viernes, 22 de noviembre de 2019

Los amigos del colegio


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Una nota antes del artículo:

Respeto el derecho a la expresión y la protesta contra la inequidad, la injusticia, la corrupción y todo lo que atente contra la dignidad del ser humano, pero jamás podré estar de acuerdo con los desmanes, la violencia viniere de donde viniere y la destruccion de los bienes públicos. Bien por las marchas pacíficas, mal, muy mal, por los encapuchados infiltrados y su violencia estúpida.

Los amigos del colegio

Año tras año, por estas épocas, en muchos colegios y también en universidades se organizan encuentros de exalumnos para celebrar sus quinquenios de egreso. A veces son formalmente invitados por las instituciones, a veces por propia iniciativa. El hecho es que, periódicamente, existe un pretexto para el reencuentro de los que fueron compañeros y amigos.

Personalmente tuve la fortuna de estar en varios colegios. El cambio de residencia, entre otras razones, fue la causa. Así las cosas, tengo el privilegio de contar con varios grupos de amigos de colegio. Por ejemplo, los de primaria que nos graduamos de 5º en el Liceo Nuevo Mundo, los del bachillerato del Mayor de San Bartolomé y del Liceo de La Salle, los de la maestría de la Javeriana. Cito estos cuatro, porque con esos cuatro grupos mantenemos contacto frecuente por el hoy ineludible WhatsApp y a través de citas que nos ponemos para almorzar o tomarnos un café.

La amistad es un don gratuito. La natural simpatía de los otros logra que se fortalezca la empatía que conduce a la casi total sintonía con ellos, de manera que se convierten más que amigos en hermanos, colegas, cómplices de aventuras y cientos de anécdotas inolvidables, siempre repetidas, siempre graciosas, que terminan en sonoras carcajadas como si fueran la primera vez. Es curioso, no fueron todos, fueron estos pocos, con los que se construyeron sólidas relaciones, fuertes lazos de amistad tejidos en el tiempo. ¿Por qué estos y no otros? ¡Cosas de la vida!

Haciendo cuentas elementales ahora, son más los años de amistad, que los propiamente de compañeros de aula y pupitre. Eso es maravilloso. Los amigos del colegio nunca se olvidan, siempre están presentes, con ellos somos nosotros mismos, auténticos. No hay modo ni manera para ser postizos pues conocen nuestras andanzas y nos han visto actuar desde niños en todos los escenarios. Los amigos-amigos, a pesar de los años y los naturales cambios que puedan darse, siguen siendo igualitos: el payaso que siempre nos hacía reír, el estudioso nerd que lloraba porque sacaba 4.9 y no 5.0, el talentoso pragmático que se las ingeniaba para resolverlo todo, el enamoradizo gallinazo que le coqueteaba hasta las profesoras, el vago sietesuelas que poco estudiaba pero como era inteligente le iba bien, el deportista incansable que armaba una final de fútbol en un corredor del colegio, en fin… ¡sería un listado interminable!

Cuando han pasado muchos años y hemos dejado de vernos, la pátina del tiempo ha hecho su efecto en muchos, a punto de que no nos reconocemos: “cómo está de calvo, cómo está de barrigón, cómo está de canoso, cómo está de acabado”, pensamos de los otros sin habernos visto en el espejo. En cambio, otros, que parecieran contar con los secretos de la Grisales, parecieran conservarse en formol. Tan bien momificados que parecen vivos. ¡Que barbaridad!

El reencuentro con los amigos produce alegría, da vida, estimula las endorfinas. A ellos, ahora, se suman sus señoras y sus hijos. Ellas son pacientes y saben que la película de nuestras historias la han visto ya muchas veces. Ellos se admiran de ver cómo estos dignos representantes del parque jurásico se comportan tan o más inmaduros que ellos y quedan boquiabiertos al ver a su papá, cual transformer, comportarse como un niño pequeño.

Estos amigos son una bendición de Dios y felices los que los tenemos. Así que, si pueden reencontrarse, háganlo y disfruten. ¡Vale la pena!