miércoles, 5 de febrero de 2020

El partido y el gobierno


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Maurice Duverger, en su clásica obra “Institutions politiques”, cuya primera edición data de 1955, definió los partidos latinoamericanos como “clientelas en el sentido romano del término”. Esta descripción peyorativa corresponde en muy buena parte a la triste realidad de un continente gobernado por fantoches, aupados por fanáticas y vociferantes clientelas unidas en la rapacidad, el nepotismo y la corrupción.

Hasta hace unos pocos años Colombia parecía ser la excepción: un solo golpe militar en el siglo XX, y una serie de austeros estadistas apoyados en partidos fundados en principios sólidos, cuya alternación en el ejecutivo no significaba ni la aniquilación del adversario, ni la sustitución del modelo económico-social, por la revolución, el caos y la miseria.

Todo cambió con el robo del plebiscito, la refrendación delictual del “acuerdo final”, el fast track y el establecimiento de un régimen supraconstitucional que conduce inevitablemente al “gobierno de transición”, aterradora seguidilla de hechos para cambiar el estado de derecho por el golpe de Estado permanente.

Había que elegir entre Constitución y supraconstitución (es decir, el AF). La elección del doctor Duque, entonces, debía romper esa fatídica cadena, porque su programa hacía énfasis en la legalidad como inmodificable principio de gobierno. Por lo tanto, prometía reformar el AF en el sentido de regreso al orden constitucional…

Pero una vez elegido, el doctor Duque, de manera sorprendente, escogió como “legalidad” el acatamiento de la supraconstitución, y por tanto, continuamente se ufana de haberla respetado escrupulosamente. Solo una vez, después de larga dubitación, objetó seis articulitos de una ley infame, la del “procedimiento” de la JEP. Sus objeciones, desde luego, estaban destinadas a ser desechadas por la Corte Constitucional.

Pero lo trágico es que, si Colombia sigue transitando por el camino del AF, el gobierno de Duque se verá obligado, quiéralo o no, a convertirse en el “de transición”, desde luego de manera menos abrupta de lo que hubiera sido con Petro, pero para llegar al mismo resultado previsible en 2022.

En defensa del presidente se dice y se repite que nada distinto puede hacer, porque esta maniatado por el AF, carece de mayoría parlamentaria y tiene en contra todos los poderes judiciales, obedientes a la extrema izquierda. Así las cosas, el Centro Democrático y los conservadores se ven obligados a apoyarlo para que “no se caiga la estantería” …

A mí, en cambio, me parece que el CD y el Conservatismo están actuando frente a Duque como clientelas romanas. Lastimadas porque la mayor parte de los cuadros superiores del gobierno son santistas, sus únicos reclamos al gobierno son de cómputo burocrático.

¿Dónde están, en cambio, la defensa de la legalidad y la preservación del orden democrático? La razón de ser de los partidos legitimistas no puede ser otra que la conservación del estado de derecho y la oposición permanente al avance de la revolución que ha de eliminarla.

Desafortunadamente, el gobierno y sus amigos se mueren de miedo siquiera de hablar, y mucho más de reconocer que existe una subversión comunista actuante y que sigue una estrategia continental para la toma del poder, especialmente en Colombia, donde ya dispone de buena parte del Estado, sobre todo en la rama judicial; domina la educación y tiene la complicidad de los medios masivos.

Para superar la fragilidad en el ejercicio del poder, ahora se nos viene una “gobernabilidad” basada en la repartición de “cuotas de poder”: algo para el CD y los conservadores, y mucho para otras clientelas, las comprometidas con la observancia total del AF, es decir Cambio Radical y la U, sin descartar la posibilidad de que César Gaviria también se monte en ese destartalado bus…

Lo que no se quiere reconocer es que resignarnos a un gobierno de transición, así sea presidido por alguien estimable como Duque, no tiene horizonte distinto al triunfo electoral de la izquierda, porque en el 2022, las fuerzas democráticas estarán agotadas y diezmadas por el fracaso del gobierno, mientras las de la extrema izquierda llegarán crecidas a las urnas, para recoger un país carcomido por la pusilanimidad, el populismo, la indecisión, la desinformación, y sustentado económicamente en los ingresos de la narcoindustria.