José
Leonardo Rincón, S. J.*
Una nota antes del artículo:
Respeto el derecho a la expresión y la protesta contra la inequidad, la
injusticia, la corrupción y todo lo que atente contra la dignidad del ser
humano, pero jamás podré estar de acuerdo con los desmanes, la violencia
viniere de donde viniere y la destruccion de los bienes públicos. Bien por las
marchas pacíficas, mal, muy mal, por los encapuchados infiltrados y su
violencia estúpida.
Los amigos del colegio
Año tras año, por estas épocas, en muchos colegios y también en
universidades se organizan encuentros de exalumnos para celebrar sus
quinquenios de egreso. A veces son formalmente invitados por las instituciones,
a veces por propia iniciativa. El hecho es que, periódicamente, existe un
pretexto para el reencuentro de los que fueron compañeros y amigos.
Personalmente tuve la fortuna de estar en varios colegios. El cambio de
residencia, entre otras razones, fue la causa. Así las cosas, tengo el
privilegio de contar con varios grupos de amigos de colegio. Por ejemplo, los
de primaria que nos graduamos de 5º en el Liceo Nuevo Mundo, los del bachillerato
del Mayor de San Bartolomé y del Liceo de La Salle, los de la maestría de la
Javeriana. Cito estos cuatro, porque con esos cuatro grupos mantenemos contacto
frecuente por el hoy ineludible WhatsApp y a través de citas que nos ponemos
para almorzar o tomarnos un café.
La amistad es un don gratuito. La natural simpatía de los otros logra
que se fortalezca la empatía que conduce a la casi total sintonía con ellos, de
manera que se convierten más que amigos en hermanos, colegas, cómplices de
aventuras y cientos de anécdotas inolvidables, siempre repetidas, siempre
graciosas, que terminan en sonoras carcajadas como si fueran la primera vez. Es
curioso, no fueron todos, fueron estos pocos, con los que se construyeron sólidas
relaciones, fuertes lazos de amistad tejidos en el tiempo. ¿Por qué estos y no
otros? ¡Cosas de la vida!
Haciendo cuentas elementales ahora, son más los años de amistad, que los
propiamente de compañeros de aula y pupitre. Eso es maravilloso. Los amigos del
colegio nunca se olvidan, siempre están presentes, con ellos somos nosotros
mismos, auténticos. No hay modo ni manera para ser postizos pues conocen
nuestras andanzas y nos han visto actuar desde niños en todos los escenarios. Los
amigos-amigos, a pesar de los años y los naturales cambios que puedan darse,
siguen siendo igualitos: el payaso que siempre nos hacía reír, el estudioso
nerd que lloraba porque sacaba 4.9 y no 5.0, el talentoso pragmático que se las
ingeniaba para resolverlo todo, el enamoradizo gallinazo que le coqueteaba
hasta las profesoras, el vago sietesuelas que poco estudiaba pero como era
inteligente le iba bien, el deportista incansable que armaba una final de
fútbol en un corredor del colegio, en fin… ¡sería un listado interminable!
Cuando han pasado muchos años y hemos dejado de vernos, la pátina del
tiempo ha hecho su efecto en muchos, a punto de que no nos reconocemos: “cómo está
de calvo, cómo está de barrigón, cómo está de canoso, cómo está de acabado”,
pensamos de los otros sin habernos visto en el espejo. En cambio, otros, que
parecieran contar con los secretos de la Grisales, parecieran conservarse en
formol. Tan bien momificados que parecen vivos. ¡Que barbaridad!
El reencuentro con los amigos produce alegría, da vida, estimula las
endorfinas. A ellos, ahora, se suman sus señoras y sus hijos. Ellas son
pacientes y saben que la película de nuestras historias la han visto ya muchas
veces. Ellos se admiran de ver cómo estos dignos representantes del parque
jurásico se comportan tan o más inmaduros que ellos y quedan boquiabiertos al
ver a su papá, cual transformer, comportarse como un niño pequeño.
Estos amigos son una bendición de Dios y felices los que los tenemos.
Así que, si pueden reencontrarse, háganlo y disfruten. ¡Vale la pena!