Por John Marulanda*
“Disidencias” de la FARC vienen masacrando indígenas caucanos,
especialmente en el área montañosa de Tacueyó. Allí mismo, hace 33 años,
Pizarro León Gómez y Fedor Rey, cabecillas de otra disidencia fariana, durante
un mes torturaron y asesinaron
a 164 civiles. Esta asesina disidencia junto
con el EPL, el ELN, el M-19 y el Movimiento Armado Quintín Lame, integraron la
Coordinadora Nacional Guerrillera y el Quintín Lame, a su vez, junto con grupos
indígenas del Ecuador y Perú formaron un tal Batallón América. Manuel Quintín Lame Chaustre (1880-1967), ha sido el emblema del reclamo indígena contra terratenientes
abusivos y contra un Estado desentendido, pero hoy, los oportunistas líderes
nasas medran rodeados de carros blindados, escoltas, dinero y canonjías,
mientras sus comunidades siguen pauperizadas y poniendo los muertos.
Estos jefes paeces culpan al Estado y a la fuerza pública, sin decir mucho
sobre el narcotráfico, origen de sus desgracias, problema con el que han sido
conniventes y que actualmente involucra sanguinarios actores mexicanos que
acaban de asesinar tres mujeres y seis niños en Chihuahua.
Prevalidos de dudosas excepcionalidades constitucionales, los reyezuelos
tribales remachan letanías zurdas con la autosuficiencia e inexorabilidad del
enajenado que vive desconectado de las presentes complejidades y con sus etnias
debilitadas por el racionalismo y la tecnología, recelan de cualquier cosa
ajena a su crepuscular entorno. Hipócritas organizaciones y personajes europeos
que posan de humanistas protectores de aborígenes también responsabilizan al
Estado y al ejército de la masacre mientras esnifan cocaína sin ningún reato.
Los acuerdos habaneros legalizaron las guardias indígenas, organizaciones
paramilitares con niños de 8 años disciplinados en fila y adoctrinados en que
el rojo de sus pañoletas significa “la sangre que han derramado algunos indígenas con la policía…”. Esta fuerza de seguridad que suplanta a la oficial cree poder enfrentar
los AK de las narco FARC - ELN con garrotes, mientras repudian las armas
legales y legítimas del Estado, su enemigo ancestral. La supuesta
inviolabilidad de sus territorios es un buen deseo de su cotidiana irrealidad,
una oportunidad para el crimen organizado transnacional y un impedimento para
el Gobierno, temeroso de onegés, figurones y oportunistas de izquierda.
Nuestros indígenas caucanos por desconocimiento, bobería o malintención,
tendrán que rendirse ante la fatal paz de una millonaria narco republiqueta o
serán diezmados por la violencia, a menos que acepten de buen agrado,
coordinadamente, la presencia del Ejército bicentenario y de la policía del
gobierno “mestizo”. Lo peor sería que decidieran armarse.