Por José
Alvear Sanín*
Maurice Duverger, en su clásica obra “Institutions politiques”, cuya primera
edición data de 1955, definió los partidos latinoamericanos como “clientelas
en el sentido romano del término”. Esta descripción peyorativa corresponde
en muy buena parte a la triste realidad de un continente gobernado por
fantoches, aupados por fanáticas y vociferantes clientelas unidas en la
rapacidad, el nepotismo y la corrupción.
Hasta hace unos pocos años Colombia parecía ser
la excepción: un solo golpe militar en el siglo XX, y una serie de austeros
estadistas apoyados en partidos fundados en principios sólidos, cuya
alternación en el ejecutivo no significaba ni la aniquilación del adversario,
ni la sustitución del modelo económico-social, por la revolución, el caos y la
miseria.
Todo cambió con el robo del plebiscito, la
refrendación delictual del “acuerdo final”, el fast track y el
establecimiento de un régimen supraconstitucional que conduce inevitablemente
al “gobierno de transición”, aterradora seguidilla de hechos para cambiar el
estado de derecho por el golpe de Estado permanente.
Había que elegir entre Constitución y
supraconstitución (es decir, el AF). La elección del doctor Duque, entonces,
debía romper esa fatídica cadena, porque su programa hacía énfasis en la
legalidad como inmodificable principio de gobierno. Por lo tanto, prometía
reformar el AF en el sentido de regreso al orden constitucional…
Pero una vez elegido, el doctor Duque, de
manera sorprendente, escogió como “legalidad” el acatamiento de la
supraconstitución, y por tanto, continuamente se ufana de haberla respetado
escrupulosamente. Solo una vez, después de larga dubitación, objetó seis
articulitos de una ley infame, la del “procedimiento” de la JEP. Sus
objeciones, desde luego, estaban destinadas a ser desechadas por la Corte
Constitucional.
Pero lo trágico es que, si Colombia sigue
transitando por el camino del AF, el gobierno de Duque se verá obligado,
quiéralo o no, a convertirse en el “de transición”, desde luego de manera menos
abrupta de lo que hubiera sido con Petro, pero para llegar al mismo resultado
previsible en 2022.
En defensa del presidente se dice y se repite
que nada distinto puede hacer, porque esta maniatado por el AF, carece de
mayoría parlamentaria y tiene en contra todos los poderes judiciales,
obedientes a la extrema izquierda. Así las cosas, el Centro Democrático y los
conservadores se ven obligados a apoyarlo para que “no se caiga la estantería” …
A mí, en cambio, me parece que el CD y el
Conservatismo están actuando frente a Duque como clientelas romanas. Lastimadas
porque la mayor parte de los cuadros superiores del gobierno son santistas, sus
únicos reclamos al gobierno son de cómputo burocrático.
¿Dónde están, en cambio, la defensa de la
legalidad y la preservación del orden democrático? La razón de ser de los
partidos legitimistas no puede ser otra que la conservación del estado de
derecho y la oposición permanente al avance de la revolución que ha de
eliminarla.
Desafortunadamente, el gobierno y sus amigos se
mueren de miedo siquiera de hablar, y mucho más de reconocer que existe una
subversión comunista actuante y que sigue una estrategia continental para la
toma del poder, especialmente en Colombia, donde ya dispone de buena parte del
Estado, sobre todo en la rama judicial; domina la educación y tiene la
complicidad de los medios masivos.
Para superar la fragilidad en el ejercicio del
poder, ahora se nos viene una “gobernabilidad” basada en la repartición de
“cuotas de poder”: algo para el CD y los conservadores, y mucho para otras
clientelas, las comprometidas con la observancia total del AF, es decir Cambio
Radical y la U, sin descartar la posibilidad de que César Gaviria también se
monte en ese destartalado bus…
Lo que no se quiere reconocer es que
resignarnos a un gobierno de transición, así sea presidido por alguien
estimable como Duque, no tiene horizonte distinto al triunfo electoral de la
izquierda, porque en el 2022, las fuerzas democráticas estarán agotadas y
diezmadas por el fracaso del gobierno, mientras las de la extrema izquierda
llegarán crecidas a las urnas, para recoger un país carcomido por la
pusilanimidad, el populismo, la indecisión, la desinformación, y sustentado
económicamente en los ingresos de la narcoindustria.