener tarjeta o
carnet que lo acrediten como tal, podrá haberse graduado en una de las mejores
universidades del país, podrá ser muy simpático y contar con excelentes
relaciones y contactos, pero eso no lo hará ni competente, ni excelente.
Imbuido en las lides de dirección de entidades y gremios, he podido
comprender porqué a profesionales de una misma universidad y promoción, a unos
les va súper bien y son exitosos y a otros les va regulimbis y no llegan muy
lejos. No es tampoco solo cuestión de resultados académicos, llamémoslos altas
calificaciones, sino de verdadero carisma y vocación para apasionarse por lo
suyo y gozarse lo que hacen.
Hay de todo, entonces:
* Profesionales con más cartones que un tugurio, que no sirven para
nada. A algunos los agobia el prurito de la titulitis y se la pasan media vida en
ese plan, pero después uno no ve que les haya servido más allá de satisfacer su
ego, porque no se observa la reciprocidad o compensación entre lo invertido y
lo que producen luego. En el gremio de los educadores más de una vez quedé
boquiabierto con profesores con maestrías, especializaciones y diplomados, pero
que en el aula no veía uno su impacto positivo en la población estudiantil.
Sacaban los títulos para ascender en el escalafón y ganar mejor salario, pero
no porque les interesara transferir realmente su conocimiento y mejorar la
calidad educativa de este país.
* Profesionales muy estudiados, egresados de las mejores universidades,
con un currículo sorprendente, pero muy regulares en su desempeño laboral. Me
atrevo a pensar que lograron pasar raspando las materias, esos que nunca
llegaron a un cuatro (4): mediocres. Y hay profesiones donde no se puede ser mediocre.
O se sabe y se sabe bien o no se sabe. El maestro Salustiano diría para
consolarse que “media vara no es desplome” pero su axioma le salió por la
culata al ingeniero: ¡si hubo desplome! O lo que pasó con el edificio Space o
el puente de Chirajara, ¿qué fue?
* Profesionales estancados que se quedaron con sus conocimientos básicos
y nunca se actualizaron o siguieron estudiando. Esos nunca supieron que el
conocimiento tiene un crecimiento exponencial. Esta semana me pasó con dos
abogados: uno, ¡citando en 2020 una ley obsoleta que la Corte Constitucional
tumbó en 1994! Otro, citando un código civil que ya no existe porque fue reemplazado
por el código general del proceso. O como el cura que se quedó con su teología
tridentina y nunca supo que fue eso del Concilio Vaticano II, de seguro sigue
predicando sobre la culebra que habla en el paraíso y no le preocupan los
problemas de esta humanidad agobiada y doliente.
La cuestión no es de títulos, esa falsa ilusión que subyuga a los
academicistas (que no académicos). La cuestión es de vocación, carisma y
pasión. Claro, las dos. Porque se necesitan mutuamente. Porque uno podrá ser un
médico muy fru-fru pero si para tomar la tensión al paciente le da pereza y también
bosteza para recetar un acetaminofen, estamos llevados. O si le encanta la
medicina, goza buscando dar vida y salud, pero es un tegua sin mayor
preparación, ¡pobres pacientes!
Anda suelto mucho profesional mediocre. Resultan ser bastante
peligrositos. Como la enfermera distraída que le dio la medicina equivocada al
paciente y lo mató; o el cirujano que no era plástico y dejó desangrar a su
reinita de belleza; o el arquitecto chambón con acabados de cuarta categoría; o
el funcionario público que se la pasa chateando en vez de atender la larga
fila; o el contador que se le fue un cero de más y trastornó los estados
financieros de la empresa. Lamentablemente en nuestro país hay mucho
profesional mediocre, con el título, pero sin pasión y carisma o con el título,
pero sin buenas y serias bases académicas. Son un peligro. ¡Cuidado!