Por John Marulanda*
Colombia logró contener exitosamente las
críticas 48 horas iniciales de esta guerra fría 2.0, suave, molecular, híbrida,
social prolongada o como se quiera llamar. Tres elementos fueron claves: la
recia actitud de algunos ciudadanos frente a los vándalos, el denodado esfuerzo
y profesionalismo de nuestra policía y la aplicación inteligente de medidas
restrictivas por parte de alcaldes y gobernadores.
La guerra contra el terrorismo ha
endurecido a los colombianos, que llevan a cuestas el persistente acoso de
quintacolumnistas estalinianos, habilidosos argumentadores de bienestar,
libertad, justicia, paz y reconciliación.
Como en 1960, con mártir a bordo y acoso
jurídico a la fuerza pública, se inicia una etapa de acuerdos políticos
presionados por desinformación y miedo, propagados a través de medios
convencionales, de redes y de comunicadores interesados, con la amenaza clara o
velada de violencia callejera.
En el desarrollo de lo planeado en el documento base del XXV Encuentro
del Foro de Sao Paulo en Caracas, vendrán semanas de
asedio líquido, con inesperados bloqueos a la movilización pública, sorpresivos
brotes de bandidaje y posibles actos terroristas que las comunidades,
organizadas, deberán prever, prevenir y neutralizar con responsabilidad, pero
con contundencia.
Claro que urgen reformas, pero sin
entreguismo ni cobardía habaneros, sin dejarse imponer la agenda socialista, ni
el tiempo, ni el ritmo de la negociación. Apremia, eso sí, modernizar la
educación de nuestros jóvenes a quienes, desde la reforma de 1976 a cargo de un
ruso y un polaco, se les convirtió en parásitos intelectuales, zombis morales e
idiotas útiles de marxistas leninistas angurrientos de poder, alienándolos con
mentiras, fantasías garciamarquianas, verdades a medias y mitos urbanos
repetidos machaconamente en aulas y corrillos por sesenteros, despistados
fecodianos.
Nuestra Policía Nacional, debe mantener
su salud y su músculo para lo que viene; nuestros militares deben adquirir una
preparación superior en el uso de su fuerza contra jovenzuelos irresponsables;
la inteligencia criminal debe neutralizar a los responsables de cadenas
mentirosas y paniqueras, como las de los asaltos a predios particulares en
Bogotá, el traslado de vándalos en vehículos de la policía, la patada del
patrullero a la mujer y los ataques al comercio en Cali.
Entre un Dylan accidentalmente muerto y
una Daneidy cínicamente impune, entre el drama y la burla, entre oportunistas
de mala calaña, jueces veniales y policías sacrificados, se vislumbra el futuro
del país. Nada que no se pueda digerir con un buen partido de fútbol, para
completar la tragicomedia nacional.