Por John Marulanda*
Un amigo, profesor universitario, reclama que Gallup
es una multinacional cuyas estadísticas favorecen los intereses del imperio y
que, por eso, siempre coloca a los militares como la institución de mayor
confiabilidad de los colombianos. La Universidad del Rosario aplicó una
encuesta sobre lo que piensan los jóvenes entre 18 y 32 años. Y según los
resultados, las entidades de las que más se fían, son sus universidades. Fuera
de su mundo, las instituciones formales en las que mayormente confían son las fuerzas
militares, seguidas por la Iglesia. En las que menos creen: el congreso, el
presidente y los jueces.
Paralelo con lo anterior, un articulista escribió
sobre “Militares e identidad”, tesis doctoral de un oficial naval retirado la
cual, al decir del columnista “nos abre por primera vez la ‘caja negra’ y
nos permite conocer y quiénes son y qué piensan los militares del país”. El
cronista, que se dice conocedor del tema, confunde armas con fuerzas y el
documento de la Javeriana, excluye suboficiales y tropa, cuatro quintas partes
de la milicia, perpetuando el desueto esquema federiciano del clasismo
organizacional del siglo 18, que le entrega a la oficialidad ‒nobleza del
despotismo ilustrado‒ la patente del pensamiento castrense. Mucho han cambiado
las cosas desde entonces, aunque los militares continúan cumpliendo una
responsabilidad social muy especial que los obliga a vivir en cuarteles,
obedientes y disciplinados en medio de armas, sometidos a rituales y simbolismo
milenarios y obligados a enfrentar riesgos inminentes, so pena de la deshonra y
el castigo penal por cobardía.
Lo interesante es que la encuesta estudiantil, al
tenor de la de Gallup, recaba que los militares en Colombia sí están en el
corazón de los colombianos mientras políticos y jueces permanecen en el
subsuelo de la confianza nacional. Es ese sentimiento popular y no el desempeño
político, lo que mantiene la moral de nuestros soldados, a pesar de los
malabares sofistas de parlamentarios para presentarlos como genéricos
violadores de los derechos humanos, asesinos de niños y potenciales dictadores.
Definir los militares como gueto, hoy en día es
maledicente. Las puertas del ejército bicentenario están abiertas para quien
quiera adentrarse en la complejidad vocacional, emocional y espartana, de una institución
con derechos civiles castrados, sin voto y sin posibilidad de agremiación o
sindicalización. Hablar, pues, de una “caja negra”, tiene cierto sabor a
menosprecio y ofensa, que nos toca a los retirados, a los reservistas.