Por John Marulanda*
Asombra el video de una joven de uñas bien pintadas que, robóticamente,
repite la letanía “Estamos cansados…”, fastidiosa por lo exagerada,
general y simplista. Machaca verdades a medias o mentiras evidentes, que
estimulan esa rabiecita quinceañera que todos sentimos alguna vez contra lo
establecido. Su mente ha sido secuestrada por argumentos engañosos y por
sofismas mántricos que explican la vida como una tragedia por culpa del
imperialismo y el capitalismo. Trolls, bots y robots, implantan engañifas y falsas
realidades en los cerebros de los que están siendo moldeados como “el nuevo
hombre latinoamericano”, revolucionario de paz, igualdad y felicidad.
Entonces, jóvenes frustrados, indígenas hastiados y empleados
desesperanzados, se convierten en circunstanciales lanzabombas, tirapiedras y
garroteros contra policías que intentan recobrar la cansina cotidianidad. Estos
intoxicados vándalos están en el centro del arrebato político actual que parece
implicar la violencia como elemento necesario. América Latina origina cerca del
40% de los homicidios del mundo, con solo un 8% de la población global y es el
continente más peligroso del orbe, resultado de endémica corrupción, asombrosa
impunidad e ineficaces gobernanzas de derecha, de izquierda y del centro. Los reacomodos
políticos de ahora arriesgan ampliar esa grieta fatal, combinando la fiebre
contagiosa de las protestas masivas propalada a través de las redes que
conectan emocionalmente a Barcelona, París, Hong Kong y Santiago, con un plan
bien diseñado que coordina las acciones de Quito y Bogotá, al impulso de
Caracas, sin duda alguna.
Sin embargo, en la supuesta retoma del mando por parte de la izquierda
política en Argentina y Colombia, los nuevos inquilinos del poder han hecho
declaraciones conservadoras. Los radicalismos unipartidistas parecen ceder a un
entendimiento multisectorial que reduzca los riesgos de confrontación.
Los disturbios urbanos continuarán. La violencia callejera, siempre
activada y manejada por agentes guiados por ideología o excitados por la
adrenalínica anarquía de Bakunin, exige de los gobiernos actuales gran
prudencia y discrecionalidad policial, sin renunciar a la obligación de
garantizar seguridad a la mayoría ciudadana que filma con sus celulares los
detalles de las garroteras y los distribuye al mundo. Los voceros progres y los
recién elegidos gobernantes también necesitan sensatez pues pueden encender una
llamita que incinere la pradera entera, culpa que llevarán a cuestas desde el
momento de su posesión. Una izquierda radical como las FARC, puede conducirnos
a una desgastadora guerra de muy baja intensidad que termine por arrumarnos al
basurero de la Venezuela chavista.