Por John Marulanda*
Según la doctrina comunista, la
violencia es partera de las nuevas sociedades. Y esta ha convertido a Chile,
paradigma del desarrollo neoliberal en Latinoamérica, en un lamento. Es la
Paradoja de Tocqueville, sentencian académicos; complot narco Castro Chavista,
dicen analistas; “éxito” del socialismo del siglo 21 gracias a la “brisita
bolivariana”, cacarea Miraflores. Cerca de 30 muertos, más de 2.300 heridos y
un montón de jóvenes tuertos que lucirán un parche por el resto de sus vidas;
hospitales, comercios, iglesias, estaciones de policía, hoteles, edificios
destruidos; unas élites político-económicas desacreditadas, un gobierno
descalificado, los icónicos carabineros desprestigiados y el sistema
democrático en grave riesgo. “Destruir para reconstruir” sentencian
mamertos de esos que abundan en las esquinas de las universidades. Solo el ejército
se yergue incólume y férvido, para rabia de sus detractores, planteando, de
paso, serios interrogantes sobre el futuro político del país.
Chile llora, Perú se prepara, Bolivia se
reorganiza, Ecuador contiene la respiración, Venezuela se desangra y el
narcotráfico continúa como telón de fondo de todo este zafarrancho regional. El
crimen organizado transnacional, aliado natural del comunismo, es uno de los
grandes beneficiarios de la turbulencia.
En Colombia, buscar una perturbación que
produzca algunos “mártires” por cuenta de la fuerza pública para obligar
finalmente a un cambio constitucional, como en Ecuador y en Chile, es el
sesentero e infame truco de los revolucionarios disfrazados de antifascista.
Ahora proponen entregar funciones de la policía nacional a la guardia campesina,
organización paramilitar enemiga de la institución, dizque para garantizar la
paz. Sin embargo, los marxadictos y los leninviciosos promotores ocultos y
evidentes del 21N no percibieron que, si bien hay fatiga con la ineficacia del
modelo actual, nadie quiere volver atrás perdiendo lo poco o mucho que tiene.
Aquí la dinámica va por otro camino. En Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico, Bogotá
y en otros lugares, la sociedad agobiada por la corruptela, ahíta de un muy
desprestigiado congreso, huérfana de partidos políticos serios, poco a poco,
espontáneamente, ha empezado a consolidar una contra marcha que plantea serios
riesgos de seguridad pública interna: los comerciantes pueden ser los cavadores
de los capuchos. Con un escaso 1% de la población protestando en la calle, el
cacerolazo no es una percusión de triunfo, sino una advertencia de castigo. Los
resultados del segundo tiempo del consabido soplo en Colombia indican el camino
a seguir. O “contrabrisa” regional o resistencia nacional.