José Alvear Sanín*
Nada puede haber ahora más perjudicial que la
actuación políticamente correcta de negarnos a la realidad, describiendo los
acontecimientos con eufemismos y expresiones edulcoradas o celebrando triunfos
donde solo hay cenizas.
Las FARC nunca han sido ni serán una fuerza
democrática. Aunque son el brazo armado del partido comunista clandestino, de
obediencia cubana dentro del esquema del internacionalismo proletario que recibieron
el país. Esa entrega imperdonable fue rechazada en dos ocasiones por el pueblo
“soberano”: la primera, cuando el NO, contra todas las trampas, triunfó en el
plebiscito. Pero esa providencial decisión fue desconocida; y en vez de exigir
la renuncia del presidente, se le permitió continuar maniobrando hasta que,
mediante una ratificación espuria, pudo entregar el poder al partido
clandestino cuyo nombre es tabú.
Más tarde tuvimos una elección presidencial que
elevó la ventaja de las fuerzas democráticas, de 50.000 a 2.5 millones de
votos; y la volvimos a desperdiciar porque el nuevo gobierno decidió dar
cumplimiento estricto al acuerdo con las FARC, en vez de reformarlo para hacer
posible la supervivencia de nuestra democracia. Su única repulsa en 15 meses ha
sido la de objetar tres artículos de una ley sobre la JEP, que solo tenía otros
63 artículos inconstitucionales.
Si Petro hubiera llegado a la casa de Nariño, a
partir del día siguiente habría empezado a plena marcha el gobierno de
transición previsto en el NAF. En cambio, el doctor Duque adoptó una lánguida
actitud, más de Santos que de Uribe, especie de limbo político, que ha
ocasionado crecientes inseguridad e ingobernabilidad, sin que las ingratas
izquierdas se lo agradezcan…
La anterior indeterminación es la principal
causa del desastre electoral del CD, sin que dejemos de reconocer la pésima
preparación de las elecciones en Bogotá, y aun en Medellín.
La duplicación de votos en regiones marginales,
sobre todo en territorios antes dominados por las FARC, no puede consolar al
CD.
En cambio, la caída de Bogotá y de Medellín en
manos de la extrema izquierda es ominosa. Los alcaldes de esas ciudades
adquieren el control sobre unos 50 billones de pesos anuales, y sobre varios
centenares de juntas de acción comunal. Hay allí dos elementos insuperables
para organizar una eficiente maquinaria electoral que, unida a la incapacidad
legislativa y al dominio de la judicatura y los medios masivos por parte de la
izquierda, la ubica en pole position para
ganar las elecciones de 2022, para no hablar de los dineros de la industria del
narcotráfico, estrechamente vinculado con la izquierda castro-madurista.
No más eufemismos (= mentiras): ni Claudia
López es una mujer de “centro - izquierda”, ni Daniel Quintero es “independiente”.
Ambos son actores de primera fila dentro del elenco revolucionario.
Además, en Bogotá, tanto Claudia como Hollman y
Carlos Fernando se presentaron como fervientes partidarios del NAF, lo que
indica el grado de desinformación de un electorado capaz de votar por ellos,
sin tener en cuenta ni la situación de Venezuela, ni el “huracán” que ufano
anuncia Diosdado.
En estas aterradoras circunstancias, un
gobierno maniatado por la camisa de fuerza del NAF puede verse tentado a pasar de
“acatar” a pisar con fuerza el acelerador que lo convierta en un eficaz
“gobierno de transición”, sin oposición en el Congreso ni en las Cortes,
aceptado por los medios y elogiado por toda la progresía mundial, para dejar
atrás el triste papel que hasta ahora ha asumido.
Ante el atroz escenario político hay dos
posiciones: la primera, la resignación, la espera de un futuro ineluctable como
el presente de Venezuela, en el cual ni siquiera podríamos emigrar caminando.
La segunda, iniciar desde hoy la resistencia, con determinación, coraje,
energía y convicción.
Como no tenemos ni el Churchill ni el De
Gaulle, hay que encontrar al líder capaz de enderezar el rumbo, antes de que
llegue el momento en que clamemos por un cabecilla militar cuando ya no sea
posible encontrarlo.
***
Claramente inspirado por las fundaciones de
Soros, el proyecto de resolución para “regular el aborto” pone a Colombia como
el país más “avanzado” en esa industria macabra. Sin restricción de tiempo para
el feticidio, niega también la objeción de conciencia, obligando a los médicos
a matar o perder su empleo; y a las instituciones sanitarias confesionales a
colaborar en la masacre…, pero al “ministro de Salud” nadie le pide la renuncia.
Al contrario, se lo apoya, desconociendo que de la Constitución solamente
surgen facultades para la vida, jamás para la muerte.
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